Unidas Podemos ha muerto
El desgaste de la formación la aboca al borde de la propia extinción, o de la irrelevancia
Unidas Podemos (UP) ha muerto. Algunos contestarán el título de este texto. Y tendrán razón jurídica, pues esa amalgama electoral sigue existiendo como parte de un Gobierno de coalición. Pero el drama desborda lo jurídico. Estamos ante la extinción de UP como proyecto político, formalizada el día 2, desde que las dos dirigentes formales de Podemos, Ione Belarra e Irene Montero, fueron las únicas ausentes en el lanzamiento de Sumar y de la candidatura presidencial de su líder, Yolanda Díaz.
Precisemos el alcance del concepto “dirigente formal”. El que aparenta ser líder, sin serlo. Pues es de general conocimiento que la pareja de Montero, Pablo Iglesias, sigue ejerciendo como la referencia clave del grupo, patrón implícito, estratega patriarcal y decisor indiscutido. Pues bien, esa autoexclusión supone contravenir, o rectificar frontalmente, el mandato por el que Iglesias ungió a Díaz como su sucesora a título de candidata: aunque el más madrugador en cuestionarla hubiera sido el propio mandante.
Y al quedarse solas las dos, frente a Díaz concitando el apoyo de todos los demás, se fractura de facto la amalgama, deja de existir tal como la conocíamos. De una constelación girando sobre un centro irradiador, pasa a ser otra orbitando en torno a un foco distinto, ajeno al amortizado guía. Todos los componentes de las alianzas (IU, Verdes...) y todas las confluencias (Comuns, Compromís, Más País, la nueva En Marea...), toda la aglutinada U aflora, pues, sin la P. Cambia la naturaleza: la supuesta periferia deviene centro aglutinante.
Eso es así también porque el desgaste de Podemos le aboca al borde de la propia extinción, o de la irrelevancia. El grueso de los fundadores (Carolina Bescansa, Íñigo Errejón, Rita Maestre, Luis Alegre, Ramón Espinar, Tania González) fue purgado o abandonó el proyecto. En territorios clave son hegemónicas —de su espacio— las confluencias (Cataluña, Madrid, Valencia, Galicia, seguramente Andalucía). La obra constructiva y tangible de Gobierno se reconoce en sus ministros (Díaz, Joan Subirats). Mientras la especialidad de las numantinas son las leyes polémicas, la confrontación retórica, las batallas grupusculares (bautizadas, ay, como “culturales”) y el señalamiento: a empresarios, jueces, periodistas, traidores...
Esa agonía tiene mal remedio. Si es que lo tiene.
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