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TRIBUNA
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Una sorpresa para Europa: el mundo está cambiando

En el actual escenario toca más planificación, no sólo económica, por mucho que esa palabra horrorice a las derechas

Mario Draghi, durante su intervención en La Hulpe (Bélgica) el pasado 16 de abril.
Mario Draghi, durante su intervención en La Hulpe (Bélgica) el pasado 16 de abril.OLIVIER HOSLET (EFE)
Daniel Bernabé

El pasado 16 de abril, Mario Draghi intervino en la Conferencia de Alto Nivel sobre el Pilar Europeo de Derechos Sociales en Hulpe (Bélgica). Su discurso fue un adelanto del informe que se publicará tras las elecciones europeas, solicitado por la Comisión. Sus palabras fueron un severo toque de atención a la Unión: “El mundo está cambiando rápidamente y nos ha cogido por sorpresa”.

Draghi, a quien se recuerda como salvador del euro en su etapa de gobernador del BCE, comenzó aceptando el catastrófico error de imponer la austeridad, cuando al reducir costes salariales e inversión pública “el efecto neto fue debilitar la demanda interna y socavar nuestro modelo social”. Además, certificó que otras regiones ya no seguían “las reglas del juego”, citando a China pero también a EE UU, países que han puesto en marcha medidas para “reorientar la inversión hacia sus propias economías a expensas de la nuestra; para hacernos permanentemente dependientes de ellas”.

Nuestro presente, efectivamente, es un tiempo de cambios. Ver a Draghi aceptar que los países, o bloques, no pueden tener a la vez más globalización y neoliberalismo si no renuncian a recortar soberanía y democracia es su confirmación. El economista Dani Rodrik ya lo enunció en 2011; muchos otros, los millones que se manifestaron en la anterior década para proteger sus empleos, sus servicios públicos y su democracia, también lo sabían. El antiguo banquero de Goldman Sachs se cae del caballo por una cuestión de supervivencia: la UE no puede subsistir en el medio plazo confiando en el “mundo de antes”.

Esta es la confirmación de que cuestiones como la mutualización de la deuda europea, de la que España fue impulsora, significan mucho más que un paréntesis poscovid. Draghi propone extender este endeudamiento conjunto para financiar la provisión de bienes públicos, mayor integración en defensa, telecomunicaciones, medicamentos e inteligencia artificial para aprovechar las economías de escala, también asegurar el suministro de recursos y trabajadores cualificados, así como una unión de mercados de capitales para evitar fugas de inversión privada hacia esos países “en los que ya no podemos confiar”. Toca más planificación, por mucho que esa palabra horrorice a las derechas.

Y España, ¿cómo se sitúa ante este “cambio radical” impostergable? Como toda la UE, rezagada en la creación digital y de alta tecnología, pero, a diferencia del resto, ocupando el liderazgo en renovables, lo que ahora significa más capacidad de decisión. Nuestra buena posición de partida no es tan solo una cuestión de infraestructura energética, sino también de ideología. El Gobierno progresista supo leer con acierto que tras la pandemia se iban a requerir medidas intervencionistas, que lo público tenía que imponerse a las pulsiones desatadas de los mercados. Las políticas de protección del empleo son un ejemplo que ha servido para que nuestro crecimiento tenga un motor del que otros carecen.

La izquierda española debe hacer bandera de lo conseguido, más cuando el viento sopla a favor de la orientación de sus velas. Pero también aspirar a mucho más. Empezando por la vivienda, ¿por qué no poner en marcha lo que funciona en política energética al servicio de uno de los bienes más básicos que todos necesitamos? Lo material debe ir acompañado de su correlato cultural, uno que legitime el valor de lo público y el interés común como espacio de seguridad. También de una apuesta por un renovado contrato social destinado a ofrecer a la mayoría ciudadana una democracia que vaya más allá de lo procedimental, esto es, que amplíe el imperio de la soberanía popular de lo político a lo económico. Sobre todo, porque los cambios que ya se han empezado a producir no han afectado aún al espíritu de la época, que sigue dominado por un egoísmo del sálvese quien pueda cada vez más radical. Esto se manifiesta en un debate público secuestrado por la tiranía del bulo y la manipulación: los procesos electorales, también el de la cita europea del próximo 9 de junio, no versan sobre este contexto emergente, sino sobre una crispación que parte de lo falso e incluso lo conspiranoico. También se aprecia en una derecha que, al quedarse en fuera de juego, ha optado por el encanallamiento: entre sus votantes son más populares Milei o Ayuso que este realismo que despunta en la UE.

Este escenario no significa necesariamente una progresión a mejor. En esta puesta en valor de la ordenación económica hay lugar para los monstruos, para un matrimonio entre los herederos del neoliberalismo decadente y la reacción ultra. Uno que buscará impulsar espacios de bienestar basados en la segregación, fraccionados por el individualismo y el acceso para quien pueda pagarlos. También para un securitarismo que utilice familia, nación y Estado como arietes excluyentes. Las reglas del juego han cambiado, pero el partido está aún por disputarse, entre quienes pretenden una reconstrucción de la clase media como guardia pretoriana de un nuevo autoritarismo y quienes creemos en una Europa en la que democracia, economía y derechos sociales sean un todo virtuoso.

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Sobre la firma

Daniel Bernabé
Daniel Bernabé (Madrid, 1980), escritor. Es autor de seis libros, entre ellos ’Todo empieza en septiembre', 'La distancia del presente' y 'La trampa de la diversidad'. Participa en la mesa del análisis de 'Hora 25', en la Cadena SER.
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