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Columna
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La izquierda anti-‘woke’

El objetivo de Sahra Wagenknecht, la figura más relevante de Die Linke, es distanciarse de la superioridad moral de la nueva izquierda culturalista, ecologista, feminista y anticolonialista

Sahra Wagenknecht, en una imagen de archivo.
Sahra Wagenknecht, en una imagen de archivo.A. BECHER (EFE)
Fernando Vallespín

Antes de fin de año es casi seguro que se producirá una escisión en Die Linke, el partido alemán más a la izquierda. Sahra Wagenknecht, su figura más relevante y carismática, está a punto de crear un nuevo partido. Con ello no solo produciría la práctica desaparición parlamentaria de su partido originario, ahora mismo al borde del límite del 5% necesario para acceder al Bundestag, sino que también, y esto es lo extraordinario, puede desinflar considerablemente las expectativas de la extrema derecha, la AfD. ¿Cómo es posible, se preguntarán, que la cara más visible de la extrema izquierda puede atraer a la vez a votantes más ultras de la derecha? Según los sondeos, podría llegar a alcanzar el 10% de los votos totales, más que duplicando los de su partido original, pero podría llevarse 4 de cada 10 votantes de los dos partidos mencionados. En esto consiste el enigma del “conservadurismo de izquierdas” que dice representar. ¿Aparte de su carisma, qué es lo que la hace tan atrayente para quienes se colocan fuera del establishment?

En su libro Die Selbstgerechten (Los fariseos), no deja títere con cabeza. Su objetivo es distanciarse de la superioridad moral de la nueva izquierda culturalista, ecologista, feminista y anticolonialista, que habría sido conquistada por el liberalismo de izquierdas de raigambre woke; esto es, del discurso que se habría hecho fuerte en partidos como Los Verdes para desde allí buscar su hegemonía en la opinión pública.

Al final se acabaría enredando en cuestiones sobre qué estilos de vida son los políticamente correctos en vez de sobre lo que de verdad debería preocupar a la izquierda: las cuestiones relativas a quién ostenta el verdadero poder; el económico, por supuesto. A aquellos les preocupa más, a la postre, fiscalizar el lenguaje para sostener el blablablá feminista y ecologista que cambiar la base material que hace imposible la cohesión social o que pueda traducirse en algo verdaderamente emancipador. Dicho en buen marxista, serían recursos ideológicos destinados a encubrir la reproducción del poder de siempre, el del capital; cambiarlo todo para que todo siga igual. Las empresas reemplazan sus fuentes de negocios mediante la creación de productos ecológicos o introduce mujeres en sus órganos de dirección, pero su situación de poder social permanece inalterada.

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Estos tics anti-woke son agua de mayo también para los electores de ultraderecha, así como el pacifismo radical de Wagenknecht en el conflicto de Ucrania o el establecer claros límites a la inmigración. Los hipermoralizados verdes no tienen ningún problema, dice, en aplaudir el rearme del país, y el problema no es ocuparnos de los asilados, sino de eliminar la explotación en África; antes de acoger a los de fuera hay que velar además por el bienestar de los de dentro. Lo que predica, en suma, conecta bien con gran parte de los grupos que votan a la AfD porque se sienten social y económicamente marginados y alienados por el nuevo discurso, que perciben como intolerante frente a quienes disienten de él. Lo que está por ver es si bastará para reconducirlos hacia una izquierda que se ve a sí misma como la “auténtica”, la de siempre. Aunque ya nada puede evaluarse con las categorías tradicionales.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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