Malditos pobres turistas
Con 90 millones de viajeros previstos este año y con los 110 que se espera que llegarán en 2040, el turismo en España va a ser uno de los problemas de convivencia, planificación urbana y medio ambiente más importantes
A un amigo le birlaron la cartera en el metro. Cuando fue a denunciarlo a una comisaría del centro de Madrid se la encontró llena de turistas que intentaban entenderse en inglés nivel medio con los agentes de guardia. Me imaginé una estación de metro abandonada donde una banda como la del Makinavaja de La ópera de cuatro cuartos (o el de Ivá, tanto monta) almacena su botín turistero, a lo Alí Babá.
Mi amigo se compadecía de las víctimas (“pobres guiris —decía—, que los dejen en paz y que roben a los españoles”), pero cuando yo divulgué la anécdota entre otros amigos recogí reacciones casi unánimes de apoyo a la delincuencia de baja intensidad. No es extraño: en mi barrio siempre íbamos con Torete y el Vaquilla en las pelis quinquis. Pero aquí no había tanta simpatía por el lumpenromanticismo como turismofobia sin complejos. “Que se fastidien —decían sin miedo a parecer xenófobos—, así se quedarán en su casa”. La mayoría de estos opinantes disfrutan en este momento de sus vacaciones. Ojalá no acaben en una comisaría de Roma o de Berlín, deletreando en mal inglés la marca y el modelo de móvil que les han mangado a un guardia harto de tramitar denuncias de malditos turistas.
Con 90 millones de viajeros previstos este año y con los 110 que se espera que llegarán en 2040, cuando España podría ser el país más visitado del mundo (hoy es el segundo, tras Francia), el turismo va a ser uno de los problemas de convivencia, planificación urbana y medio ambiente más importantes. El debate hoy apenas pasa de resignaciones economicistas (qué le vamos a hacer, si el PIB de España depende de ello) y de brotes de turismofobia xenófoba e hipócrita, pues solo ven la paja turística en el ojo ajeno, nunca la viga propia. Pueden echar pestes del turismo de masas mientras hacen cola para entrar en la Capilla Sixtina.
Por suerte, hemos superado ya el ludismo del año 2020, cuando el confinamiento llevó a tantos (yo, el primero) a lamentar que no se hubiera invertido en una alternativa al monocultivo de sangría y paella. No era tan mala idea apostar por el turismo: España tiene playas y horas de sol como otros países tienen petróleo. Habría sido poco inteligente no promocionarlo. Podemos regularlo sin cerrar el Prado ni electrificar las playas. El debate apenas está empezando. Convendría alentarlo antes de que todo esto sea también una terraza para turistas y no se pueda conversar en paz porque estemos más pendientes de los carteristas que nos rondan.
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