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Columna
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Votar a un criminal

El futuro de Trump está entero en manos de los electores. Si no gana, la maquinaria de la justicia proseguirá imperturbable su trabajo, pero a nadie se le oculta que tampoco reconocerá la derrota

Donald Trump, durante una rueda de prensa en Nueva York un día después de ser declarado culpable en el 'caso Stormy Daniels'.
Donald Trump, durante una rueda de prensa en Nueva York un día después de ser declarado culpable en el 'caso Stormy Daniels'.Brendan McDermid (REUTERS)
Lluís Bassets

No es inusual que un gobernante termine condenado por un tribunal e incluso sea encarcelado. Más difícil es que suceda lo contrario, que un criminal condenado sea elegido para dirigir un país. Esta sombría oportunidad está al alcance de los ciudadanos de Estados Unidos en la elección presidencial del próximo 5 de noviembre en la que previsiblemente se enfrentarán Joe Biden y Donald Trump.

La condena de este último por 34 delitos de falsificación de registros contables, con los que encubrió el soborno para tapar la boca de una actriz pornográfica en mitad de una campaña presidencial, no basta en Estados Unidos para desposeerle de sus derechos electorales como sucede con muchos convictos en numerosos Estados. La imaginación de los padres fundadores no llegó tan lejos como para prever que un delincuente condenado pudiera aspirar a presidir el país, hiciera campaña desde una celda de la cárcel e incluso llegara a la Casa Blanca. Los legisladores solo introdujeron esta prohibición para los dirigentes confederales que se levantaron contra Abraham Lincoln en la guerra de secesión en 1861, y de ahí la enmienda constitucional que excluye a los insurrectos de todos los cargos públicos, también la presidencia.

Como Al Capone, entre rejas por defraudar al fisco y no por sus numerosos y sangrientos crímenes, a Donald Trump solo le han pillado en Nueva York por unos delitos menores, comparados con la conspiración criminal que organizó para proclamarse vencedor de las elecciones después de haberlas perdido, incluyendo el asalto insurreccional del Capitolio en 2021 con el que quiso impedir la certificación de su derrota. Gracias al apoyo incondicional del partido republicano, salvó dos procesos de destitución o impeachment incoados por la Cámara de Representantes, y gracias a los jueces conservadores, especialmente los que él mismo ha nombrado para el Tribunal Supremo, ha conseguido aplazar los procesos penales que podían echarle de la campaña para después de la fecha electoral y de la eventual victoria que le permitiría amnistiarse a sí mismo.

El futuro de Trump está entero en manos de los votantes. Si no sale elegido, la maquinaria de la justicia proseguirá imperturbable su trabajo, pero a nadie se le oculta que tampoco reconocerá la derrota. No la reconoció en 2020 ni admitió que su victoria de 2016 no fue por votos populares, tres millones menos que Hillary Clinton, sino por el anacrónico e injusto sistema electoral. Si alcanza la victoria, habrá obtenido la impunidad respecto a los delitos pasados y la inmunidad de cara a los futuros. Un monarca absoluto, en definitiva. Será la hora de su venganza. No se echarán a temblar tan solo la OTAN, Ucrania o Palestina. Un notable intelectual conservador como Robert Kagan ha dedicado su más reciente libro a denunciar la rebelión antiliberal que Trump encabeza con el objetivo de destruir la Constitución, la democracia y las libertades de su país.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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