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El éxito de la ultraderechista AfD abre grietas en el cordón sanitario alemán

Las disputas de los democristianos tras votar junto al partido extremista en el Estado oriental de Turingia evidencian que la normalización de Alternativa para Alemania gana terreno

Elena G. Sevillano
CDU AfD Alemania
Figuras del líder de AfD Björn Höcke, con el brazo extendido, y de los líderes de la CDU y el FDP en Turingia durante el carnaval de Düsseldorf en 2020.THILO SCHMUELGEN (Reuters)

Un pequeño terremoto político recorrió Alemania la semana pasada: los democristianos de la CDU consiguieron sacar adelante un proyecto de ley en el Parlamento de Turingia con los votos del partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD). Era solo una votación para rebajar un impuesto: ni una investidura ni mucho menos un acuerdo para formar un Gobierno de coalición. Pero igualmente suponía la ruptura de un tabú político, una brecha en la convención por la que la extrema derecha alemana debe tener vetado cualquier espacio de la vida pública. Era, en definitiva, una sacudida al cordón sanitario contra AfD que hasta hace poco se mantenía firme y sin titubeos. El episodio de Turingia, que se produce en un momento en que la ultraderecha lidera las encuestas en el Este del país, evidencia el riesgo creciente de que la normalización de la ultraderecha vaya ganando terreno.

El líder de los conservadores, Friedrich Merz, asegura tajante que no existe tal brecha en el cordón sanitario, o cortafuegos, como se conoce en Alemania. Afirma que su partido mantiene inquebrantable la prohibición de cooperar de cualquier forma con AfD y viene a decir, como expresó el barón de la CDU en Turingia, Mario Voigt, que su formación no tiene la culpa de presentar una buena ley que otros, por desagradables que sean, decidan apoyar. “No podemos supeditar la solución de los problemas a que el bando equivocado respalde la solución”, señaló Merz antes de la controvertida votación.

Sin embargo, este movimiento de la CDU llega en medio de un largo debate interno sobre si se debería empezar a cooperar con la AfD, dónde y en qué medida. El propio Merz echó gasolina al fuego hace unos meses al sugerir colaboraciones puntuales con los ultras a escala municipal. En realidad pedía pragmatismo después de que esta formación consiguiera su primera alcaldía y su primer Gobierno de distrito rural, este último precisamente en Turingia. Al día siguiente se vio obligado a rectificar ante el aluvión de críticas, pero sus palabras dejaron un poso que se interpreta como la señal de un cambio. Ahora la polémica votación de Turingia ha venido a confirmarlo.

Aunque Merz trate de restar importancia a lo ocurrido, en su partido surgen voces que cuestionan ese voto conjunto, del que también participaron los liberales del FDP (socios de Gobierno del socialdemócrata Olaf Scholz junto a Los Verdes). El presidente de Schleswig-Holstein, Daniel Günther, ha recordado que el partido descarta en sus estatutos cualquier tipo de colaboración con AfD y calificó de error la votación. Las normas internas aseguran literalmente que “la CDU de Alemania rechaza las coaliciones y formas similares de cooperación tanto con el Die Linke [La Izquierda, la formación poscomunista] como con Alternativa para Alemania”. Esta en concreto se aprobó en un congreso de 2018.

El barón democristiano de Renania del Norte-Westfalia, Hendrik Wüst, no ha sido tan contundente, pero ha apuntado que las condiciones en el Parlamento de Turingia eran difíciles y que habrá que analizar los antecedentes de la votación. Lo que sí quiso destacar es que el líder de AfD en Turingia, Björn Höcke, es una persona con la que no se debería “hacer nada en absoluto”.

Consignas nazis

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Mientras el partido ultra a escala nacional es sospechoso de suponer un peligro para la democracia, la rama regional de AfD en Turingia está clasificada formalmente como extremista de derechas y como tal es vigilada por los servicios secretos alemanes. Su líder, Höcke, es el ideólogo del ala más radical del partido, acumula cada vez más poder en la formación, y está pendiente de juicio por usar consignas nazis en sus mítines. La medida de su radicalidad la da el hecho de que un tribunal permitiera en 2019 que sus críticos —y la prensa— le tildaran de “fascista” sin miedo a recibir una querella. El diputado democristiano Kai Whittaker también ha lamentado públicamente en su cuenta de X (antes Twitter) la colaboración con AfD, más aún por producirse precisamente en Turingia, la agrupación más claramente xenófoba.

Pero es en Turingia, y en los otros antiguos Estados de Alemania Oriental, donde mejor se evidencia el dilema al que se enfrenta la CDU. La ultraderecha lidera las encuestas en cuatro de los cinco länder del este (Brandeburgo, Sajonia, Mecklenburgo-Antepomerania y Turingia) y apenas falta un año para las elecciones en tres de ellos. AfD se beneficia de la preocupación de los alemanes por la inflación y las inciertas perspectivas económicas. En las encuestas nacionales se encuentra en segundo lugar, con el 21% o 22% de intención de voto. Un éxito que genera dudas sobre cuánto puede durar el cordón sanitario como se conocía hasta ahora.

La situación es endiablada para la CDU. ¿Debería mantenerse en el centro o lanzarse a dar la batalla de los temas que dan rédito a los extremistas? En esa discusión ideológica se encuentra ahora el partido, que ve cómo va a ser cada vez más difícil formar gobierno al tener que excluir a una formación que arrastra más del 30% del voto en algunos territorios. Últimamente, además, emerge otra discusión, la de qué se considera cooperación. El presidente bávaro, Markus Söder, líder del partido hermano de la CDU, la CSU, rechaza cualquier tipo de relación: “Aunque sea una charla de café en un parlamento local”, ha asegurado.

En la votación de Turingia, la CDU puede, de momento, afirmar que no hubo pacto previo, ni siquiera conversaciones sobre el asunto. Mantiene que desconocía si AfD respaldaría su propuesta. Muchos lo ponen en duda, entre otras cosas porque la cámara es pequeña (apenas 90 diputados) y sería fácil y discreto acordar cualquier cosa, pero ni la prensa ni el Gobierno tripartito que lidera el izquierdista Bodo Ramelow han podido demostrar que existió tal alianza.

Lo cierto es que a escala local ya se han producido varias votaciones conjuntas que han permitido tomar decisiones de gestión. En Radebeul (34.000 habitantes, Sajonia), la CDU y AfD votaron juntos para cambiar el nombre de una plaza y ponerle el de un cantante de ópera. La elección no era especialmente polémica, pero la moción partió de AfD y la CDU la apoyó, algo que en principio va contra las directrices de Berlín, recuerda un reportaje de la televisión pública ZDF, que ha buscado ejemplos de lo que podrían considerarse pequeñas brechas del cordón sanitario. En el Parlamento de Turingia, la propuesta no partió de AfD, pero para sus críticos fue igualmente, en palabras de Ramelow, “un pacto con el diablo”.

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Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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