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En qué se inspira el sindicalismo ultra español: claves de la estrategia obrerista de Vox

Solidaridad, el sindicato vinculado a la extrema derecha en España, bebe del llamado obrero-lepenismo francés en su búsqueda de nuevos caladeros electorales entre los descontentos de la clase trabajadora

Rodrigo Alonso Vox
Rodrigo Alonso, secretario general del sindicato Solidaridad, en un mitin de Vox el pasado 19 de marzo.JAVIER SORIANO (AFP/ GETTY IMAGES)
Heriberto Araújo

Hace exactamente tres años, en junio de 2020, Vox acometió un giro en su estrategia de propaganda política. Se escenificó en Galicia en el contexto de la campaña por las elecciones autonómicas que vencería Alberto Núñez Feijóo y lo personificó el líder del partido, Santiago Abascal, por medio de dos vídeos colgados en las redes sociales. En ellos, Abascal aparecía en dos conversaciones íntimas con su abuela María Jesús Álvarez. Sonriente y afable, Abascal se desmarcaba del rocoso y estridente político que acostumbra a ser cuando se dirige a sus adversarios, “los traidores de la patria”. Por medio de la historia de vida de su abuela, Abascal se presentaba como un hombre con un pasado familiar de orígenes humildes, alejado de las élites y cercano al ciudadano convencional.

Aquellos vídeos fueron el inicio de una campaña todavía en marcha de Vox para obrerizar su discurso y, por medio del populismo, tratar de expandir la masa de votantes. “No conseguían penetrar en las clases populares, y eso marcó el cambio de estrategia de 2020, con los vídeos de Abascal con su abuela gallega y con otro en el que el lema era ‘obrero y español”, explica en entrevista telefónica David Lerín Ibarra, profesor de Ciencia Política la Universidad Complutense de Madrid y autor de la tesis doctoral La emergencia política de la derecha radical en España. El caso de Vox, en la que disecciona la historia del partido hasta 2022.

Fundado en 2013 al calor del desafío independentista y encuadrado hasta entonces como un partido identitario cuyo programa estaba destinado mayoritariamente al ala del electorado a la derecha del PP, Vox entendió que era hora de virar. Y se inspiró en los fundamentos ideológicos de sus pares en Europa. Por ejemplo, el populismo radical de Rea­grupamiento Nacional de Marine Le Pen, que ya se oponía a la reforma de las pensiones del presidente Emmanuel Macron para capitalizar el descontento social. O de Hermanos de Italia de Giorgia Meloni, hasta entonces irrelevante en el Parlamento, pero que despegaba en las encuestas gracias a su capacidad de modular su discurso y, como ha escrito el académico Emanuele Toscano, “atraer votos de los estratos sociales más impactados por la crisis económica y sociocultural”. También los ultras Alternative für Deutschland (AfD), en Alemania, Vlaams Belang, en Bélgica, Fidesz, en Hungría, y Ley y Justicia, en Polonia, hacían esfuerzos por cincelar sus discursos para acercarse a la clase obrera.

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Vox apuntala ese giro ideológico por medio del nacimiento del sindicato Solidaridad. “Fue una parte fundamental de la estrategia”, asevera Lerín. Vox ha tratado de negar los vasos comunicantes con Solidaridad, organización gremial que ha sido comparada por algunos partidos y sindicalistas con los sindicatos verticales del franquismo. Pero la realidad es que es difícil —o acaso imposible— deslindar al partido del sindicato: el anuncio del nacimiento de Solidaridad fue realizado por el propio Abascal en julio de 2020, contemporáneamente a la publicación de los bucólicos vídeos con su “abueliña”. Además, Solidaridad —cuyo nombre y logo se inspiran en la histórica agremiación polaca anticomunista Solidarnosc, como también hizo previamente el sindicato Solidarity, fundado en 2005 y vincu­lado al ultra British National Party (BNP)— está hoy liderado por Rodrigo Javier Alonso Fernández , diputado de Vox en el Parlamento andaluz por Almería. En sus redes sociales, el sindicato frecuentemente difunde contenido producido por Abascal y por otros miembros de su partido.

