_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Las niñas ya no quieren ser Barbie

Lo interesante de la película de Greta Gerwig es el revuelo que ha despertado en esa parte del público masculino que se refugia en el rechazo ultra a todo lo que huela a feminismo

Las niñas ya no quieren ser Barbie / Máriam M Bascuñán
DEL HAMBRE
Máriam Martínez-Bascuñán

Obviemos por un momento la imposibilidad manifiesta de que Hollywood sea ahora feminista, o de que la rubia de plástico que protagoniza el taquillazo del verano y una omnipresente campaña basada en el viejo culto a la mercancía pueda ser la pura encarnación del poder femenino. Porque no me negarán que exigirle a Barbie que sea subversiva en un mundo en el que la propia subversión tiene valor de mercado tiene su guasa. Más que su contenido, lo interesante de la película de Greta Gerwig es el revuelo que ha despertado en esa parte del público masculino que se refugia en el rechazo ultra ante todo lo que huela a feminismo. Miren nuestros recientes resultados electorales y la brecha intrageneracional entre los muchachos seducidos por la reacción y sus homólogas femeninas, que votan mayoritariamente por las izquierdas. No es una lectura interesada, pues los datos son los que son: el voto joven ofrece claves sobre la posible renovación y resistencia de los valores sociales.

Pero volvamos a Barbie, pues contiene mensajes que pueden explicarlo. No me refiero a los guiños trans o queer, como cuando la muñeca fugada de Barbilandia reconoce ante los acosadores que la objetivizan sexualmente que no tiene genitales: “Ni Ken tampoco”, afirma. Lo interesante es cómo se expresa que el estatus de hombre o mujer no nos lo otorgan nuestras partes nobles, sino cómo nos construimos socialmente. Pero, con todo, es Ken quien ha levantado más ampollas en la ultraderecha planetaria. En realidad, Ken no es un pusilánime. Vive la misma crisis existencial que Barbie, aunque no nos enseñen su celulitis como sí hacen con ella. Ken solo se siente bien cuando Barbie lo mira. Esta aparente falta de testosterona es lo que ha enfurecido a los voceros ultras, cuando el mensaje de la película consiste en una vieja idea feminista: los hombres también deben emanciparse de los imperativos de su propio género.

”Son los hombres quienes juegan a muñecas”, decía la crítica de arte Ángela Molina. La mujer es el espejo donde se mira el hombre para obtener su propia identidad. Necesita una princesa para verse a caballo, en busca de alguien a quien salvar para salvarse a sí mismo. Solo se concibe como príncipe salvador, pero necesita que Barbie actúe como princesa desvalida. Por eso, cuanto más femenina es Barbie más masculino se siente Ken, y cuanto más se sale de los patrones de lo que se espera de una Barbie, buscando su propia autonomía, más perdido se siente él, pues esa imagen especular ya no reafirma su masculinidad. La película es un llamamiento a romper con ese círculo vicioso, esa complementariedad de género que atrapa a hombres y mujeres y nos impide buscar nuestra propia autonomía. “Ya no puedo volver a ser Barbie”, dice la protagonista. ¿Y por qué Ken no quiere dejar de ser Ken? Necesita a Barbie para obtener su propia identidad y eso es lo que explota la ultraderecha. Pero las niñas ya quieren dejar de ser Barbies. Kens del mundo, ¡libraros de vuestras cadenas!

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_