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Columna
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Sin cuota catalana

La presencia del PSC en responsabilidades de primera línea en el PSOE se ha jibarizado

Imagen de una captura de televisión del secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán, este sábado en el aeropuerto de Ginebra.
Imagen de una captura de televisión del secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán, este sábado en el aeropuerto de Ginebra.EFE
Xavier Vidal-Folch

Cosas veredes. Por lo que se sabe, la primera reunión de la Mesa de diálogo PSOE-Junts, orientada a encauzar la cuestión catalana, no contó con catalanes explícitamente constitucionalistas y favorables a la reconciliación: o sea, del PSC. Ya acontenció durante la gestación del pacto sellado por Santos Cerdán y Jordi Turull el 9 de noviembre.

Y su concurrencia en responsabilidades de primera línea se ha jibarizado. Aportaba a Merixtell Batet (la cabeza de lista socialista más votada el 23-J) en la presidencia del Congreso, a la sólida parlamentaria Eva Granados como portavoz del PSOE en el Senado, y a los ministros Miquel Iceta y Raquel Sánchez. Estos cuatro puestos se reducen a uno, el de Jordi Hereu —ordenada cabeza socialdemócrata y ¡por fin! empresarial— en Industria.

Es raro, incluso si vemos un próximo retorno de Iceta a palancas de influencia: lógico, tratándose del coautor, con Afredo Pérez Rubalcaba, de la Declaración de Granada del PSOE (2023), su texto más federalista. Y el inspirador de la estrategia de concordia con los levantiscos: fue el primero en proponer su indulto... que le pagaron boicoteando su baza de presidir la Cámara alta.

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Raro. Pues igual que Cataluña seguiría habitando el marasmo si Pedro Sánchez no hubiese cubierto una legislatura, éste tampoco habría sido reelegido sin el espectacular éxito del PSC, que contó con 1,2 millones de votos, 258.000 más que Esquerra y Junts, los dos grupos parlamentarios indepes, juntos. Por supuesto que un Gobierno no es solo un lego de cuotas territorales, de género, profesionales o generacionales, pero las tenues explicaciones de esa evaporación, siempre despachadas en sordina, son nimias: que si como Cataluña ya será asunto clave de la legislatura, conviene no abrumar; que si había que primar a otros territorios; que si el socialismo catalán no lo necesitaba.

Los problemas son otros. Si el Gobierno —más exactamente, su ala sociata— puede prescindir del impulso federal de su gente más federal. Si las mesas de diálogo visualizarán que los catalanes más votados quedan fuera, bendiciendo así las presuntas exigencias de Waterloo de excluir a su líder, Salvador Illa.

La ausencia del socialismo catalán genera costes al PSOE. Si a Cerdán le hubiese flanqueado alguien con memoria directa de todas las peripecias de la intentona de 2017, la esencial —las leyes de desconexión del 6 y 8 de septiembre, que quebraron el orden constitucional— no habría quedado exenta de crítica en el restreñido y sesgado texto del pacto PSOE-Junts. Ni su textura sobre la “judicialización de la política” —burdo yerro político, no solo literario— habría enconado a los jueces. Ustedes mismos.


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