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El Ausente

La evaporación de Feijóo cuando el debate de la última moción de censura se amalgama con sus críticas a distancia, que no pueden replicarse en directo, en vivo y en persona

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, durante la presentación del programa del partido para las elecciones del 28 de mayo, este domingo en Guadalajara.
El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, durante la presentación del programa del partido para las elecciones del 28 de mayo, este domingo en Guadalajara.David Mudarra / PP
Xavier Vidal-Folch

Igual algunos lectores jóvenes no saben a quién se apodó “el Ausente” en la historia reciente. Fue a José Antonio Primo de Rivera, líder de Falange, asesinado en la cárcel republicana de Alicante, el 20 de noviembre de 1936. Y a quien el Caudillo no quiso canjear. Sus segundones, como Ramón Serrano Sunyer (disfrazó como Súñer el apellido catalán de su madre, Carmen Sunyer Font de Mora, de Gandesa), el ingenuo Manuel Hedilla o el enriquecido Raimundo Fernández Cuesta intentaban medrar con su desaparición.

Sobornado este, el dictador liquidó el caso en su favor. Y consagró la Ausencia para invertirla. Como “¡presentes!” ensalzó a los “caídos por Dios y por la patria”: los de media España. Y adoptó el uniforme y el brazo en alto fascista del joven ultra.

Aunque en sentido ideológico muy distinto, Alberto Núñez Feijóo, con sus desapariciones en instantes clave, va camino de convertirse en nuestro segundo gran Ausente. Por causa diferente. La de Primo fue, por desgracia, insoslayable. Las suyas son voluntarias. Obedecen a la conocida y cínica expresión “presencia o ausencia, según la conveniencia”. No la conveniencia de los ciudadanos, que reclaman definiciones nítidas, sino la propia.

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La evaporación del segundo Ausente cuando el debate de la última moción de censura se amalgama con sus críticas a distancia, que no pueden replicarse en directo, en vivo y en persona: desde el exterior (Bruselas) o cuando el gobernante está fuera (junto al jefe del Estado, en la cumbre Iberoamericana).

La ausencia es el grado superlativo de la abstención, que no es ecuanimidad. Sino equidistancia falsa: la Biblia consagra su máxima perfidia en el prefecto de Judea, Poncio Pilato. Este entregó a los fanáticos, y a la cruz, a Cristo, espetando ecce homo (aquí está el hombre). Tras pedir: “A quién queréis que suelte, a Jesús o a Barrabás [un delincuente]?” (Mateo 27, 15-26). Les satisfizo. Ecualizar a falangistas de Vox con gobernantes demócratas se erige así en barrabasada. El corrupto Espinosa, clamando conciliación, se hartó de ensalzar a la élite franquista de los cuarenta: la de su ascendiente, el general nazi embajador del Caudillo en Berlín, y su criado en el encuentro con Hitler en Hendaya. Al Ausente, estas instructivas historias le sonarán a chino. No en vano alaba “el interés por la sostenibilidad de las pensiones” de Macron (por subir la edad de jubilación de los 62 a los 64 años), contra el “parche” de la reforma socialista. ¿Desmemoria? Aquí, quien lo hizo ¡hace 12 años, en julio de 2011!, fue el Gobierno socialista de Zapatero: de 65 a 67 años. El PP votó en contra. El Ausente presidía la Xunta de Galicia. Ni Pilatos.


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