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COLUMNA
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Vox nos da igual

La campaña en la calle contra la amnistía instrumentaliza el lenguaje del patriotismo para disimular que su objetivo es la lucha por el poder y la frustración por no haberlo conseguido

La expresidenta de la Comunidad de Madrid Esperanza Aguirre, el día 4 en la protesta contra la amnistía cerca de la sede del PSOE en la madrileña calle de Ferraz.
La expresidenta de la Comunidad de Madrid Esperanza Aguirre, el día 4 en la protesta contra la amnistía cerca de la sede del PSOE en la madrileña calle de Ferraz.Rodrigo Jiménez (EFE)
Jordi Amat

Uno de los principales problemas a los que se enfrenta la derecha española es no haberse dotado de un discurso cultural que le permita marcar distancias con Vox. Así, una gran noche Esperanza Aguirre anima a invadir la vía pública para protestar frente a la sede del PSOE y, de repente, sin darte cuenta, tienes trumpismo cotidiano en su variante cañí o cayetana sin que se activen las alertas democráticas del sector conservador al ver en directo cómo tu lideresa llama “hijo de puta” al presidente del Gobierno al tiempo que coagula en la calle un movimiento neofranquista que patrimonializa con violencia una idea excluyente de nación. No ha sido casualidad. Desde 2018, apenas se ha elaborado una alternativa moderada; solo valía la ofensiva. Durante los últimos años, tras la implosión de Ciudadanos, la mayoría de los satélites intelectuales que están orbitando en torno al PP han concentrado sus esfuerzos ideológicos en la construcción del monstruo del sanchismo. Ahora, de una manera agónica, llevan hasta el paroxismo esta apuesta militante. La paradoja es que, a pesar de presentarse como adalides de la defensa del Estado de derecho, no están en condiciones de reaccionar cuando conceptos como dictadura, golpe de Estado o guerra civil se normalizan en el debate político. Mejor hagámonos unas risas: me gusta la fruta porque, en realidad, Vox nos da igual.

Acaba de publicarse El peso del tiempo, de Oriol Bartomeus. La tesis principal del ensayo es que la situación política que atraviesa España responde a la intensidad de un profundo cambio generacional que apenas ha sido advertido y que se ha sincronizado con la solidificación de un mundo muy distinto al que dio forma la generación que hizo y vivió la Transición. Uno de los elementos que configuran este nuevo mundo, al decir de Bartomeus, es la existencia del que denomina con ironía “complejo electoral industrial”: asesores, consultores y lobistas, agencias de comunicación o expertos en demoscopia, pero también tertulianos profesionales o medios de comunicación cuya función es excitar al elector y actuar como interesados aceleradores de polarización. Son centenares de personas que dependen de captar la atención y, en el caso de la mayoría del ecosistema comunicativo de Madrid, su viabilidad los vincula al poder económico e institucional que se concentra en la capital. La retroalimentación entre dicho poder y el discurso que se elabora y propaga desde esos medios es evidente. Y diría que el PP tiene un problema con esta dinámica, porque ese discurso que se chala con el sanchismo, si sigue con su actual deriva argumental, solo puede radicalizarse e impedir la necesaria deslegitimación liberal y conservadora de Vox, que hoy es la principal amenaza democrática en España como los nacionalismos populistas lo son en el resto de Europa.

Claro que el sanchismo debe ser discutido. Claro que el relato de Junts en el acuerdo con el PSOE es una infamia. Claro que la ley de amnistía, cuyo fundamento cívico es problemático, se ha tramitado porque Sánchez no habría sido investido sin ella. Pero la campaña en la calle contra la amnistía, cuyos principales impulsores son los partidos que esperaban gobernar y que cuentan con el apoyo de su “complejo electoral industrial”, no está planteada como una discusión sobre la constitucionalidad de una medida sin duda excepcional, sino que instrumentaliza el lenguaje del patriotismo y se excitan las pasiones tribales para disimular cuál es su objetivo político real: la lucha por el poder y la frustración por no haberlo conseguido cuando se consideraba que caería como una fruta madura. No ocurrió así. “Las estrategias de la crispación de las que venimos a hablar”, le dice José María Maravall a Íñigo Errejón dialogando en el último número de tintaLibre, “tienen que ver con estrategias de hacerse con el poder para dividir la fortaleza que pueda tener el adversario, de desmovilizar a los votantes del adversario, de bloquear algunas políticas que han sido una obsesión para ellos”. Así estamos. Mientras esa estrategia no sea problematizada, en el fondo, estaremos diciendo que Vox nos da igual.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.

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