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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La reunión del G-7

Los líderes reclaman a China el fin de sus prácticas de coacción económica para asegurar una relación constructiva

Desde la izquierda, el embajador italiano en Japón, Gianluigi Benedetti; el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel; el canciller alemán, Olaf Scholz; el presidente de EE UU, Joe Biden; el primer ministro de Japón, Fumio Kishida; el presidente ucranio, Volodímir Zelenski; el presidente francés, Emmanuel Macron; los primeros ministros de Canadá, Justin Trudeau, y Reino Unido, Rishi Sunak, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en una foto de grupo durante el G-7, este domingo en Hiroshima.
Desde la izquierda, el embajador italiano en Japón, Gianluigi Benedetti; el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel; el canciller alemán, Olaf Scholz; el presidente de EE UU, Joe Biden; el primer ministro de Japón, Fumio Kishida; el presidente ucranio, Volodímir Zelenski; el presidente francés, Emmanuel Macron; los primeros ministros de Canadá, Justin Trudeau, y Reino Unido, Rishi Sunak, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en una foto de grupo durante el G-7, este domingo en Hiroshima.JAPAN POOL (EFE)
El País

Los 40 folios del comunicado final de la cumbre del G-7 y la amplitud de los asuntos que aborda son un síntoma claro del empuje que los países reunidos —Estados Unidos, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Canadá (a los que se añade la representación de la UE)—, más los invitados no alineados, como India, Brasil e Indonesia, han querido dar a esta reunión ante la grave amenaza a la paz global que significa el ataque ruso a Ucrania y el papel de China en la nueva configuración de las relaciones internacionales. En buena medida, el eje de la cumbre ha estado en la exigencia a Pekín de presionar a Vladímir Putin para frenar su ataque y retirar las tropas de las zonas ocupadas. El llamamiento se hizo desde un lugar de memoria cargado de simbolismo trágico, Hiroshima, la ciudad que vivió el primer estallido nuclear de la historia, pero esta vez funcionaba sobre todo como admonición contra las amenazas que el Kremlin ha diseminado sobre un posible ataque nuclear.

La invitación a Volodímir Zelenski para acudir a Hiroshima materializa el rotundo apoyo que el G-7 presta a Ucrania, y pudo escuchar de viva voz el compromiso de un apoyo sin límite temporal hasta conseguir una paz justa y duradera. La expresión más directa de esa solidaridad fue la aprobación del plan para dotar a la fuerza aérea ucrania de cazas F-16 de fabricación estadounidense, además de otros 375 millones de dólares (unos 347 millones de euros) en ayuda militar. La medida no es de ejecución inmediata, dado que hará falta adiestrar a los pilotos en los próximos meses, una vez obtenida la seguridad por parte de Joe Biden de que Zelenski no usará los cazas contra territorio ruso. La solidez de la alianza euroatlántica sale reforzada también con una nueva tanda de sanciones contra Rusia, en material tecnológico de uso militar y en el comercio de diamantes que financia la guerra.

Es notable el refuerzo de la diplomacia ucrania y de la figura de Zelenski, primero con el éxito de su gira europea, luego su admonición ante la Liga Árabe en Riad y finalmente su papel en el G-7 en Japón, acompañado del encuentro bilateral con Narendra Modi, aunque inexplicablemente no con Luiz Inácio Lula da Silva, que ignoraba la invitación a Zelenski a Hiroshima en la mañana del domingo. Para el Kremlin es, en cualquier caso, un revés diplomático que en ningún aspecto queda compensado por el anuncio de la pírrica victoria de las tropas de Wagner en Bajmut, ciudad de valor más simbólico que estratégico, donde Rusia asegura haber tomado posesión de lo que apenas es ya un campo de ruinas (y pese a que Zelenski cuestionó la caída de Bajmut este mismo domingo).

La preocupación más inmediata de la cumbre ha sido la guerra de Putin, pero la más estratégica se centra en el papel de China y en la organización de sus relaciones con la extensa alianza euroatlántica e indopacífica, sin que la primera superpotencia asiática se sienta cercada ni agredida en su potencial de crecimiento económico. El G-7 ha tendido la mano a China para reconstruir las relaciones en el terreno comercial, pero sobre todo del medio ambiente, la estabilidad macroeconómica y la sostenibilidad de la deuda. No se postula desconexión alguna, sino una lógica limitación de riesgos, y en todo caso un reconocimiento del interés global en el progreso de China. Tampoco deben caer en saco roto las palabras del secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, que exige la reforma del Consejo de Seguridad y de las instituciones financieras construidas en 1945, una urgencia desatendida que está en el origen del divorcio entre el llamado sur global y los países más desarrollados.

Una clara inspiración europea ha permeado la cumbre en algunos puntos concretos —entre ellos, el rotundo compromiso con la igualdad de género y los derechos LGTBI del documento de conclusiones— y ha prevalecido sobre las posiciones de Washington expresadas en los últimos meses. De hecho, la cumbre ha mandado un mensaje de búsqueda de sintonía con los países del sur global frente a la retórica más beligerante. El objetivo es recuperar los beneficios de la globalización económica, en la que las interdependencias con China son imprescindibles, pero a la vez requieren de vigilancia. De ahí las advertencias dirigidas a Pekín, a quien se exigen condiciones de juego limpio en el comercio internacional, limitación de las políticas distorsionadoras del mercado global, vigilancia sobre las transferencias ilegítimas de tecnología y datos y eliminación de la coerción económica motivadas por razones políticas. El G-7 también manda a Pekín un mensaje contundente y extenso en reproches. Preocupa la constante presión en las aguas de los mares Oriental y Meridional de China, con la que Pekín pretende hacerse con las islas japonesas de Senkaku, y construye instalaciones militares sobre peñascos y atolones de soberanía ajena, no reconoce la Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar y desatiende la sentencia arbitral de un tribunal internacional de 2016 en favor de Filipinas en el contencioso sobre dos archipiélagos.

El núcleo más amargo y peligroso es la disputa sobre Taiwán, en la que Washington también confluye con la posición europea, al reiterar la vigencia del statu quo, la política de una sola China, la afirmación de las salidas pacíficas y la condena a soluciones unilaterales. Pekín tampoco se ha ahorrado la reprimenda sobre la lamentable situación de los derechos humanos en el Tíbet y Xinjiang, así como la vulneración unilateral en Hong Kong de la declaración sino-británica sobre la devolución de la excolonia y su texto constitucional o Ley Básica, con negativas consecuencias para los derechos humanos de los hongkoneses. La recriminación alcanza hasta la diplomacia coercitiva de Xi Jinping, con interferencias en países democráticos, y culmina con la demanda para que Pekín presione a Moscú en el fin de la guerra y defienda una paz basada en la integridad territorial de Ucrania, de acuerdo con el criterio de la ONU.

El conjunto de advertencias y compromisos que ha acordado esta cumbre podría marcar un hito en el esfuerzo por poner algo de orden en el desgobierno actual del mundo y reducir los peores efectos del ataque ruso contra Ucrania.

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