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Aragón: palabras envenenadas

El objetivo de Vox es que los populares ya no se tengan que preocupar por pactar con ellos porque, en última instancia, ambos terminen defendiendo lo mismo

Los portavoces del PP y de Vox en el Parlamento aragonés, Ana Alós y Alejandro Nolasco, firman este viernes su pacto de gobierno en esa comunidad.
Los portavoces del PP y de Vox en el Parlamento aragonés, Ana Alós y Alejandro Nolasco, firman este viernes su pacto de gobierno en esa comunidad.JAVIER BELVER (EFE)
Pablo Simón

Tras quedar lejos de sus previsiones en las elecciones generales, el Partido Popular quedó en shock. Algunas voces plantearon que la docilidad con la que los conservadores habían pactado gobiernos autonómicos con la extrema derecha tuvo algo que ver. ¿Tienen razones para pensar así?

Sin duda, pesó en los resultados de la izquierda. Sánchez fue hábil al mezclar la convocatoria de elecciones con un PP que, incluso tras el requiebro extremeño, se dedicó a cerrar pactos con Vox urbi et orbi en ciudades y autonomías. Los ministros de Vox pasaron a ser creíbles. Eso ayudó a la movilización de sus votantes dormidos el 28-M, al cierre de las fugas de la izquierda hacia el PP o a que hubiera voto “prestado” del nacionalismo tras la candidatura de Pedro Sánchez.

Por su parte, el crecimiento del PP no fue tan espectacular como se esperaba. En la derecha, una parte del voto flotante o que venía de Ciudadanos y parecía apostar por Núñez Feijóo se desmotivó en la campaña o se acabó absteniendo. Como en el anterior caso, con las poselectorales afinaremos el peso de cada factor. Así y todo, estos hechos casan igualmente con la idea de que pactar con Vox enajenó parte de ese voto y convirtió al PP en una fuerza excéntrica (en sentido estricto).

Esta realidad encaja perfectamente con el contexto de Aragón porque es una comunidad que se asemeja mucho a España. Izquierdas, derechas y regionalistas de ambas sensibilidades conforman una región plural, sin posibilidad de mayorías absolutas y haciendo imprescindible el acuerdo. Y, como en España, un Partido Popular que se queda sin aliados territoriales cuando Vox entra en la ecuación, pero que cuando lo precisa para llegar a la mayoría absoluta, recurre sin ambages a la extrema derecha. Jorge Azcón podrá escapar de la foto de un pacto que lo saca del carril central (¿por qué no estuvo en la firma? ¿Le daba vergüenza asistir?), pero no podrá hacerlo de las reuniones de su Gabinete el resto de la legislatura.

El Partido Popular y Vox no difieren apenas en su programa económico, que nadie espere discrepancias ahí. Los de Abascal siguen la estrategia de Marion Maréchal-Le Pen: olvídense de proteccionismo o buscar voto obrero, seamos (neo)liberales sin ambages porque esto va de reemplazar a la derecha moderada por una alejada de los consensos sociales. Por eso, para ellos es fundamental “contaminar” a los conservadores de su retórica, sacarlos de cualquier acuerdo fundamental sobre derechos de minorías sexuales, de la mujer o sobre la inmigración. Alimentando al alma más dura del PP, aunque el sorpasso esté lejos en votos, asaltan la fortaleza desde el campo de las ideas.

Por eso, en cada pacto, como los de Aragón, la Comunidad Valenciana, Extremadura o Baleares, se retuercen las palabras para que las políticas públicas vayan detrás. Que nadie se equivoque: el objetivo de Vox es que los populares ya no se tengan que preocupar por pactar con ellos porque, en última instancia, ambos terminen defendiendo lo mismo.

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Sobre la firma

Pablo Simón
(Arnedo, 1985) es profesor de ciencias políticas de la Universidad Carlos III de Madrid. Doctor por la Universitat Pompeu Fabra, ha sido investigador postdoctoral en la Universidad Libre de Bruselas. Está especializado en sistemas de partidos, sistemas electorales, descentralización y participación política de los jóvenes.

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