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Columna
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Pep Borrell, 3 en 1

A este hombre dado al énfasis, al compromiso y la polémica, algunos lo han incluido en una inmunda caza al hombre

Josep Borrell saluda a Salvador Illa en el acto del PSC de este sábado en Barcelona.
Josep Borrell saluda a Salvador Illa en el acto del PSC de este sábado en Barcelona.Quique García (EFE)
Xavier Vidal-Folch

Josep (o Pep, o Pepe) Borrell es “el catalán más influyente hoy en el mundo”, dijo el sábado en Barcelona Salvador Illa al entregar al alto representante para la política exterior de la UE el Premio a los Valores Europeos instituido por su partido, el PSC. Ese reconocimiento sucede al otorgado el pasado enero en Madrid por el Fórum Nueva Economía.

En ambos casos y desde troncos institucional/ideológicos dispares se glosó su condición como personaje tres en uno. “Difícilmente podrá encontrar uno en otra persona desde la experiencia técnica a la humanística, desde la científica a la académica, desde la política a la social”, destacó entonces el presidente del Tribunal Constitucional, Cándido Conde-Pumpido.

Illa le alabó como símbolo de una Cataluña “en la que puedes sentirte catalán, español y europeo, las tres cosas al mismo tiempo”. O sea, como exponente del paradigma de los sentires superpuestos que nos regaló Amin Maalouf en su siempre actual Identidades asesinas: solo pueden llegar a serlo las que excluyen a otras, también como capas compartidas en uno mismo.

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Para el periodismo, un oficio que suele ahorrar reconocimientos, es raro e incómodo reconocerle algo a un gobernante, salvo en ocasión de su despedida final, cuando no pueda disfrutarlo. Pero este caso lo merece. No solo por sus méritos intrínsecos, que también, sino por necesidad de ponderación, equilibrio y restauración pública de lo que se ha estropeado.

Porque a Borrell, un hombre dado al énfasis, al compromiso y la polémica, algunos lo han incluido en una inmunda caza al hombre. Sobre todo por culpa de su combinación de esas tres identidades fuertes a las que aludía Illa (hay muchas otras, complementarias y posibles), que niegan quienes prefieren exhibir solo una, algo siempre más pobretón que tres, según nos dicen las matemáticas elementales.

Borrell es hijo de una localidad pirenaica de 3.000 habitantes, la Pobla de Segur. Chaval espabilado de una familia de panaderos, orgullosos de serlo. Competitivo, ambicioso, enérgico, a veces arrollador, tierno. Cuando era ministro de Obras Públicas, su ciudad le dedicó una calle. Hace dos semanas un alcalde nacionalista/separatista de Esquerra, de cuyo nombre es mejor no acordarse y que jamás pasará a ninguna historia noble, le retiró del callejero tras un referéndum fraudulento: sin quórum mínimo y con solo 250 votos en favor de la torpe ignominia. Así las gastan. Donde más le duele al corazón, en el terruño. Borrell no es el único expulsado de nuestras calles por el doctrinarismo exclusivista. El que los valores europeos buscan superar. Pues por eso.

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