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COLUMNA
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Shakespeare en Cataluña

De la polémica surgirá una reforma de la financiación autonómica que no satisfará a nadie, pero que al final será preferida por todos al régimen actual

La vicepresidenta primera y ministra de Hacienda, María Jesús Montero, durante su comparecencia en el Senado el pasado día 4 en la que explicó el acuerdo fiscal para Cataluña.
La vicepresidenta primera y ministra de Hacienda, María Jesús Montero, durante su comparecencia en el Senado el pasado día 4 en la que explicó el acuerdo fiscal para Cataluña.FERNANDO VILLAR (EFE)
Víctor Lapuente

¿Se aprovecha el nacionalismo catalán de la candidez (o de las ansias de sentarse en La Moncloa) de los grandes partidos para chupar la sangre de las venas del Estado?

A primera vista, eso parece y la enésima evidencia sería el pacto entre socialistas y ERC para la financiación singular. De los tiempos pretéritos de González y Aznar a los presentes de Sánchez y a unos futuros hipotéticos de Feijóo, la estabilidad del Gobierno de España se fundamenta en concesiones a la Generalitat de competencias y recursos, de todos los tamaños y colores. Pero, tras la marejada inicial de descontento en el resto de las autonomías, se pasa al “y yo también” y al reconocimiento privado de la labor pionera de Cataluña. Por arte de magia, Cataluña pasa de ser Marnie la ladrona a Robin Hood. Y el PP acaba defendiendo con uñas y dientes la autonomía fiscal, sobre todo para la Comunidad de Madrid.

Cierto es que ahora el plan de financiación singular para Cataluña ha recibido tirones de orejas, dentro y fuera de España, incluyendo la agencia Fitch, que lo calificó de negativo para las regiones que se benefician de los fondos de compensación. Pero el plan es solo un esbozo, que, con más o menos un 50% de probabilidades, no se materializará, pues el Gobierno y ERC no podrán convencer al resto de los socios de la mayoría parlamentaria de un cupo como el vasco para Cataluña. No hay músicos suficientes en el Congreso para tocar el concierto fiscal catalán. Y, con otro aproximado 50% de posibilidades, del debate actual emergerá una reforma de ley de financiación autonómica que no satisfará a nadie, pero que, tarde o temprano, será preferida por todos al régimen actual, de 2009 y caducado desde hace años.

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Así, las coloridas hipérboles de unos y otros sobre la propuesta (el “cupo separatista” que denuncia ahora Fejióo cuando hace un tiempo decía que el concierto para Cataluña se podía “plantear y discutir”; o el “será algo bueno para todo el país” de los socialistas cuando, hasta anteayer, se oponían frontalmente) mutarán en los grisáceos cambios que proponen los expertos desde hace años. Y que se basan en la transparencia, tanto de la situación de infrafinanciación de las comunidades (la ciudadanía no sabe si su región recibe más o menos que las otras) como de las transferencias (¿queremos un federalismo “neoliberal” sin igualación explícita, como EE UU, o “socialista” con nivelación total, como Australia?). La financiación singular ha tenido un comienzo desastroso, pero, como diría Shakespeare, a buen fin no hay mal principio.

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