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La división de Libia se consolida sin elecciones a la vista

La falta de acuerdo para celebrar comicios entre los líderes de las dos entidades en las que se divide el país eterniza la crisis política mientras la economía y la seguridad mejoran

Dbeibeh Libia
El primer ministro libio, Abdelhamid Dabeiba, durante una conferencia de prensa en Roma el 31 de mayo de 2021.Gregorio Borgia (AP)

La necesidad de celebrar elecciones para superar la aguda crisis política que padece Libia desde hace una década se ha convertido en una especie de mantra entre la clase política. Pero, en el fondo, nadie parece interesado en que se lleven a cabo. O, al menos, no están interesados en que se celebren bajo unas condiciones que no garanticen la victoria propia. Mientras, se va consolidando la división del país en dos grandes entidades autónomas con instituciones paralelas: la del oeste, liderada por el primer ministro Abdelhamid Dabeiba; y la del este, bajo la tutela del general Jalifa Hafter.

“No veo ninguna opción de que se celebren elecciones pronto, antes de finales de este año. Y eso es así porque nadie realmente las quiere”, sostiene Jalel Harchaoui, investigador del think tank británico Royal United Services Institute. Después de que los comicios presidenciales fijados para el 24 de diciembre de 2021 fueran aplazados sine die por razones políticas y logísticas, el actual enviado de la ONU para Libia, el senegalés Abdoulaye Bathily, se había propuesto organizarlos antes de que terminara este año. No obstante, a medida que se acerca el final del plazo, Bathily se muestra más pesimista. Y señala como principal obstáculo los problemas de seguridad, sobre todo la persistencia de multitud de grupos armados.

Libia se hundió en una espiral de caos y violencia tras el estallido de las primaveras árabes en 2011. La caída del régimen del coronel Muamar el Gadafi en medio de una guerra civil abrió una ventana de esperanza hacia el cambio que, no obstante, enseguida se cerró. Las luchas de poder entre las diversas facciones vencedoras impidieron la creación de unas instituciones nacionales sólidas, y el país quedó a merced de una constelación de milicias. Desde 2015, se han conformado dos grandes alianzas regionales que luchan por el poder, algunas veces desde los despachos, otras en el campo de batalla.

A principios de junio, pareció que el escenario de unos comicios presidenciales ganaba enteros gracias al acuerdo alcanzado en el comité conocido como 6+6, formado por una docena de representantes de las dos Cámaras legislativas libias elegidas en 2014. Sin embargo, en las siguientes semanas, diversos actores importantes se han desmarcado del pacto. De hecho, incluso el propio Bathily ha declarado que el acuerdo contiene “lagunas legales y carencias”.

Como ya sucedió en 2021, el principal punto de discrepancia gira alrededor de los criterios que deben cumplir los aspirantes a las elecciones presidenciales, lo que puede afectar a la candidatura del general Hafter. Otro debate se centra en la necesidad o no de que antes de esos comicios se forme un nuevo Gobierno en Trípoli, con el consiguiente relevo de Dabeiba, elegido bajo los auspicios de la ONU al frente de un Gabinete de transición, pero con el mandato caducado.

Potencias regionales entre bambalinas

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Además, en la ecuación política libia, las potencias internacionales y regionales desempeñan un papel clave, aunque a menudo lo ejerzan entre bambalinas. Egipto, que junto a Francia han sido el gran valedor de Hafter, es el país que está impulsando de forma más clara las elecciones. El Gobierno de Trípoli, por su parte, cuenta con el respaldo de Emiratos Árabes e Italia. “Mientras la posición de EE UU y el Reino Unido no es clara, hay un actor clave: Turquía. Apoyó siempre a Dabeiba, pero parece estar reevaluando su posición, ya que está muy interesado en reconciliarse con Egipto y este podría ser el precio”, comenta el analista político libio Mohamed Eljarh.

Mientras se libra esta partida, la situación de la ciudadanía ha mejorado durante los últimos dos años. El Fondo Monetario Internacional prevé para este año un crecimiento de la economía del 17%. “Ya no hay el problema de liquidez de 2020, con largas colas en los bancos. Incluso se han reducido los cortes de electricidad, al menos en Bengasi [la capital del este}. Alguno hay, pero solo durante las olas de calor, como pasa en otros países de la región”, añade Eljarh, que considera que la alternativa a las elecciones, un acuerdo entre las diversas facciones para compartir el poder, es una mejor solución al rompecabezas libio, al menos de forma interina.

En buena parte, la mejora económica en el país se debe a la estabilización del precio del petróleo —Libia tiene la novena mayor reserva de crudo del mundo— y, sobre todo, a la ausencia de violencia. Desde otoño de 2020 no se ha producido ningún gran choque bélico, lo que supone la tregua más larga en casi una década. El petróleo vuelve a fluir sin cortapisas.

“Ha habido enfrentamientos entre grupos locales, pero los actores capaces de provocar una gran guerra, como Jalifa Hafter, no tienen ahora apetito para ello. Y tampoco sus benefactores internacionales, y esto es crucial”, sostiene Mary Fitzgerald, experta del Middle East Institute, con sede en Washington. Sin elecciones a la vista, la división del país en varias áreas de influencia avanza y se fortalece.

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