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LA BRÚJULA EUROPEA
Columna
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La herencia de Berlusconi: los girasoles hipnotizados

Estos días se ha conocido el reparto, entre pocos, del patrimonio del magnate; la tremenda losa de su legado sociocultural pesa fuerte sobre todos

Silvio Berlusconi, durante un programa televisivo.
Silvio Berlusconi, durante un programa televisivo.Alessandra Benedetti - Corbis (Corbis via Getty Images)
Andrea Rizzi

En los últimos días, se han ido conociendo los detalles del reparto de la herencia de Silvio Berlusconi, fallecido el pasado mes de junio. Tiene cierto interés en el ámbito empresarial conocer cómo queda el mando de su imperio, y puede tener morbo para los aficionados al cotilleo comentar los detalles colaterales. Pero lo que verdaderamente importa, por supuesto, es el descomunal legado sociocultural —antes que político y económico— que la parábola berlusconiana presenta. Berlusconi fue el gran acelerador del movimiento de partículas que preexistían, que tenemos dentro. Pero él detonó una nefasta reacción en cadena cuyos efectos siguen corroyendo.

Berlusconi fue un estandarte. Un modelo que encarnaba la primacía del éxito material sobre la altura intelectual y moral, de la cultura del atajo por encima de la de la honradez, de una visión degradante de la mujer. Él mismo, y su imperio mediático, irradiaron las ondas que agitaron partículas y desataron —en una gran parte de la sociedad italiana— instintos e inhibiciones que se mantenían en el subsuelo. El mecanismo es conocido: si un exitoso líder hace y dice ciertas cosas, pues aquello ya no es tabú, ya no intolerable, ya no es políticamente incorrecto, ya lo puedo decir y hacer yo también. Y, se sabe, los genios salidos de la lámpara nos lo vuelve a meter dentro ni Arquímedes.

Por supuesto, en política también desató una reacción en cadena que sigue marcando. Fue él, en 1994, quien sdoganò (dejó pasar la aduana) a los posfascistas de Gianfranco Fini, un notable pionerismo en Europa occidental. Hoy mandan en Italia los herederos de ese partido al que Berlusconi facilitó entrar a palacio. Ese episodio fue símbolo de su relativismo asimétrico, de principios férreos solo cuando interesa. Si venía bien, se trataba con soltura a posfascistas poco reconstruidos o a dictadores. Al otro lado, sin embargo, los socialdemócratas post 1989 seguían siendo para él peligrosos comunistas.

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Fue precisamente al referirse a uno que sí que fue comunista en su momento, Giorgio Napolitano, cuando Barack Obama dejó meridiana la clave de todo. Fue allá por 2009, Obama estaba de visita en Italia por un G-8 mientras Berlusconi era presidente del Gobierno y Napolitano, de la República. Obama alabó con fuerza al segundo tras su encuentro bilateral: “Es un auténtico líder moral”. Quedó claro que el otro no lo era. Obama también elogió la “integridad” de Napolitano, cualidad dura de encontrar en Berlusconi. El amigo americano confraternizaba con el líder excomunista mientras no podía ver ni en pintura el presunto liberal atlantista: era una cuestión de valores.

Ese liderazgo escaso en moral e integridad irradió sus valores alternativos durante lustros, cargado de individualismo, hedonismo, cierta vulgaridad, superficialidad, y mucho más. Fue una extraña fuerza. Por un lado, atraía a tantos como un imán. Por otro, mientras imantaba, disgregaba. Esa fuerza, junto a otras más estructurales —como las que describe Ricardo de Querol en su libro La gran fragmentación—, presidió una gran descomposición de la sociedad. Cada cual buscando su atajo hacia el triunfo material personal. Lo que siguió fue en gran medida un sálvese quien pueda. En esas, hasta los más rectos empiezan a tener la tentación de aparcar en segunda fila, saltarse la cola, o peor.

Por supuesto, no todo fue responsabilidad de Berlusconi. Los italianos estábamos bien dispuestos a esa deriva, él simplemente la fomentó. Pero no era inevitable.

Uno de los versos más famosos de un italiano de otra clase, el poeta premio Nobel Eugenio Montale, habla de un “girasol enloquecido de luz”. Imagen radiante de plenitud y felicidad, del poderío de la luz. Los ejemplos luminosos hacen mucho. ¿Qué habría pasado si Zelenski hubiese huido de Ucrania al segundo día de la invasión? Los liderazgos importan. Italia, puede que merecidamente, en vez de un sol, tuvo un hipnotizador. Muchos girasoles, en vez de seguir el astro, se quedaron embaucados por un hipnotizador poco luminoso. Quizá, sin él, habría sido diferente. Pero lo hubo, y tantos girasoles ahí siguen, a lo suyo, se les ve un poco encorvados, un poco solos, en la multitud.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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