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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La censura de lo políticamente correcto

La CUP hace ya tiempo que se esfuerza por hablar en femenino. Así van de modernos, feministas e, importantísimo, de izquierdas (parece ser que si utilizamos la lengua de otro modo no lo seremos)

Carmen Domingo
Una escena de 'La vida de Brian'.
Una escena de 'La vida de Brian'.

Vivimos la cultura de lo “políticamente correcto”. Raza, género, orientación sexual, incluso orientación política, ha de pasarse por el matiz de lo políticamente correcto y ¡cuidado con no hacerlo!

Históricamente han protagonizado esta cruzada el ámbito conservador, los tradicionalistas, los moralistas… sin embargo, ahora vivimos tiempos en que parece que es la izquierda, al menos una determinada izquierda, la que ha retomado esa bandera y la satanización de lo que no es políticamente correcto.

Activistas, modernos, periodistas, influencers o políticos —todos en el ámbito de esa izquierda— son capaces de hacer ruido en los medios para defender lo que es “sí o sí” correcto. Ellos, y nadie más, son los encargados de decirnos qué se puede o no decir en aras de esa corrección: ¿negro? no, “persona racializada”; ¿mujer? no, “persona menstruante” o “útero portante”... y así con todo. ¡Si hasta han intentado prohibido los conguitos por racistas!

Sin ir más lejos, la CUP hace ya tiempo que se esfuerza por hablar en femenino. Así van de modernos, feministas e, importantísimo, de izquierdas (parece ser que si utilizamos la lengua de otro modo no lo seremos, o lo que es peor, seremos retrógrados, fachas o reaccionarios). Sin embargo, ese uso del femenino genérico de la CUP —que no desdoblamiento de género— el pasado diciembre en el Parlament estuvo a punto de jugarnos en contra… a las mujeres. Pidieron una rebaja del 14% del sueldo de “las parlamentarias”, y los letrados tuvieron que recordarles que esa petición afectaría tan solo… a las mujeres, es decir, a las diputadas y no a los diputados. ¡Qué torpeza!<QF>

Dándole vueltas a esta idea andaba yo ayer cuando en televisión vi que habían programado La vida de Brian. Pues bien, casi con toda seguridad si esta película se hiciese hoy, el director estaría imputado por ofensa a los sentimientos religiosos, los actores estarían boicoteados y un buen número de tertulianos dirían que no había necesidad de esta provocación. Para muestra, un diálogo: “Desde ahora quiero que me llamen Loretta. Es mi derecho como hombre”, expresa uno de los miembros del Frente del Pueblo de Judea después de debatir sobre la importancia de señalar el valor de la presencia femenina, tanto en el vocabulario como en la sociedad. Ni que decir tiene que los activistas trans (tan frecuentes en estos días), furiosos por tal aseveración ridiculizante, se hubieran ofendido y hubieran vertido acusaciones de transfobia, y los talibanes de lo correcto hubieran tratado de prohibir la película, como lo han intentado con Lo que el viento se llevó o, ya en el terreno patrio, defenderían el destrozo de una calle del barrio de Gràcia de Barcelona decorada para las fiestas con indios y tipis por considerar el decorado “racista”.

Por eso yo, cuando el otro día leí que Alejandro Fernández, presidente del PP catalán, tuiteaba: “Mientras Cataluña arde, el Parlament se centra en lo importante”. Imaginé que hablaba de lo políticamente correcto y fui a la imagen a la que hacía referencia. En ella se leía un cuestionario que les hacen rellenar a los nuevos parlamentarios, donde les preguntaban si podían definir su género y les daban cuatro opciones: hombre, mujer, no binario, o prefiere no contestar. Lo primero es la sorpresa al descubrir que preguntaran por género y no por sexo (lo científico). Y luego ya se me ocurrió que quizá, puestos a rizar el rizo, les podrían haber propuesto las 60 identidades sexuales que había citado hace poco un diputado alemán.

Nada sorprende en aras de lo políticamente correcto. Meses antes, ya habíamos visto —en el mismo Parlament— cómo la imagen en la puerta de los lavabos de mujeres de la planta baja era sustituida por una donde había distintas imágenes —ninguna de mujer—, mientras la de los de hombres se mantenían igual. Lo diverso es políticamente correcto.

¿Qué hubiera pasado si se hubiera propuesto mantener lavabos de hombres y mujeres? ¿O si alguien contestara en la encuesta del Parlament que solo hay dos sexos y que el género es un constructo social? Pues a bien seguro que el que lo hiciera recibiría una buena amonestación.

Parece claro que hemos de andar con cuidado, porque en aras de la no discriminación se acaba discriminando a otros, por eso no debemos dejar que nos oculten la verdad con eufemismos, o la proscriban en nombre de lo políticamente correcto. En definitiva, y parafraseando a la feminista egipcia recién fallecida Nawal El Saadawi: “Nada es más peligroso que la verdad en un mundo que miente” y parece que la verdad, en los tiempos que corren, puede acabar siendo mal vista por no ser políticamente correcta.


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