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Columna
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Los sillones

El verbo aferrar ha caído hoy en manos de los que dibujan la política y el Estado como un hervidero de egoísmos, corrupciones y arrogancia

El hemiciclo del Congreso de los Diputados, vacío.
El hemiciclo del Congreso de los Diputados, vacío.Álvaro García

Una de las estrategias más utilizadas con el fin de desprestigiar la política es la de presentar a los responsables públicos como seres aferrados a un sillón. La literatura daba protagonismo al verbo aferrar cuando quería aludir a las barcas unidas entre sí para evitar que se las llevase la marea. Pero el verbo ha caído hoy en manos de los que dibujan la política y el Estado como un hervidero de egoísmos, corrupciones y arrogancia. Ya no se trata de exigir la dimisión de quien comete un delito, sino de caricaturizar a todo aquel que no pertenezca al propio bando. Aunque lo respalde una mayoría parlamentaria, aunque la situación económica vaya bien, aunque estén sosegados algunos procesos graves en el interior de la identidad española, el Gobierno se mantiene porque su presidente, sus ministros y sus diputados quieren aferrarse al sillón. Y las acusaciones se generalizan. Aunque uno tenga la vida resuelta con un buen trabajo hace más de 40 años y gane menos dinero que antes de ocupar un cargo, eres un don nadie si me llevas la contraria, aferrado a un sillón para chupar del pesebre.

Yo comprendo que no necesiten aferrarse a sus sillones los políticos que representan el interés de las grandes fortunas. Ya se encargan los empresarios, las multinacionales y los bancos de exigir que no se paguen impuestos y que no se invierta el dinero público que quede en derechos civiles e igualdad. Pero los partidarios de la política social, no tienen mejor manera de hacer política que gobernar, aferrarse al sillón que permite defender la sanidad pública, los salarios, las pensiones y los derechos humanos. Quizá se les puede pedir que hagan más en favor de la democracia social, pero desde luego mejor que no se vayan.

Ya sé que en ocasiones el ambiente se pone antipático en una atmósfera parecida a un estercolero. Y que el fuego amigo duele mucho. Pero, por favor, sigan ustedes aferrados a su sillón.

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