Encanallados o envilecidos
Los sectores izquierdistas y derechistas proclives a tender puentes con el adversario parecen perder la batalla frente a quienes a ambos lados proclaman “al enemigo, ni agua”
Si el artículo de Javier Cercas Un llamamiento a la rebelión, donde arremetía duramente contra los pactos de Pedro Sánchez con Carles Puigdemont para lograr la investidura como presidente del Gobierno de España, pretendía ser un aldabonazo en la conciencia de muchos votantes de izquierda, como venía sugerido desde el mismo título, habrá que acordar que la pretensión se ha saldado con un rotundo fracaso. Porque la verdad es que su escrito no ha dado lugar prácticamente al menor debate en el seno de dicho sector. Al contrario, en esa orilla más bien ha recibido sobre todo un llamativo silencio y, cuando no, groseras descalificaciones ad hominem. Como, por cierto, parece empezar a convertirse en costumbre en algunos sectores de la izquierda.
Llama la atención, en ese sentido, la reacción antintelectualista que se viene detectando desde hace un tiempo por parte de otros presuntos intelectuales, también declaradamente de izquierdas, pero alineados sin fisuras con el actual poder establecido. Lejos de entrar en el debate de ideas, estos últimos (también en relación con otros autores discrepantes, dicho sea de paso), a lo que se han dedicado ha sido a formular juicios de intenciones. Aunque tal vez fuera más propio decirlo en singular, porque es una y siempre la misma supuesta intención la que se denuncia: todos aquellos que exponen algún tipo de reservas respecto a la línea oficial marcada por los partidos autodenominados como progresistas, se nos dice, lo hacen porque han dejado de tener poder e influencia y, en consecuencia, respiran por la herida de su resentimiento.
En la otra orilla, el artículo de marras ha obtenido más eco, como podía resultar previsible, pero quizá no el que muchos podían imaginar. Porque Cercas ni mucho menos ha sido recibido por la derecha como el hijo pródigo que al final regresa a la casa del padre, como con tantos otros autores de izquierda discrepantes con el poder actual viene sucediendo últimamente, sino más bien con un manifiesto recelo. Es posible que ello sea debido a que, aunque en la primera mitad de su escrito utilizaba argumentos que podían resultar perfectamente asumibles por sectores conservadores, terminaba con una severa descalificación de la totalidad de nuestros políticos, acompañada de una defensa de la lotocracia, esto es, de la elección por sorteo de los representantes de los ciudadanos. En ambos extremos —descalificación y propuesta— ha perseverado el autor en su posterior Democratizar la democracia.
Parece razonable suponer que a determinados sectores de la derecha les ha puesto de los nervios que Cercas prefiera antes el sorteo que la alternancia, y lo han interpretado como una insistencia en la misma lógica que les ha impedido alcanzar un poder que creían tener al alcance de las manos. La lógica en cuestión podría resumirse en esta máxima: cualquier opción es mejor que una victoria del PP. Y si ese planteamiento sirvió hace unos meses para defender al PSOE como mal menor frente a la ultraderecha, en los dos artículos mencionados continúa vigente, aunque ya solo sea para dejar claro que su autor prefiere que nuestros representantes públicos sean escogidos en una rifa antes que una victoria de los conservadores.
En todo caso, las críticas de la derecha tienen como argumento de refuerzo una actitud que parece estar haciendo callo en dicho sector y que bien podría resumirse en ese “demasiado tarde” dedicado a Cercas. De ser así, nos encontraríamos ante uno de los efectos últimos del encanallamiento de la vida política que venimos padeciendo desde hace ya un tiempo, incrementado sin duda en los últimos meses. Los sectores de ambas orillas proclives a tender puentes de entendimiento con el adversario político parecen estar perdiendo la batalla frente a quienes, también en ambos lados, proclaman la consigna “al enemigo, ni agua”.
Pero Cercas en realidad se ha limitado en sus dos escritos a intentar poner voz a un sector de votantes del PSOE que, considerándose plenamente de izquierdas, han experimentado un profundo malestar ante determinadas iniciativas del partido al que habían votado, malestar que en algunos de ellos ha llegado hasta el bochorno. Se podrá compartir o no este punto de vista, pero lo que no es de recibo es silenciarlo o, lo que viene a ser lo mismo, rehuir el debate a base de descalificar a quienes lo promueven, y menos aún con una argumentación ad hominem tan grosera como la antes señalada. Al igual que tampoco resulta aceptable la descalificación sumaria y masiva que buena parte de la derecha viene haciendo de la totalidad de los votantes de izquierdas, una descalificación enrabietada que resulta insostenible por completo desde el punto de vista democrático. Apenas con diferentes palabras: los unos no parecen dispuestos a aceptar de buen grado la crítica como parte de un debate ciertamente controvertido; los otros no tienen la menor intención de hacer prisioneros. Mal vamos como país si la única opción que se dibuja en nuestro horizonte es “o encanallados o envilecidos”.
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