España sin maquillaje
El país muestra grandes dosis de racismo y abuso. La mancha no se reduce por esconderla bajo la alfombra de la hinchada futbolística o la tela de las banderas
Hace algunos días, murió la escritora Maryse Condé, una de las voces más veraces de la negritud francófona. En sus libros había tal rechazo de la impostura favorecedora, era tan reacia a la lectura simplona de la complejidad de la vida, que quizá estas virtudes, como pasa con otra gente de gran talento, se convierten en defectos para una crítica artística pacata y previsible. En uno de sus escritos autobiográficos más apasionantes, que tituló La vida sin maquillaje, da una enorme vuelta de tuerca al concepto manido del victimismo, y pinta con talento las benditas contradicciones de un ser humano. Y nunca deberíamos desalojar del todo de nuestros debates el sentido de la contradicción. Los españoles llevan algunas semanas preguntándose si son en verdad racistas. Lo hacen gracias a un futbolista en forma, que lleva el nombre de Vinicius, heredado del gran poeta de su tierra brasileira, y que ha sido insultado en muchos estadios de nuestro país por ser negro. A él hay que agradecerle colocarnos un espejo delante del careto. Algo tan desasosegante que su propio equipo, la marca más importante de España, el Real Madrid, le ha reorientado hacia el silencio, conminándole a dejar el papel de activista, demasiado complejo para una figura de su talla comercial.
En el estadio del equipo de mi vida, este fin de semana, ha vuelto a detenerse un partido por insultos a Nico Williams, que, entre otras cosas, es posible que sea el joven más guapo de nuestro país.
Cuando ese chaval se te acerca al córner lo más normal es que te quedaras callado y en silencio para admirar el buen reparto de sus rasgos durante un instante. Pero no, hay un grupúsculo enardecido que se pone a hacer gritos de mono. Obviamente, son personas envalentonadas por ese discurso político de superioridad que ha hecho del racismo una bandera para captar votos del españolismo. Pero el Atlético de Madrid, que fue el equipo de Luiz Pereira, no puede permitir esa indignidad. Aunque ya no rija sus destinos el rigor a veces áspero pero siempre honesto de Luis Aragonés. El problema de los estadios es que algunos aprovechan la masa para sentirse impunes. Es el mismo mecanismo que provoca el anonimato en las redes. Idéntico al que se utiliza desde hace siglos para utilizar el patriotismo como encubridor de los racistas, los corruptos y los violentos.
España, sin maquillajes, es un país con dosis grandes de racismo, agresividad, maltrato y abuso. Y por más elementos positivos, que los tiene y muchos, la mancha no se reduce por esconderla bajo la alfombra de la hinchada o la tela de las banderas. En el extranjero no queda nadie que no se haya topado con noticias desalentadoras de deportistas negros en España. Conviene tenerlo en cuenta, porque hace poco las redes de desinformación rusas utilizaron nuestros defectos al afrontar el problema migratorio en Ceuta y Melilla para denigrar a nuestro país con informaciones torcidas. Las autoridades rusas curiosamente están en sintonía en toda Europa con los partidos ultranacionalistas, esos que claman contra los inmigrantes. Lo que intentan es convertir la presencia de extranjeros en un problema, de ahí el insulto, de ahí la denuncia, generar ruido en torno a ese asunto. Crean un conflicto donde no lo hay y luego se ofrecen como garantes de la paz social que ellos mismos están quebrando. Ojo, el conflicto está dentro de nosotros; no nos lo traen de fuera.
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