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Columna
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¡Quieto todo el mundo!

En los últimos días, Feijóo leyó algunas cosas que le hicieron pensar si tanto aplauso se lo creerá alguien, si tanto azúcar no provocará diabetes de credibilidad

Alberto Núñez Feijóo es aplaudido a su llegada al Congreso, este miércoles.
Alberto Núñez Feijóo es aplaudido a su llegada al Congreso, este miércoles.Claudio Álvarez

Les voy a contar un cuento. Don Alberto recibe los diarios a primera hora. Este miércoles, mientras apuraba el café y le venía a la mente la dama de rojo que le esperaba en el gallinero de invitados, leía a algunos de los columnistas de confianza. En los últimos días, durante la preparación de la investidura a la que se presentó para que no se le pusiera cara de Casado, leyó algunas cosas que le hicieron pensar si tanto aplauso se lo creerá alguien, si tanto azúcar no provocará diabetes de credibilidad.

Don Alberto leyó en El Mundo a don Federico Jiménez Losantos, afamado maestro del insulto, arte que domina como Modric el pase con el exterior del pie. Leyó que había demostrado “capacidad y liderazgo, solvencia y credibilidad”, además de “tono, tranquilidad” y hasta una forma especial de mirar a don Pedro de arriba abajo (les pasa a muchos, don Federico, no se preocupe), al estilo de aquella canción de El Norte: “¡Todo en ella me fascina, su mirada me domina!”.

Hace un año, don Federico cagaba a insultos a don Alberto y ahora le pide que se consuele porque “ha cogido la posición y ha asumido los galones de jefe de la oposición contra la demolición del régimen constitucional”. Don Alberto se miró al espejo tras afeitarse, el espejo le devolvió la imagen de Casado y se preguntó por qué se le ocurrió venir a Madrid a pasar este calor, con lo bien que estaba acurrucado por La Voz de Galicia, sin tanto ultra de la fachosfera madrileña.

¿Tal vez Jorge Bustos fue un poco más comedido en el halago?, se preguntó don Alberto. Ya con el desayuno servido, agarró la columna de Bustos en El Mundo y se alegró de no ser el protagonista, porque arrancaba atizando a Óscar Puente, a quien llamaba gorila (no es chiquito, no), pero era un espejismo y pronto volvía el almíbar que ya desplegó en la campaña electoral cuando las calles se llenaban de pétalos de flores ante el paso de don Alberto.

Contó el martes Bustos que don Alberto había cumplido el reto de “dominar a lo largo de varias horas los ritmos y los tonos de una tribuna que suele intimidar a los debutantes”, que lo había hecho “bajo la certeza de una derrota aritmética” y que había trascendido “la mera representación partidista para reclamarse heredero del espíritu de la Transición”. Con un micrófono de la Cope en la mano dijo: “El resultado nos da igual”. No se pongan ustedes a cantar que están leyendo un periódico.

En el coche, camino a Génova, leyó a Garrocho. El jefe de Opinión de Abc intentó animar al gallego escribiendo que “la derrota en política siempre es transitoria”. Pero le dijo también que don Alberto “no es Castelar ni Obama” y uno no entiende qué necesidad hay de ser tan cruel.

La misma idea de que perder es ganar, de que para qué vas a gobernar, alma de cántaro, si puedes perder con alegría porque hacerlo “defendiendo los principios y valores liberales y de centro no es un fracaso”, le escribió Daniel Lacalle. Y don Alberto pensó que algún día será como Felipe González, y la derecha le tratará mal. Pero entonces pensó que la izquierda le querrá un fisquito, aunque sea para atizar a una presidenta de derechas.

No todo fue investidura y conversiones al felipismo, nuevo credo de los reaccionarios, que han convertido en prócer de la patria a quien querían encerrar con Vera y Barrionuevo. En El Mundo, Iñaki Ellakuría volvió al asunto Rubiales. Escribió que si las futbolistas no denuncian ante la justicia pasadas discriminaciones “crecerá la sospecha de que su actuación es un chantaje que busca cobrarse viejas facturas, aprovechando su éxito, el terror general a no contrariar la corrección política y la fuerza de un feminismo punitivo que pretende derogar el Estado de derecho”.

Y uno, mientras da forma a este cuento que encontrarán ustedes por aquí cada jueves, imagina a Alexia Putellas, Olga Carmona o Misa Rodríguez, tricornio calado y pistola en mano, subiendo a la tribuna del Congreso al grito de “¡quieto todo el mundo!”, justo cuando don Alberto miraba de arriba abajo a don Pedro.

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