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tribuna
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¿Un diseño institucional integrador?

Cualquier modelo de Estado que aspire a ser estable necesita de un paso previo: que todos quieran formar parte de él. El problema es que el separatismo no quiere

Manifestantes queman una bandera de España durante la manifestación por el sexto aniversario del 1 de octubre, en Barcelona.
Manifestantes queman una bandera de España durante la manifestación por el sexto aniversario del 1 de octubre, en Barcelona.Enric Fontcuberta (EFE)
Ignacio Urquizu

Hace unas semanas, Ignacio Sánchez-Cuenca publicó en este periódico un artículo muy interesante sobre el problema territorial de nuestro país (EL PAÍS, 6-9-2023). La idea principal de su texto es que nuestro diseño institucional no es suficientemente integrador con las nacionalidades históricas. La plurinacionalidad no encuentra acomodo en el modelo territorial diseñado por nuestra Constitución. Una plurinacionalidad que, además, es rechazada por el nacionalismo español.

Esta idea se acompaña de un segundo argumento: el nacionalismo español se vincula a valores negativos. No es baladí que cuando habla de las culturas políticas que hay en los diferentes territorios, el indicador para la comparación sea el voto a la extrema derecha. Dice el autor: “Vox no consiguió ningún diputado en Galicia y País Vasco (tampoco en Navarra) y tan solo dos en Cataluña (de los 48 diputados que se elegían en las provincias catalanas). En el resto de España, la cosa fue bien distinta, obteniendo Vox en torno a un 15% del voto en casi todas las demás comunidades autónomas”.

Considero que el análisis que hace Sánchez-Cuenca, contiene tres errores. El primero de ellos es que presupone que los independentistas se quieren integrar. Para que un “diseño integrador” de nuestras instituciones tenga alguna posibilidad de éxito, los independentistas deberían asumir que forman parte de un todo y que toda reivindicación debe circunscribirse al conjunto de la unidad. En la medida que los objetivos de los nacionalistas son la separación de una parte del todo y la exclusión de aquellos que no comparten su identidad, cualquier diseño integrador se convierte en una quimera. Cualquier diseño institucional que aspire a ser estable y perdurable en el tiempo, necesita de un paso previo: que todos quieran formar parte de él. Y el separatismo se caracteriza por querer tener sus propias estructuras de Estado.

Un segundo error que se observa de forma sistemática en el debate territorial es que se habla muy poco de la propia pluralidad de las sociedades catalana y vasca. Quizás Sánchez-Cuenca tenga razón cuando dice que “históricamente, ha habido una falta de reconocimiento político o, en el mejor de los casos, un reconocimiento indirecto y vergonzante de la realidad plurinacional española”. Pero no es menos cierto que esa actitud también se observa en los propios nacionalistas. Los líderes independentistas dicen hablar en nombre de sus sociedades, sin reconocer la pluralidad de las mismas. El 23-J, en Cataluña las fuerzas no nacionalistas sumaron el 70% de los votos y obtuvieron 34 de los 48 escaños. En el País Vasco, la correlación de fuerzas estuvo más igualada: PNV y Bildu sumaron el 48% de los votos y 10 de los 18 escaños. En ambos territorios, la primera fuerza política fue el PSOE.

El tercero de los errores es presentar una idea de España un tanto sesgada. Es muy común asociar la idea de la nación española a la extrema derecha o al franquismo, como si, por ejemplo, Manuel Azaña o Indalecio Prieto no hubieran defendido una idea de España frente a los nacionalistas en la Segunda República y en el exilio. El historiador Ricardo Miralles, en su obra Indalecio Prieto. La nación española y el problema vasco. Textos políticos, señala cómo el histórico dirigente socialista acaba concluyendo que no hay un problema vasco, sino que es un problema con el “separatismo”. Tal y como recoge Miralles, Prieto en 1942 mandó una carta al histórico dirigente del Comité Central Socialista de Euskadi, Sergio Echeverría, donde acaba concluyendo: “El problema del separatismo me preocupa tremendamente, porque si se presentasen circunstancias favorables al restablecimiento de las instituciones democráticas de España, nos encontraríamos con un problema gravísimo”.

Además, si es cierto que existen distintas culturas políticas en nuestros territorios y el voto a Vox es una forma de medirlo, esta realidad es más compleja de lo que presenta Sánchez-Cuenca. Aunque trata de mostrar a las comunidades históricas como ajenas al votante de extrema derecha, lugares como Canarias, La Rioja o Asturias también contaron con porcentajes muy reducidos de apoyo a Vox. De hecho, el 23-J, el único territorio donde crecieron los votantes del partido de Santiago Abascal fue Cataluña.

Existen soluciones que quizás no resulten tan sexis como “una oportunidad histórica”. El primer paso sería reconocer no solo la plurinacionalidad de España, sino también la pluralidad identitaria de cada uno de los territorios. En segundo lugar, cualquier diseño institucional integrador debería perseguir hacer más fuerte al todo y no debilitarlo. En el debate territorial, echo de menos conceptos como solidaridad, cohesión… Finalmente, cualquier diseño institucional integrador no puede ser solo un acuerdo de la izquierda con los nacionalistas y regionalistas. Si la Transición sí fue una “oportunidad histórica” fue porque puso de acuerdo a la inmensa mayoría de los representantes políticos, siendo refrendado por el 88,5% de la ciudadanía que participó en el referéndum de 1978. Cualquier solución institucional al debate territorial, no puede ignorar a la mitad de la sociedad.

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