Proteccionismo, nacionalismo y retardismo climático

Solidaridad tiene hoy “miles de afiliados” y está “presente en más de 400 empresas”, explica la organización. Aunque son cifras modestas y el sindicato está lejos de suponer una alternativa a UGT y CC OO, está implementando una estrategia para lograr capilaridad en toda España y ganar visibilidad en Bruselas por medio de alianzas con otros sindicatos ultraconservadores europeos. El pasado marzo, los líderes de Solidaridad y de otros cinco sindicatos conservadores europeos firmaron un manifiesto en el Parlamento Europeo en el que, entre otras cosas, rechazaban la “inmigración ilegal”, el “fanatismo climático”, la competencia desleal de productos extranjeros y la deslocalización de fábricas.

“Solidaridad nace ante la necesidad de miles de trabajadores de tener un sindicato que, de verdad, se centre en la defensa de sus derechos y no en cuestiones ideológicas, políticas o en los privilegios de la propia organización”, asegura Alonso en una entrevista realizada por correo electrónico. En el foco, explica el líder de la organización gremial, están UGT y CC OO, a quienes imputa tres traiciones a la clase obrera y, por ende, a España: “La autodeterminación, el globalismo y la eliminación de fronteras”.

Un cartel de la manifestación contra el Gobierno convocada por Solidaridad el 18 de septiembre de 2021.
Un cartel de la manifestación contra el Gobierno convocada por Solidaridad el 18 de septiembre de 2021.Ricardo Rubio (Europa Press/ Getty Images)

A falta de un programa social concreto, dos son las batallas ideológicas que libra la organización: el dumping social y la transición ecológica. La primera se refiere a lo que Alonso define como la llegada de “millones de inmigrantes” que, a su juicio, suponen “una mano de obra infinita dispuesta a trabajar en las condiciones que sea” y, por consiguiente, causan una “precarización del mercado laboral”, penalizando de esta forma al trabajador “español”. El otro gran demonio de Solidaridad es la Agenda 2030, ideada por Naciones Unidas para lograr un crecimiento más sostenible y equitativo. “Una agenda que ha declarado la guerra a las clases medias y populares europeas, culpabilizándola de cosas de las que no son responsables. Si analizas las emisiones de CO2 verás que España emite solo el 0,8% del cómputo global, es decir, por qué ponemos restricciones y ahogamos las economías de quienes prácticamente no contaminan, mientras se mira para otro lado ante países como China, India o EE UU, que sí contaminan”, responde Alonso, adoptando uno de los argumentos de quienes defienden el retardismo climático, muy en boga entre algunos diputados de Vox . Aunque en realidad Alonso va más allá y se sitúa cerca del negacionismo: “Hay que abrir el debate de si de verdad la mano del hombre tiene influencia en el cambio climático o no. Algo en lo que los científicos todavía no están de acuerdo”, asevera. La ciencia le quita la razón: el 99% de los estudios académicos sobre el calentamiento global atestan que éste tiene origen antropogénico, según un informe de IOP Science.

Un ideario inspirado en otros sindicatos ultra

A nivel europeo, no son novedades ni los fundamentos ideológicos de Solidaridad, ni que un partido como Vox cree un sindicato propio. El académico Seongcheol Kim, especialista en populismo ultraconservador de la Universidad de Bremen, ha analizado este fenómeno en profundidad y publicó el año pasado el libro The Far Right in the Workplace (la extrema derecha en el trabajo).

Probablemente se inspiren en sindicatos “de la derecha fascista social de Mussolini”
Kim Seong­cheol, politólogo

“Los orígenes históricos de la nueva oleada de sindicatos de extrema derecha están en los sindicatos amarillos de la Francia de principios del siglo XX y en los de la derecha fascista social de Mussolini”, opina Kim en entrevista por videoconferencia. “Pero es a partir de las décadas de 1980 y 1990 cuando se produce un trasvase del voto obrero a las formaciones políticas de extrema derecha en países como Austria, Bélgica y Francia”.

