Horarios de izquierdas y de derechas
Para cada asunto hay quien te encasilla en una ideología solo con que opines, como en uno de aquellos test que publicaban las revistas de adolescentes
Una hipótesis para pensar que en España se cena tan tarde y los restaurantes abren hasta tan tarde es atribuirlo al clima, tan soleado, o a la forma en que tenemos de repartirnos los tiempos, con jornadas largas y alargadas. Otra hipótesis, quizá menos plausible, pero quién podría negarla, es que estiramos las sobremesas porque tenemos más debates y más encendidos que en otros países, y no es entonces que nos gritemos, sino que sabemos que tenemos razón. En España siempre hay algo con lo que polemizar y por lo que discutir como, por ejemplo, el horario de los restaurantes, por mucho que esa apenas sea una parte de la cuestión. La cuestión entera implicaría hablar también de las horas de trabajo y de cómo están pagadas las horas, si es que se pagan todas. La pregunta es si, además de horarios del trabajo, no habría que hablar en algunos casos de la inspección de trabajo.
Ocurre con los restaurantes, y con lo demás, un fenómeno que se da mucho aquí y que no sabría decir si se da con la misma magnitud en otros lugares, porque no conozco a ningún país tanto como al mío. Ocurre aquí que, para cada tema, hay alguien que te encasilla como de izquierdas o de derechas solo con que expreses una opinión sobre un asunto, como si hubiera paquetes ideológicos —que igual los hay— y fuera posible hacer uno de aquellos test que publicaban las revistas de adolescentes, que te decían el tipo de persona que eras solo con responder a tres preguntas: si has contestado sí tres veces eres un ultraconservador.
Ya se sabe que te debería resbalar lo que digan de ti porque, si los otros lo hacen, lo más normal es que también tú repartas etiquetas por más que te lo niegues, pero será bueno asumir cómo funciona la época: primero se opina de todo, que para eso están las redes sociales, y luego una simplificación permitirá decirte si eres de izquierdas o de derechas, siendo muy de derechas seguramente esto que acabo de escribir.
Sucede así con todo: el fútbol, la lectura o la apertura de los restaurantes; o sea, aquello para lo que a priori no haría falta ideología y que resulta, por supuesto, lo más ideológico. Si se regulan los horarios y se respetan, si se pagan las horas al precio que se deben y si se cumplen los estatutos del trabajo se entiende que la restauración adapte su funcionamiento al ritmo de vida que llevan sus clientes, lo que puede contribuir al desarrollo de otros sectores: mucha gente que vaya al cine o al teatro o a un partido de baloncesto querrá ir a cenar al acabar.
Quizá pase, sin embargo, que el problema no esté tanto en los horarios como en las condiciones precarias de muchos sitios, según denuncian los sindicatos, y que mientras muchos restaurantes cumplen y generan una riqueza que nadie discute hay otros que se aprovechan. Hablar del horario está bien, pero se queda corto. Y se puede defender eso sin pensar que te convierte en el guardián de la libertad o, más bien, de una idea tan excluyente de la libertad que, al final, resulta ser la contraria de lo que se presume.
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