¡Sorpresa… la mejor literatura latinoamericana se escribe en latinoamericano!
El escritor Emiliano Monge responde a las críticas por su última entrega de ‘Letras americanas’, en la que hablaba de los programas de escritura creativa de EE UU
En la última entrega de nuestra newsletter hablé de la literatura latinoamericana que se está escribiendo en los programas de escritura creativa de los Estados Unidos, asunto que, como era de esperarse, generó cierta polémica y despertó diversas incomodidades.
“A esta compleja dualidad debemos prestar atención cuando leemos esa literatura latinoamericana que se está escribiendo en los Estados Unidos”, escribí al final del texto, asumiendo que los lectores entenderían que aquel “esa” hacía que la frase dijera: “A esta compleja dualidad debemos prestar atención cuando leemos la literatura latinoamericana que se está escribiendo en los programas de escritura creativa de los Estados Unidos”.
Mi error —haber asumido que se entendería a qué me refería en aquellas líneas finales, líneas que, al parecer, contra todo pronóstico, hablaban del asunto central del texto— dio pie a diversos mensajes, la mayoría de los cuales, a pesar de ser consecuencia de la extraordinaria, inagotable e insospechada cantidad de sentidos que parecería tener la rarísima palabra “esa” —la de diccionarios fantásticos que debe haber por ahí—, no se atrevían a ir más allá de un supuesto en apariencia infranqueable: que la literatura latinoamericana se escribe, oh, sorpresa, en latinoamericano.
Siempre se puede ir más allá
Cuando digo “la mayoría” —al parecer, a veces no está de más aclarar ciertos asuntos—, también señalo, a manera de consecuencia, la existencia de una minoría. Es, precisamente, de esa minoría, es decir, de los mensajes que recibí y que consiguieron, estirando magistralmente un rizo que ni siquiera parecía estar ahí, ir más allá de esa frontera a todas luces infranqueable —la de valor que necesité para escribir otra vez la palabra “esa” daría para otra newsletter o, mejor aún, para una próxima sesión psicoanalítica—, de los que quiero hablar en esta entrega. Y es que esos mensajes, que podrían haberse referido al tema realmente peliagudo del texto, es decir, a si un escritor o una escritora puede formarse al amparo de las aulas y, ya que estamos, al amparo de uno o varios talleres, repetían, más o menos amables, más o menos furiosos, una misma sentencia: “La mejor literatura latinoamericana se escribe en inglés”.
Sé que dicha sentencia —acá ya no me atreví con “esa” sino con su prima esperanzada, que una cosa es ser valiente y otra atrevido— no debería dar lugar a mayores discusiones, pero la verdad es que, aunque suena ridícula, no es extraño encontrarla incluso en titulares de prensa —cierto periodismo, al parecer, no es inmune a la moral de la pistola cargada y es, por lo tanto, afecto a esa ética de la amenaza que asfixia a la estética y que busca colonizar, desde su idioma de origen, es decir, el inglés, al resto de idiomas, antes incluso de actuar en su interior—. “La mejor literatura latinoamericana se escribe en inglés”, titula un periodista o un crítico —la palabra “crítico” sí que parecería tener cada vez más y más definiciones—, que luego se queda tan tranquilo como su editor, cómplice de tamaña estupidez. Y escribo estupidez con mero ánimo descriptivo —no quiero ofender a nadie, quiero decir, por si hace falta aclararlo dos veces—.
¿Por qué, entonces, discutir tamaña estulticia? Porque me parece importante desnudar las motivaciones de esa voluntad de norteamericanismo —acá no me refiero, evidentemente, a la larguísima, rica y fecunda relación entre la literatura en nuestra lengua y la escrita en inglés, que tanto ha enriquecido ambos universos— que no sólo presupone que lo escrito en inglés está por encima de lo demás, que, consciente pero también inconscientemente, ya dije, exporta la contrición de las formas y las historias, y que, para colmo, es incapaz de ver la viga en su ojo: cuando una lengua se impone —Coetzee, que decidió publicar su penúltimo libro en español antes que en inglés, que trabajó el último en español, junto a su traductora, y que está escribiendo el nuevo en español, cambió de lengua como modo de rebelarse ante la voluntad de dominio del inglés— no solo empobrece a la literatura, sino que empobrece al mundo.
Lo que tampoco ven los de la viga
La decisión de Coetzee no es cualquier decisión, como saben la mayoría de los escritores y escritoras que, por un motivo u otro, decidieron o tuvieron que cambiar de lengua, pues ese salto mortal —que tantas veces se da, por cierto, para escapar de una cotidianidad o de una moral de la pistola cargada— implica una renuncia, además de una elección. Y ambas dejan marcas indelebles: cuarenta años después de haberse mudado del húngaro al francés, es decir, de su lengua materna a la que le permitió publicar en el exilio, Agota Kristof aseveró que, a pesar del amor que le tenía, debía aceptar que odiaba el francés, porque estaba matando al húngaro que había dentro de ella.
Menciono esto porque, contra todo pronóstico —creo que para decir esto escribí esta newsletter—, las primeras víctimas de esos idiotas que aseveran “la mejor literatura latinoamericana se escribe en inglés” son, precisamente, los escritores latinoamericanos que, por una razón u otra, decidieron o tuvieron que mudarse de lengua, sin poder imaginar que su salto, dado tantas veces sin red, acabaría enfrentando no sólo la estulticia de esos agoreros sino también su racismo intrínseco.
Y es que, aquel que dice: “La mejor literatura latinoamericana se escribe en inglés” no sólo dice que la mejor literatura latinoamericana no se escribe en latinoamericano, también dice que un latinoamericano no será nunca un escritor en lengua inglesa o que no será un escritor de lengua inglesa.
Como si Coetzee no fuera a ser nunca un escritor latinoamericano, a pesar de estar escribiendo su nuevo libro en argentino. O como si Kristof no hubiera sido, también, una escritora francesa.
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