Analizando la breve vida de Solidaridad, no es difícil encontrar paralelismos con Vlaamse Solidaire Vakbond, el sindicato ya inactivo cercano al partido ultra belga Vlaams Belang, así como con sus posiciones contra “la apertura de fronteras” que genera “dumping social”. Pero quizá el referente más importante sea el del Frente Nacional (FN) de Jean-Marie Le Pen. La formación fundó plataformas sindicales en 1995, tras los históricos resultados en las presidenciales de aquel año que le dieron el 15% de los sufragios. Fueron concebidas para disponer de una estructura organizativa de base que permitiera al FN expandir sus tentáculos por toda Francia, sobre todo en las regiones donde se comenzaban a sufrir los efectos de la desindustrialización y la globalización. El mensaje giraba en torno a tres ejes que son hoy reconocibles en Solidaridad: el discurso populista antiinmigración, el proteccionismo económico, y la crítica feroz de algunos tratados internacionales que —como la Agenda 2030— supuestamente atentan contra los intereses del pueblo. En la época, los ataques del sindicato del Frente Nacional iban dirigidos contra el Tratado de Maastricht.

Bruno Megret después de una reunión con Jean-Marie Le Pen, en Niza, Francia, el 13 de marzo de 1992.
Bruno Megret después de una reunión con Jean-Marie Le Pen, en Niza, Francia, el 13 de marzo de 1992.Jean-Pierre REY (Gamma-Rapho/ Getty Images)

El ideólogo de aquella estrategia fue Bruno Mégret, delegado general del partido. Comprendió que parte del votante de izquierda se sentía atraído por las propuestas del FN y eso suponía una oportunidad de arrebatar poder a los sindicatos tradicionales. Para ello, la propaganda política debía alejar al FN de los partidos neoliberales o de derechas y situarlo como el que “verdaderamente defendía la nación”. La estrategia funcionó y nació lo que el politólogo francés Pascal Perrineau ha llamado obrero-lepenismo, es decir, un electorado cuya clase social lo situaría próximo al progresismo, pero que se identifica con el discurso identitario y populista de la ultraderecha.

“Quería establecer una nueva hegemonía cultural en una época en que las reformas socioeconómicas del Gobierno de Jacques Chirac provocaron muchas huelgas y algunos sindicatos tradicionales entraban en declive, pues habían perdido capacidad de contestación social”, dice Kim. El sindicato del Frente Nacional, dividido en secciones por gremios y sectores, llegó a tener alguna influencia entre la policía y el funcionariado de prisiones, pero menos de tres años después, en 1998, fue ilegalizado por orden judicial después de una serie de querellas presentadas por los sindicatos tradicionales con el argumento de que incumplía la ley, al no ser un organismo de defensa de los trabajadores sino apenas una plataforma para sostener un partido político.

No dar a las crisis la respuesta social que requieren provoca extremismos y polarización”
Fernando Luján, UGT

Esta es una cuestión que también genera dudas sobre Solidaridad. Fernando Luján, vicesecretario general de Política Sindical de UGT, cree que “Vox y Solidaridad también son lo mismo” y, como en Francia, pide que la Fiscalía General del Estado “examine” si esta asociación está dentro del ordenamiento jurídico. “Más allá de desprestigiarnos [a los sindicatos tradicionales], no tienen propuestas. Se opusieron a la reforma laboral y al aumento del salario interprofesional. Lo único que quieren es confundir”.

En Francia, la ilegalización no supuso que el FN, hoy rebautizado Reagrupamiento Nacional y dirigido por Marine Le Pen, dejara de recabar —con éxito— el voto obrero. “Entendió que no necesitaba tener un sindicato propio. Le bastó con dirigirse retóricamente a los obreros”, dice Kim. En las últimas elecciones presidenciales, Le Pen fue la candidata más votada por les ouvriers: el 67% de los obreros que votó lo hizo por ella, frente a un 33% que se decantó por Macron (datos del ministerio del Interior francés).

Quien también ha entendido que no es necesario fundar un sindicato propio para disputar el voto obrero es Giorgia Meloni, acaso la mayor inspiración de Vox. Existe en Italia un sindicato heredero de organizaciones gremiales neofascistas (UGL), pero Meloni ha preferido no asociarse a él, sino ser ella misma la interlocutora. En marzo, se convirtió en la primera jefa del Gobierno italiano en 27 años en dar un discurso en el congreso del CGIL , el sindicato mayoritario de la izquierda, con casi 5,2 millones de afiliados.

