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Columna
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Ínfulas o Cruz Roja

Necesitamos solidaridad continental, alianzas estratégicas y una regulación migratoria cabal que permita la llegada de personas por otros medios que la mafia y la ruleta del mar

Migrantes llegados este lunes a Lampedusa.
Migrantes llegados este lunes a Lampedusa.CIRO FUSCO (EFE)
David Trueba

Sería interesante analizar lo que ha ocurrido con el terremoto en Marruecos y las riadas en Libia no solo como un fenómeno de la naturaleza, sino también como un episodio más que habla sobre el carácter de los humanos. La incapacidad cerril para entender que la desigualdad económica es un factor criminal se une al desprecio más absoluto por la encrucijada climática en la que nos encontramos. Los miles de muertos ya ni se cuentan, pero si hubieran golpeado a una economía puntera nos encontraríamos ante un drama de obligado luto. Los países repartidos entre mafias de poder, como es el caso de Libia, carecen de instrumentos de prevención y ayuda. Sus élites están dedicadas íntegramente al saqueo. Por supuesto con nuestra complicidad, porque intervenimos para derribar los gobiernos que nos afrentan, pero luego somos incapaces de enderezar lo roto. Lo que no tenemos en cuenta del todo es que estamos hablando de dos desastres en lugares que son epicentros del conflicto migratorio. Marruecos efectúa para España un trabajo esforzado de contención, y cada vez que nuestras relaciones con ese país se enfangan, es la presión migratoria la que se convierte en una guerra de guerrillas. Junto a Libia, Argelia y Túnez se han convertido en la escala más escalofriante que atraviesan los emigrantes africanos. Según sus relatos, la crudeza del mar y la perversión de nuestras vallas son poca cosa comparada con las violaciones, la esclavitud y el dolor que les espera en esos lugares.

Pese a que el desafío migratorio es el gran problema de la Europa contemporánea, los líderes políticos siguen ganando elecciones con una apuesta reaccionaria y autoritaria. Es el caso de Italia, donde Meloni, una errática primera ministra, se aupó en las encuestas con la mano dura frente a la emigración. Puede darse por satisfecha, pues su gestión no solo no ha frenado el problema, sino que la isla de Lampedusa ha recibido en apenas cuatro días a 12.000 emigrantes de África. Cuando uno piensa que la población de Lampedusa es de 6.000 personas puede poner proporcionalidad al desastre. En ese contexto, toda la retórica vacua y fantasiosa de Meloni empalidece ante el esfuerzo de voluntarios, rescatadores y la asistencia constante de la Cruz Roja. Las ínfulas ultranacionalistas son una pamema, pues lo que precisamos es solidaridad continental, alianzas estratégicas y, de una vez por todas, una regulación migratoria cabal que permita la llegada de personas por otros medios que la mafia y la ruleta del mar.

El clima, unido a la enorme corrupción política y militar alentada por China y Rusia, evitan que el continente africano se desarrolle en la dirección de progreso imprescindible para que algún día Europa pueda sacudirse el conflicto de sus fronteras del Sur. Y, para colmo de nuestra irracionalidad, son precisamente las recetas equivocadas, todas diseñadas para convencer a crédulos e indiferentes, las que triunfan electoralmente en una Unión Europea cada vez más cerca de ser dirigida por un frente reaccionario de nacionalismos locales. Aún no hemos llegado al repugnante confinamiento en islas que organiza Australia para los emigrantes ni al ametrallamiento criminal que ha denunciado Human Rights Watch en la frontera de Arabia Saudí contra los etíopes, pero vamos camino de copiar esas fórmulas indecentes si no enderezamos nuestro rumbo y comenzamos a afrontar como adultos lo que es un problema de adultos.

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