_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Israel: cambiar el marco y ganar tiempo

Manejando los plazos y la conversación, el Gobierno de Israel lleva desde octubre consiguiendo lo que quiere

ataque israelí en rafah
Llamas en Rafah tras un bombardeo de Israel sobre la zona.REUTERS
Ana Fuentes

Los niños estaban dormidos. De repente, todo empezó a arder y el sonido era aterrador; parecía que la metralla atravesaba las habitaciones, en realidad habitáculos cubiertos por lonas de plástico. Eso contaba una mujer en el campo de refugiados de Rafah, que el ejército israelí bombardeó el pasado domingo. Murieron 45 personas, se cree que asfixiadas por el humo o quemadas vivas, solo dos días después de que el Tribunal Internacional de Justicia de Naciones Unidas le exigiera a Netanyahu parar los ataques. El Gobierno israelí, por el contrario, actuó siguiendo un patrón habitual: primero, desoyó a las instituciones internacionales; segundo, calificó su ofensiva de maniobra de precisión y contra Hamás. Tercero, cuando la comunidad internacional se encendió e incluso un aliado histórico como Alemania declaró que “calcinar a personas en tiendas de campaña” no beneficia a la seguridad de Israel, Netanyahu reculó y, 20 horas después, dijo que había sido un “trágico percance”.

El mismo esquema se repite en las masacres más crudas. El 1 de abril, cuando mataron a siete voluntarios de la ONG World Central Kitchen, Israel siguió prácticamente la misma secuencia, y hasta pasadas unas horas no admitió el ataque y anunció una “revisión exhaustiva” de lo que ocurrió. El objetivo siempre es ganar tiempo.

Otra estrategia habitual es tratar de cambiar el marco de la conversación, como hemos visto en sus últimos movimientos diplomáticos. Ante el reconocimiento del Estado palestino por parte de España, Noruega e Irlanda, el Gobierno de Netanyahu ha tomado medidas concretas como prohibir al Consulado de España en Jerusalén que preste servicios a los palestinos en Cisjordania. Al mismo tiempo, ha lanzado una campaña de insultos en la que se ha desinhibido por completo: el ministro de Exteriores israelí, Israel Katz, le recordó a España que los días de la Inquisición habían terminado y que a los judíos ya no se les fuerza a convertirse al cristianismo porque cuentan con un Estado. Un fuera de tono medido para conseguir titulares y eco en redes y evitar que se hable de lo importante: las consecuencias de reconocer un Estado palestino y cómo avanzar hacia la paz.

Manejando los plazos y la conversación, el Gobierno de Israel lleva desde octubre consiguiendo lo que quiere. Su reputación está cada vez más tocada, pero lo cierto es que Netanyahu ignora las críticas en casa, cuestiona las instituciones internacionales y sigue con la que es ya la ofensiva más larga de su historia. Para la posteridad quedarán imágenes como la del embajador de Israel, Gilad Erdan, en la Asamblea General de la ONU, sacando una pequeña trituradora de papel y haciendo trizas la portada de la carta fundacional de Naciones Unidas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Ana Fuentes
Periodista. Presenta el podcast 'Hoy en EL PAÍS' y colabora con A vivir que son dos días. Fue corresponsal en París, Pekín y Nueva York. Su libro Hablan los chinos (Penguin, 2012) ganó el Latino Book Awards de no ficción. Se licenció en Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid y la Sorbona de París, y es máster de Periodismo El País/UAM.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_