El voto caprichoso
La politización de estos tiempos puede llevar a una despolitización por la vía de la paradoja: hay tantas marcas vendiendo lo mismo que el mercado ideológico se ha devaluado. Así es muy difícil que un proyecto político, sea cual sea, cuaje
Yo solo me atrinchero en las cuestiones importantes: milito con fervor en el sincebollismo en la tortilla de patata o en los tres vuelcos canónicos del cocido madrileño, pero soy voluble y caprichoso con otros asuntos menores, como el sentido del voto. Muchísima gente en el llamado bloque progresista comparte mi ligereza, y le da lo mismo votar rojo, rosa, morado o pastiche. Los partidos del lado izquierdo del muro suben y bajan con cambios de ritmo y compás tan impredecibles como un ballet contemporáneo. Aquí ya no hay compromisos duraderos ni lealtades de piedra: todos los partidos, salvo el PP, se dirigen a un votante de afectos fugaces, que se apasiona y se enfurruña con facilidad.
La politización de estos tiempos puede llevar a una despolitización por la vía de la paradoja: hay tantas marcas vendiendo lo mismo que el mercado ideológico se ha devaluado. Así es muy difícil que un proyecto político, sea cual sea, cuaje.
Los análisis del derrumbe del PSOE y de Sumar en las elecciones gallegas señalan su debilidad territorial: encastillados en La Moncloa, pero menguantes o desaparecidos en las autonomías, donde los nacionalismos llamados de izquierda les comen la tostada, y para muestra un BNG. Otros apuntan a la amnistía como clave del desmoronamiento socialista (algo difícil de argumentar, pues los votos no se le han ido al PP, sino a un partido proamnistía mucho más fervoroso). Habrá más razones y todas tendrán su aquel, pero hay una corriente de fondo que se aprecia en más países y está relacionada con la crisis de la socialdemocracia, ese barco europeo que naufraga.
Las estrategias y alianzas de Pedro Sánchez tenían como objetivo evitar que el PSOE siguiera el camino griego o francés (ahora también parece un camino alemán). Hoy puede decirse que no solo no ha achicado agua, sino que quizás ha armado de poderes y razones a las fuerzas políticas que le disputaban eso que los politólogos llaman “su espacio”. Lo curioso es que esas fuerzas no vienen en España de su izquierda, sino de la periferia nacionalista: a la socialdemocracia no la está desplazando un discurso nuevo, sino ideas viejas del siglo XIX que suenan vanguardistas a esos votantes ligeros que no quieren saber nada de carnets, lealtades, tradiciones ideológicas o legados. El PSOE puede morir ahogado por el abrazo de sus socios. La cuestión es si está a tiempo de soltarse y volver a seducir a los electores que, como yo, solo hacen casus belli de las cosas importantes (y la política no es una de ellas).
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