¡Ampliemos la UE!
Los aspirantes no están listos, y la Unión tampoco. Los obstáculos son descomunales. Pero razones morales y geopolíticas avalan que es el momento de acelerar hacia la integración de nuevos países
El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, tiene previsto viajar a Kiev este sábado para estrenar ahí el semestre de presidencia rotatoria del Consejo de la UE que corresponde al Ejecutivo español. Es un gesto acertado, que simboliza el compromiso de Madrid con Ucrania. Mucho más tendrá que ir detrás del gesto: no solo trabajar para garantizar continuidad en el apoyo financiero y militar a Ucrania, sino también para acelerar todas las labores necesarias para la ampliación de la UE, a Ucrania y otros países. La última fue hace justo hoy diez años, la que integró a Croacia. Hay que seguir. Es, esta, la gran tarea histórica que afrontamos. Muchas cosas importantes están sobre la mesa, pero ninguna más trascendental que esta. Deberíamos arremangarnos y ponernos a ello con todas nuestras fuerzas.
La presidencia española es el último semestre completo y despejado de la legislatura. El siguiente, liderado por Bélgica, se verá afectado por la campaña para las elecciones europeas de junio. Se acumulan pues sobre la mesa montones de iniciativas legislativas pendientes que se quiere intentar cerrar. España, sea cual sea su Gobierno, tiene sin duda interés en avanzar en una reforma del Pacto de Estabilidad y Crecimiento que flexibilice ciertas normas, en completar la unión bancaria con más garantías comunes, en afianzar las relaciones con Latinoamérica. Cuestiones geopolíticas urgentes nos ocuparán, desde la mejor definición de una posición común ante China, a las decisiones necesarias para respaldar a Ucrania en lo inmediato de la guerra.
Pero nada de ello puede hacer perder de vista el fundamental objetivo de fondo de la ampliación. Ucrania, Georgia, Moldavia, los países de los Balcanes occidentales. Un puñado de naciones, con más de 60 millones de habitantes que aspiran en gran medida a integrarse en el proyecto común. Hay razones morales para intentar satisfacer ese anhelo cívico y anclar esos países a un proyecto democrático y pacífico, así como hay intereses geoestratégicos en ampliar el proyecto de la UE, la única embarcación que permitirá a los ciudadanos europeos reducir los riesgos de un oleaje internacional cada vez más imprevisible y tormentoso.
Los problemas para la ampliación son descomunales. Repasémoslos.
De entrada, los aspirantes no están listos. Ucrania sufre una guerra devastadora. El artículo 42.7 del Tratado UE implica algo bastante parecido a una cláusula de mutua defensa. Georgia y Moldavia tienen segmentos de sus territorios ocupados por Rusia. Cinco países de la UE no reconocen a Kosovo. Bosnia-Herzegovina es un país profundamente disfuncional, los otros también están lejos de cumplir con los criterios de entrada, con instituciones todavía frágiles, corrupción, mercados inmaduros y otros asuntos pendientes.
En segundo lugar, la propia UE no está lista. Nuevas ampliaciones requerirían importantes reformas para adaptar estructuras y mecanismos de funcionamiento de la unión al nuevo perímetro. En especial, sería preciso reducir las áreas sometidas a poder de veto, pero hay muchas otras cosas que serían oportunas. Muchas de ellas, requieren un cambio de los Tratados, un proceso muy complicado y expuesto al riesgo de fracaso, como se vio en el pasado.
Además, una ampliación, sobre todo en el caso de Ucrania, muy poblada, implicaría un fuerte giro en las dinámicas presupuestarias, con muchos países que deberían perder su condición de receptores netos.
Pesa el pasado, con el recuerdo de Rumania y Bulgaria que, según muchos, entraron sin estar suficientemente preparadas, y de la involución de Hungría y Polonia después de entrar. Y pesa el futuro, los riesgos de una Rusia enfurecida por la ampliación.
Todos estos elementos han frenado nuevas ampliaciones durante una década; la última reforma de tratados fue hace ya 15 años. Es hora de reponerse en marcha.
La brutal agresión de Rusia es un enorme elemento de estímulo y argumentación para armarse de valor y proceder a la complicada y arriesgada tarea. Las objeciones de nacionalismos euroescépticos pueden desactivarse hoy mejor que en otras etapas con esta idea de fondo. Meloni da señales de estar a favor. Por otra parte, Macron ha dado un giro, tras años de recelos franceses -quizá el mayor obstáculo reciente-, con un discurso en Bratislava en el que claramente dijo que es hora de acelerar en esto, quizá porque considera que ahora, en estas circunstancias, es más viable en términos de venta interior. Alemania tiene un interés especial en todo ello.
Como en otras circunstancias, la UE puede buscar caminos imaginativos para sortear los problemas. Hay estudios que han diseñado mecanismos de avances parciales. Una idea es la de ir entregando beneficios tangibles a los países candidatos a medida en que van cumpliendo requerimientos. Un proceso, pues, mucho más incremental que el actual, que otorgue mayores premios a las sociedades que avanzan sin esperar a la adhesión total.
La cuestión de los recursos tampoco puede ser un freno. Quienes se han beneficiado durante tiempo de fondos comunes tendrán que aceptar que ya toca a otros; no debería descartarse la opción de una nueva ronda de endeudamiento común.
La cuestión de integridades territoriales amputadas… ya tenemos a Chipre así.
El problema principal es la reforma de los tratados. Es difícil. Es un riesgo. Pero hay que asumirlo. La UE ha acertado en la gestión del Brexit, en la de la pandemia, en la reacción a la invasión rusa. Es el momento de preparar el gran salto. Será difícil. Sin duda, cuando se produzca, la integración dará problemas. Es posible que resulte, en ciertos sentidos, indigesta. Pero, en una perspectiva moral, geopolítica, histórica, anclar estos países al proyecto europeo es bueno para ellos y para el propio proyecto. Será un proceso largo, costará años, pero hay que empezar a acelerarlo. Hoy mismo.
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