“Pienso que vino para tener una platea a la cual demostrar que no tiene ningún temor a dialogar con los actores sociales”, explica en entrevista telefónica Lara Ghiglione, secretaria general confederal del CGIL. “Pero en realidad no es un diálogo, porque en un diálogo se intenta llegar a acuerdos con la otra parte. Meloni no tiene ninguna ganas de escuchar nuestras peticiones. Para ella fue apenas un momento de notoriedad mediática”.

La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, en el congreso de la Confederación General Italiana del Trabajo, el pasado 17 de marzo.
La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, en el congreso de la Confederación General Italiana del Trabajo, el pasado 17 de marzo.Nicola Marfisi (Getty Images)

Objetivo: captar a los descontentos con la transición ecológica

La cuestión identitaria es central en la estrategia de captación de votantes obreros, pero esa táctica, explica Kim, “está en evolución”. El académico apunta que uno de los temas de futuro será la gestión de la transición energética, es decir, cómo la ultraderecha tratará de captar a los perdedores de la economía de bajo carbono. La eficacia de esa estrategia ya es perceptible. Kim visitó fábricas del sector automotriz en Francia, Bélgica, Alemania, Polonia, Hungría e Italia y entrevistó a obreros para entender por qué está calando allí el mensaje de los partidos ultra y de sus sindicatos asociados. En los países de Europa occidental, explica Kim, las consignas que triunfan están muy vinculadas precisamente a la pérdida de empleos por la descarbonización. En Alemania, por ejemplo, la oposición a la prohibición de los vehículos de combustión ha sido capitalizada por asociaciones de empleados similares a sindicatos como Zentrum Automobil, cercano ideológicamente a AfD. La eficacia de esa estrategia ya es perceptible. Kim visitó fábricas del sector automotriz en Francia, Bélgica, Alemania, Polonia, Hungría e Italia y entrevistó a obreros para entender por qué está calando allí el mensaje de los partidos ultra y de sus sindicatos asociados. En los países de Europa occidental, explica Kim, las consignas que triunfan están muy vinculadas precisamente a la pérdida de empleos por la descarbonización. En Alemania, por ejemplo, la oposición a la prohibición de los vehículos de combustión ha sido capitalizada por asociaciones de empleados similares a sindicatos como Zentrum Automobil, cercano ideológicamente a AfD.

Otro de los hallazgos es que en las naciones de Europa del Este el mensaje ultra que cala es algo diferente. Entre los obreros de Polonia y Hungría, por ejemplo, la defensa de los valores conservadores del catolicismo y de la familia son los que acercan a los obreros a los sindicatos conservadores. Es el caso de Polonia, donde Solidarnosc, próximo al gubernamental Ley y Justicia, se ha posicionado contra las políticas LGTBI. Solidaridad también se ha opuesto a las acciones de UGT y CCOO para visibilizar la discriminación de estos colectivos en el lugar de trabajo.

Luján, de UGT, reconoce que “no dar a las crisis la respuesta social que requieren provoca extremismos y polarización”, lo que supone un perfecto caldo de cultivo para el crecimiento de Solidaridad. Así, advierte de que la transición ecológica debe gestionarse de manera adecuada para que no “condene a la gente a una vida indigna” que pueda dar alas a la extrema derecha. Otros sindicatos tradicionales en Europa como la ACV en Bélgica o la CGT en Francia han optado por implementar cursos entre los obreros para concienciar sobre los mensajes racistas y los bulos que vehiculan algunas formaciones ultras en sus redes sociales. Uno es que los inmigrantes “quitan” puestos de trabajo. “En el contexto de caída de la natalidad, necesitaremos sin duda mano de obra de personas que migren a nuestro país”, dice Ghiglione, del CGIL. “Esto es algo que hay que saber para contrarrestar esos mensajes de odio”.

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Heriberto Araújo
Heriberto Araújo (Barcelona, 1983) es periodista. Autor de tres libros sobre China, el último, 'La imparable conquista china' (Crítica), en 2023 publicará 'Masters of the Lost Land' (Dueños de la tierra perdida), sobre la violencia y la deforestación en el Amazonas. Edita una newsletter semanal sobre cambio climático, 'Grado y Medio'.

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