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CRÍTICA LITERARIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Francisco Rico acaba con Petrarca

El académico culmina una cronología comentada de la agitadísima vida del poeta y erudito de antigüedades grecolatinas, inventor del humanismo tal como lo entendemos

Petrarca
Escultura de Francesco Petrarca en la fachada de un edificio en Bellinzona, Suiza.Oleksandr Berezko (Alamy / Cordo
Jordi Gracia

No podía ser más oportuna la aparición de este conjunto de ensayos de Francisco Rico sobre uno de los grandes temas de su biografía: la obra y la vida de Petrarca (1304-1374). Empezó en el asunto vistiendo pantalón corto y barbilampiño y lo culmina hoy, patricial y laureado. El libro reúne una especie de cronología comentada de la agitadísima vida de un secretario eclesiástico de altos vueltos, además de poeta y erudito de antigüedades grecolatinas, y tres piezas más que concentran el interés real del libro. Son tres distintas visiones del significado de Petrarca como inventor del humanismo, tal como lo entendemos hoy, incluida la visión precoz del márketing literario, es decir, la construcción de la imagen de sí mismo para el presente y para la posteridad a través de una descomunal cantidad de cartas a los amigos, a los autores y al futuro.

Las tenemos hoy, además, en una insuperable edición de Acantilado, esa caja mágica de 3.500 páginas que permite sumergirse en las cartas familiares —es decir, de tono amistoso y casual— y en las cartas de senectud, todas escritas a partir de sus cuarenta años. Ahí está en germen la matriz del ensayo à la Montaigne porque ellas mismas se nutren a su vez del modelo de las cartas de Séneca y de Cicerón (buena parte de ellas descubiertas por el mismísimo Petrarca en Verona). Pero ninguno de ellos se trabajó como se trabajó Petrarca la imagen de hombre de retiro sabio y contemplativo a la vez que conspiraba a favor de la familia Colonna durante décadas, y luego en contra, un poco como ahora mismo.

Los últimos veinte años de su vida Petrarca fue un obsesivo autobiógrafo selectivo y ficcional de sí mismo para contarnos al Petrarca que quería que creyésemos y conociésemos

Es formidable saber que los veinte años últimos de su vida Petrarca fue un obsesivo autobiógrafo selectivo y ficcional de sí mismo para contarnos al Petrarca que quería que creyésemos y conociésemos: ocultó de forma encriptada el registro de sus pecados de la carne (tuvo al menos dos hijos) y participó como el que más en la vida política y eclesiástica del poder de su tiempo con viajes incesantes por Francia e Italia, de Aviñón a Padua o la inaudita Roma, y el correspondiente registro en sus cartas trufadas de detalles personales, de confidencias, de meditaciones o de paisajes vividos bajo la tormenta, el barro o el trueno.

Y más emocionante es todavía verle hacer esfuerzos incansables para conciliar la fe católica que nunca perdió con la sapiencia rasa y perpetua de quienes nunca creyeron en el dios de Agustín y sus Confesiones (tuvo consigo el mismo ejemplar que leyó de joven hasta el último año de su vida, en que lo regaló). Ahí late de forma armoniosa y dúctil la necesidad de hacer de Platón o de Cicerón potenciales creyentes católicos sin renunciar a sus saberes morales y a sus propias inteligencias. La encrucijada es tan hermosa que parece estar hablando de pie, paseando por la calle Arenal o por el paseo de Gracia barcelonés, con cualquiera de nosotros, y por supuesto engañándonos con omisiones calculadas y exageraciones escogidas sobre quién es él. Cierro los ojos y los veo, a Rico y a Petrarca, dándose la matraca sin tregua, aunque sin que pueda yo pillar nada porque todo, todo lo dicen en latín. Bienaventurados.

Portada del libro 'Petrarca' de Francisco Rico. Editado por Arpa.

Petrarca. Poeta, pensador, personaje

Francisco Rico
Arpa, 2024
180 páginas. 18,90 euros

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.
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