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EDITORIAL
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Libia, inundaciones en un Estado fallido

La tragedia se ceba con la población de un país dividido desde que Occidente impulsó la caída de Gadafi sin un plan de futuro

Vista general de un barrio de la ciudad portuaria de Derna, dañada por las inundaciones, el día 14.
Vista general de un barrio de la ciudad portuaria de Derna, dañada por las inundaciones, el día 14.STRINGER (EFE)
El País

El ciclón Daniel ha puesto de relieve todas las deficiencias de un Estado fallido como Libia. El país se sacudió el yugo de Muamar el Gadafi en 2011 con ayuda de la OTAN, con Estados Unidos y Francia como grandes valedores de la revuelta contra el dictador. Pero Occidente no tenía ningún plan para el día que acabó con una tiranía que duró 42 años. En 2016, le preguntaron a Barack Obama cuál había sido el peor error de sus dos mandatos como presidente. Su respuesta fue: “Probablemente, no planear el día después de lo que creo que fue la decisión correcta de intervenir en Libia”. Desde entonces, la influencia de los países occidentales en Libia ha ido disminuyendo.

Lo que siguió a la caída del sátrapa fue la división del país en dos partes. Por un lado, el llamado Gobierno de Unidad Nacional, con base en Trípoli y reconocido por la comunidad internacional. Por otro, el Parlamento, con sede en la ciudad de Tobruk, en el Este. En el Oeste gobierna el primer ministro y empresario, Abdelhamid Dabeiba, apoyado fundamentalmente por Turquía y Qatar. El Este lo controla el mariscal Jalifa Hafter, con el sostén de, entre otros, Egipto, Emiratos Árabes Unidos y los mercenarios de Wagner por cuenta de Rusia. En medio de esas dos administraciones paralelas malvive una población de 6,7 millones de habitantes que lleva 12 años acostumbrada a que las autoridades estén más centradas en mantenerse en el poder que en consensuar unas elecciones transparentes. Aprovechando ese desorden ha florecido, primero en el Oeste y después en el Este, una potente y cruel industria de tráfico ilegal de migrantes. Hasta que la superó este año la ruta tunecina, la ruta libia era la más utilizada por la inmigración que llega a la isla italiana de Lampedusa.

La inundación de Derna, una ciudad costera de 100.000 habitantes situada en el nordeste, sobrevino entre la noche del domingo y la madrugada del lunes después de que las aguas destruyeran dos pantanos. La situación es aún muy confusa sobre el terreno, pero se estima que puede haber 20.000 víctimas mortales y que una cuarta parte de la ciudad ha quedado destruida. Una de las mayores preocupaciones consiste ahora en enterrar a los muertos antes de que la descomposición de los cadáveres cause epidemias.

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La catástrofe ha hecho aflorar el mal estado de las infraestructuras en un país que lleva demasiado tiempo descuidándolas. También, la incompetencia a la hora de facilitar los primeros auxilios por dos administraciones que viven de espaldas y que ahora tendrán que gestionar durante meses la reconstrucción de los embalses y de buena parte de Derna. Los pantanos fueron construidos en 1970 por una empresa yugoslava y ya se habían publicado informes que alertaban sobre el riesgo de desbordamientos si no se acometían las obras necesarias. No en vano, la segunda presa que reventó carecía de mantenimiento desde 2008. Por su parte, la agencia meteorológica de la ONU subrayó el jueves que podría haberse evacuado a la población si alguno de los dos gobiernos contara con un servicio meteorológico que funcionase con normalidad. Bien al contrario, cuando se avecinaron las tormentas, las autoridades del Este no solo no ordenaron la evacuación, sino que impusieron el toque de queda, el acto reflejo acostumbrado en un país descompuesto y militarizado. Además de ayudar en la reconstrucción, Occidente debería reflexionar sobre las consecuencias de intervenir en terceros países sin un plan de acción a largo plazo. A veces se pretende llevar la democracia y lo único que llega es el diluvio.


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