_
_
_
_
Política exterior
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Qué significa hoy ser de derechas o de izquierdas? Necesitamos un nuevo renacimiento del lenguaje

La política es acción, pero también es verbo y las palabras crean o destruyen

Rio de Janeiro
Un seguidor de Bolsonaro en Rio de Janeiro durante una protesta contra su derrota electoral, en noviembre de 2023.BRUNA PRADO (AP)
Juan Arias

Escribo desde Brasil, pero podría hacerlo desde China. Hoy el mundo se ha achicado y los problemas y el lenguaje, sobretodo a través de las redes sociales, se está unificando.

Limitándonos a la política, hoy necesitaríamos, por ejemplo, un nuevo Lacan capaz de destripar los viejos vocablos de izquierda y derecha, de conservador y progresista, de moderno y antiguo. Las palabras han quedado tan petrificadas que acabamos enredándonos en ellas como en un laberinto sin salida.

Y el peligro es que palabras hasta ayer vistas como sagradas o demoníacas hoy acaban perdiendo su significado. El lenguaje se va modificando al ritmo de la evolución del mundo. Y nadie puede dudar que estamos en una época de cambio radical, donde ni los mejores profetas son capaces de hacer un diagnóstico de lo que va a pasar no digo mañana sino esta misma tarde. Y eso en todo el planeta.

Y como desde la creación del mundo, todo inicia por el lenguaje, por las palabras a las que la Iglesia, por ejemplo, les confirió hasta una fuerza sacramental . ¿Qué significa hoy, por ejemplo, “inteligencia artificial”, para quedarnos en la última palabra de moda que ni los científicos acaban de entender?

Si esa fuerza del lenguaje es tan creativa, tan indispensable y a la vez tan peligrosa en nuestras relaciones, lo es también en política. Por ejemplo, palabras como democracia, libertad, derechas e izquierdas, conservadores y progresistas, fascistas y afín al nazismo.

Y si fueron las palabras las que crearon el mundo, serán también ellas quienes lo enriquecen o empobrecen, quienes lo santifican o satanizan. La política es acción, pero también es verbo y las palabras crean o destruyen.

Nada tan banal y manido en política como conservador y progresista, derechas o izquierdas, democracia u oscurantismo, libertad o esclavitud. El lenguaje es rico en palabras y significados pero también se petrifica, mientras la realidad es creativa.

Ser hoy de izquierdas o de derechas no lo es, por ejemplo, en muchas partes del mundo, sinónimo de progreso u oscurantismo, menos aún de buenos o malos, de modernos o anticuados.

La fuerza de las palabras es tal que ellas pueden engendrar paz o guerra. Un padre muy politizado le explicaba a su hijo que el corazón está siempre “a la izquierda”, que es donde estaría la vida. Y sin embargo, a lo largo de los siglos y hasta en la Biblia, la izquierda estuvo entrelazada con aspectos negativos. Cuando nos levantamos de mal humor, solemos decir que nos hemos despertado “con el pie izquierdo”.

En la Biblia, sea la judía que la cristiana, los justos están siempre a la derecha de Dios y los malvados a su izquierda. ¿Cómo explicarles, por ejemplo a las iglesias evangélicas hoy tan involucradas en política que para Dios todos somos iguales?

Y no hablamos sólo de lingüística, ya que las palabras acaban tomando el lugar de los hechos, de la realidad. Hoy en que la extrema derecha, sobretodo la fascista y nazista, empieza a levantar de nuevo la cabeza por todas partes ante el asombro de los demócratas, existe a la vez un peligro en acecho: el de atribuir el concepto de conservador a esa derecha disgregadora y de progresista a la simple modernidad.

En verdad las cosas no son tan sencillas. Como ha escrito aquí en Brasil, en el diario O Estado de São Paulo, Nicolau da Rocha Cavalcanti, confundir conservador o liberal con bolsonarista, sería hacer un gran regalo a la extrema derecha. Según él, si ser conservador o liberal en algún aspecto de la vida, desde las costumbres a las ideas, fuera sinónimo de derechas, aquí en Brasil, el bolsonarismo ya habría ganado la batalla, dado que más de la mitad de los brasileños, sobretodo los más pobres y menos escolarizados, “revelan simpatía por alguna bandera conservadora”, sobretodo en materia de costumbres y moralidad.

Si el bolsonarismo raíz con fuertes ribetes nazis acabara siendo visto como el espejo de la simple derecha o de los conservadores, el peligro inmediato sería el sacralizar los extremismos.

No es lo mismo confesar, como hizo Bolsonaro, que antes de tener un hijo gay preferiría que acabara muerto bajo las ruedas de un camión, lo que lo identifica como un bárbaro, a simplemente preferir, sin necesidad de ser homofóbico, tener un hijo “normal”, otra palabra capaz de envenenar el lenguaje.

Tengo amigos a quienes aprecio por sus cualidades humanas, su altruismo, su respeto por las diferencias que se consideran conservadores o liberales en política. Y al revés todos conocemos personas que cacarean de ser de izquierdas y acaban enmarañadas en redes de corrupción y teñidos de intransigencia, incapaces de entender la riqueza de la diversidad.

Atrapado, cuando joven, en las redes del franquismo cruel y antidemocrático, y estando en el extranjero, tardé muchos años en poder votar. Y mis votos fueron siempre de izquierdas porque al entrar en la cabina de las urnas me perseguía el fantasma de los fascismos, franquismos y nazismos.

Mi bandera no era la de izquierdas o de derechas, sino la de la libertad de pensamiento. Y en esa libertad entraban también mi aprecio por ciertos valores conservadores y libertarios a la vez que había recibido de mis padres. Los dos eran maestros de escuelas rurales y pobres. Eran tiempos en España de sangrienta Guerra Civil e ideológica y mis padres fueron castigados a varios meses sin sueldo porque, al parecer, los alumnos que salían de sus esuelas, al llegar al bachillerato “hacían demasiadas preguntas a los profesores”. Y, claro, en el franquismo raíz, preguntas e interrogaciones, dudas y novedades, eran sinónimo de degeneración.

Por ello, hoy con muchos años y experiencias a mis espaldas si me preguntan si soy progresista o conservador, respondería, como andaluz que pasó su infancia en Galicia, “pues depende”. Soy, eso sí muy cuidadoso con la fuerza de las palabras que al final de cuentas nos desnudan e identifican.

Hay algo que puede tener valor universal y que nos define hoy en medio al torbellino que nos rodea de cambio de época donde ni los mayores gurús de los nuevos lenguajes, son capaces de decirnos donde aterrizaremos.

Y en medio a todo ello, me quedo, a la hora de juzgar hasta políticamente a alguien, con el viejo lenguaje de mis antepasados, los que aún cultivaban la tierra, cuando decían de alguien “ese es una buena persona”. ¿Progresista o conservadora? “Por los frutos los conoceréis”, decía el joven y sabio judío, Jesús de Nazaret, que acabó revolucionando la Historia.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_