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TRIBUNA
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Un Colón conjetural

En la era de los bulos resulta particularmente grave que un servicio público como RTVE avalase imprudentemente una “verdad” sobre el origen del descubridor sin aval científico

Jose Antonio Lorente muestra un cráneo de los restos óseos atribuidos a Cristóbal Colón
José Antonio Lorente, en 2021 en la Facultad de Medicina de Granada.FERMÍN RODRÍGUEZ
Jordi Gracia

La suspensión sine die de la rueda de prensa del forense y catedrático de Medicina Legal de la Universidad de Granada José Antonio Lorente para compartir los resultados de su análisis forense de los restos de Cristóbal Colón confirma por incomparecencia la frívola precipitación con que actuó RTVE. El estreno en la televisión pública de la película documental Colón ADN. Su verdadero origen atrajo la atención de los medios de comunicación de todo el mundo sin que hoy haya la menor garantía sobre la veracidad de las conclusiones que obtiene su principal impulsor y protagonista. Su amplia experiencia en este tipo de investigaciones era prometedora, pero sus aserciones difieren sustancialmente del saber respaldado por la investigación científica al conjeturar que Colón no sería genovés, sino un judío sefardí nacido en la zona mediterránea española.

No es la primera hipótesis imaginativa que ha padecido Cristóbal Colón: desde emparentarlo con el piloto Juan Scolvus, seguramente polaco, o hacerlo hijo del rey Ladislao III de Polonia hasta las fantasías de un equipo de pseudohistoriadores que han llenado páginas y pantallas con hipótesis descabelladas sobre el origen catalán no solo de Colón, sino también de Miguel de Cervantes o Teresa de Jesús. La capacidad fabuladora de la academia tiene un largo historial de embustes, el más reciente y tramposo de los cuales es el que atañe al rector de la Universidad de Salamanca, que vio recusados hace unas semanas más de 70 de sus artículos presuntamente científicos, y más incomprensiblemente todavía sigue en su cargo como si un fraude de esta naturaleza no dañase de forma irremisible el crédito de la investigación en la universidad pública.

Lo alarmante del caso no es que existan investigadores capaces de defender disparates sin fundamento en los medios, sino el hecho de que esta mera hipótesis sobre Colón haya sido promocionada por la televisión pública con palabras demasiado rotundas. Difícilmente puede asociarse esa película con “verdad” alguna, dada la imposibilidad de verificar los datos y el análisis sobre el que sustenta Lorente su atrevida propuesta, pero esa fue la posición que adoptó TVE y que atrajo a más de dos millones de espectadores (y al margen de la repercusión mundial que una presunta noticia de esta naturaleza ha llegado a tener).

En la era de la deformación informativa, la prosperidad de las trolas y la impunidad de la mentira propiciada por las nuevas tecnologías resulta particularmente grave que un servicio público avale de forma tan imprudente una “verdad” que no lo será hasta que sea demostrable por otros equipos de investigación. Pese a la amplia experiencia histórica acumulada en otras investigaciones, algunos datos sobre las deserciones que ha vivido el equipo de Lorente debían haber puesto sobre aviso al ente público (o como se llame ahora). Hace 20 años que no ha compartido ninguna información sobre los restos de Colón, pero sí sabemos que se desvincularon de sus trabajos hace 20 años tanto el genetista Ángel Carracedo, de la Universidad de Santiago de Compostela, que consideró muy precario el estado en el que se hallaban los restos de ADN (los huesos de Colón hicieron en los últimos siglos trayectos de miles de kilómetros desde Valladolid y Sevilla a Santo Domingo o La Habana para regresar por fin a Sevilla), como Mark Stoneking, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, en Leipzig (Alemania).

Tampoco parece la mejor vía para ofrecer la información oportuna sobre procesos muy complejos de análisis del ADN una rueda de prensa como la que acaba de suspender Lorente, aunque haya comunicado también la futura publicación de su estudio en una revista internacional. De hecho, el peliculero formato de concurso que adoptó el programa podría haber sido una forma imaginativa de divulgar saber científico, pero el problema central es que ahí faltaba el saber científico, que no lo es hasta que no puede ser verificado. La divulgación cultural y científica es una mina formidable de horas de entrenimiento productivo, pero ha de asegurarse de la fiabilidad del saber que difunde, y eso no es opinable. O mejor dicho, si una determinada averiguación es opinable debe ser contada como opinable y no como conclusión concursal verdadera.

La precipitación en promocionar desde TVE y en sus programas informativos (y hasta recreativos, como sucedió en La revuelta) una investigación inverificable es una irresponsabilidad. Añade una dosis no menor de perplejidad el impulso nacionalista que subyace en la elección de la fecha para emitir la película, el pasado 12 de octubre, como si la autoestima de los españoles necesitase un refuerzo positivo en fecha tan señalada. Que Colón fuera genovés de nacimiento, como la mayoría de investigadores solventes afirman, no debería resultar una verdad incómoda para nadie. Y si no fuese genovés sino judío sefardita, tampoco, pero de momento eso no pasa de ser una nebulosa hipótesis a la altura de las cabriolas imaginativas a las que la burbuja académica suele darse sin tasa o con demasiada frecuencia. Esta forma de contraprogramación patriótica ha resultado cuando menos decididamente imprudente.

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.
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