Francisco Rico
La literatura no te da derecho a voto en unas elecciones, pero legaliza un sentido de pertenencia
Leo el libro del profesor Francisco Rico sobre Petrarca que acaba de publicar la editorial Arpa. Nacido en Barcelona, la filología de Rico me ha unido a su ciudad. Cultura es todo lo que conforma nuestra vida. Siento que Barcelona forma parte de mí, es una de las ciudades de mi vida, gracias a las novelas de Rodoreda, Marsé y Vázquez Montalbán, o a los poemas de Gil de Biedma y Margarit, o a los ensayos de Rico sobre La Celestina, el Lazarillo y Don Quijote. La literatura no te da derecho a voto en unas elecciones, pero legaliza un sentido de pertenencia.
Este sentimiento, que pasa de la filología a la filosofía y la ética, quizá tiene que ver con lo que Rico nos ha enseñado sobre el humanismo. Al hablarnos de Petrarca, primero ofrece una biografía minuciosa del poeta, con todos los documentos y fuentes en latín que hoy se reparten por el mundo. Vamos de 1304 a 1374 y de una ciudad a otra. Pero las palabras y los hechos son inseparables de la vida, de nuestra vida de hoy. Igual es un vicio sentimental de la vocación, pero confieso que me he emocionado al leer la crítica que Petrarca recibió por su humanidad al contar en el África la agonía de un infiel, el cartaginés Magón. Al no ser cristiano, este moribundo no merecía respeto. Y Petrarca respondió: “Quid cristianum ibi, et non potius humanum omniumque gentium comune?”. Es una buena pregunta para hablar del moribundo, su dolor, su vida y su muerte: “¿Qué es ahí cristiano, y no más bien humano y común a todas las gentes?”.
Tomarse en serio una palabra en la interpretación de los manuscritos clásicos significó en el siglo XIV defender la dignidad humana frente a la servidumbre religiosa medieval. Palabra de los seres humanos, no de Dios. Por desgracia, seguimos con lo mismo en nuestra economía de las identidades cerradas. Muchas personas y muchos Estados no saben preguntarse lo que hay de nosotros mismos en cualquier genocidio.
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