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Columna
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Leyes de memoria histórica y concordia por narices

Como todas las palabras bibelot, la concordia no solo es un significante vacío, sino que siempre llega tarde y subraya lo innecesario

Vista de la Plaza de la Concorde, en París (Francia).
Vista de la Plaza de la Concorde, en París (Francia).Benoit Tessier (reuters)
Sergio del Molino

Concordia es una palabra que debió extinguirse del lenguaje el día en que el Concorde se estrelló. Concordia es una plaza de París donde estuvo la guillotina y hoy se erige el obelisco que un virrey otomano de Egipto regaló a Francia en señal de vasallaje y sumisión (y, por tanto, concordia). Concordia es la palabra que pronuncian los que accionan la guillotina cuando se les cansa el brazo, miran el cesto de las cabezas cortadas y calculan que ya hay suficientes y es hora de colocar un obelisco. Entonces, hablan de concordia con el mismo énfasis que antes ponían en la sangre. Concordia es una palabra solemne y cursi, apropiada para brindis al sol de revolucionarios de las revoluciones pasadas y para aliñar homilías arzobispales. Es el equivalente léxico a un palio, una cornucopia o una lámpara de araña demasiado grande para un salón de techos bajos. Puesta en un texto, la concordia estorba, como una antigüedad hortera que no pega con el resto de los muebles. A nadie le gusta —salvo a quien la puso ahí—, pero no se atreven a llevarla al rastro.

Como todas las palabras bibelot, la concordia no solo es un significante vacío, sino que siempre llega tarde y subraya lo innecesario. En relación con el pasado, la dictadura y la represión política, España no necesita concordias como las del título de las leyes que quiere imponer Vox, sino justicias y reparaciones. Ya tuvimos bailes, responsos y abrazos, ya echamos los pelillos a la mar en 1977. De lo que se trataba con las leyes autonómicas de la memoria, que complementan la ley nacional y la hacen operativa, era de enterrar a los muertos. Lo estábamos consiguiendo. Con eones de retraso, haciendo esperar demasiado a los hijos y los nietos de las víctimas, pero estábamos consiguiendo al fin que el Estado se hiciera cargo de la barbarie y que los muertos se enterrasen según los deseos de sus deudos. Sacar sus huesos de las cunetas es un imperativo democrático esencial y ajeno a la discusión ideológica. Puede que las leyes de memoria llevasen demasiada farfolla retórica y que se propasaran un tanto al legislar sobre la discusión historiográfica e intelectual sobre el pasado, que debe ser libre, pero el objetivo fundamental era enterrar bien a los muertos. Y se estaba consiguiendo.

Vox cambia la justicia elemental por la concordia, y lo hace forzando el brazo del PP, al que tanto le costó asimilar esta demanda. Nos quieren plantar un obelisco egipcio que no pega con la plaza. Concordia por narices. Concordia y a callar.

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Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).
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