Cuidado con la bandera
Los lectores escriben sobre la apropiación por la derecha de los símbolos nacionales, el consumo de drogas, el envejecimiento, la facilidad para comprar antidepresivos y la guerra en Gaza
Soy vigués, gallego y español por convencimiento. Me siento orgulloso de serlo. El problema es que estoy comenzando a generar cierto grado de recelo hacia lo que, en cualquier país, es un emblema fundamental: la bandera. La enseña nacional debe ser un símbolo de unión, un antídoto contra todo tipo de segregación, exclusión o polarización ideológica o social. Nuestra bandera está siendo utilizada y monopolizada por la derecha y la extrema derecha como algo identificativo de sus ideas. La utilizan como arma arrojadiza contra quien no piensa como ellos, la están profanando. Y eso es un juego muy peligroso. El “que caiga la bandera que ya la levantaremos nosotros”, parafraseando a quien ya en su día estuvo dispuesto a cambiar el bienestar y orgullo de todo un pueblo por alcanzar el poder, no vale, insulta y falta al respeto de los que pensamos.
Ángel Moisés Durán Iriarte. Vigo (Pontevedra)
Un rato que mata
No sé la razón del silencio y la impunidad de los que alimentan, sustentan y enriquecen a los narcotraficantes. No sé la razón de que nunca se diga que son los consumidores los que pagan y mantienen este negocio de muertes y corrupción. Mientras los consumidores de esas mortales sustancias pasan un rato divertido, de celebración y risas, el dinero que han pagado mata.
Amadeo Gutiérrez Sancho. Santander
El derecho a envejecer
Tengo 61 años y los signos externos de la edad comienzan a ser visibles. Llevo una vida sana y hago ejercicio. Sin embargo, me enfada mucho que actrices, cantantes y personajes públicos de más de 70, a base de someterse a continuos retoques estéticos y machacarse en el gimnasio, impongan un canon de belleza basado en la apariencia de juventud eterna que tiraniza y esclaviza a las mujeres mayores y las lleva a sentirse a disgusto con su imagen. Desde aquí reivindico el derecho a envejecer y a no ocultarlo.
Carmen Gil Martínez. El Puerto de Santa María (Cádiz)
Que me escuchen
Entro a la farmacia y me acerco al mostrador. Hablo con el farmacéutico y le digo el nombre del antidepresivo que me ha recetado el médico. Al salir, me abruma una sensación de vergüenza y debilidad. Miro el ticket y veo el precio: 3,41 euros. Cualquier ciudadano está a una consulta telefónica con el médico y 3,41 euros de sentirse algo mejor. La rapidez para acceder a un blíster de pastillas y la dificultad económica de pagar un psicoterapeuta me aterran. No quiero estar a 3,41 euros de sentirme mejor. Quiero que me escuchen.
Victoria Delfino Ferro. Madrid
Sigue la tragedia
Se nota la desesperación de la gente en Gaza que ya no sabe qué hacer para no caer en un bombardeo, la resignación de quienes creen que, tarde o temprano, caerán todos. Y oigo esto más devastado aún porque me siento parte de ese mundo que esperan que haga algo para ayudarles.
Jesús Mejías Estepa. Arahal (Sevilla).
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