La izquierda o el pesimismo esperanzado
Le corresponde a Yolanda Díaz coordinar todo el espacio más allá del bipartidismo, pero tiene que hacer lo que esté en su mano para que las fuerzas de ese ‘frente amplio’ sean bien tratadas. Si van separadas, las ahorcarán juntas
Mirar hoy a la izquierda desde el optimismo es aventurado. Implicaría desconocer las enormes dificultades por las que atraviesa la agenda transformadora. En el sálvese quien pueda de una sociedad mercantilizada la ley se va debilitando, lo público, incluidos los partidos, anda bajo sospecha, la libertad y el modo de vida los marcan el éxito en el mercado y la fuerza va convirtiéndose en un nuevo sentido común.
A la izquierda tampoco se la puede mirar desde el pesimismo, porque la melancolía paraliza. Es una contradicción estar en el espacio del cambio que quiere ensanchar la democracia y, al tiempo, brindar apoyo al inmovilismo.
De manera que no queda otra que mirar a la izquierda desde un pesimismo esperanzado o, si así lo prefieren, desde un optimismo trágico. La indignación en las calles del 15-M de 2011 expresó esa mezcla de realismo y esperanza.
Las agendas actuales de la izquierda no tienen la épica de antaño y apenas cambian la correlación entre el capital y el trabajo. Básicamente, son posneoliberales: hacen ajustes progresistas en el entramado neoliberal de la globalización, revierten tímidamente la privatización de lo público, deshacen algunos aspectos de la desregulación económica e intentan revertir, igualmente de manera impotente, el vaciamiento fiscal de los Estados. Mejoran algo la vida de la gente, pero no cambian el sistema. Forzar esta posibilidad es casi la única garantía de hacer una transición desde la izquierda.
Podemos expresó el impulso destituyente del 15-M con una agenda principalmente regeneracionista (una constante en la historia de España). Se criticó la profesionalización de la política, la corrupción y el mal gusto político e institucional que afectaba a la monarquía, a las direcciones de los partidos y a buena parte de las inercias de la Transición. Como escribió El Roto en una viñeta el día después del 15-M: “Los jóvenes salieron a la calle y súbitamente todos los partidos envejecieron”. Había surgido una izquierda que expresaba un cambio generacional.
La inicial frescura de Podemos fue templándose y los cinco millones de votos que expresaban ese ánimo regenerador fueron cubriéndose de hojas caídas. No fue menor la influencia que tuvo la voluntad del régimen de fragmentar la legitimidad de Podemos. La historia de la izquierda durante el siglo XX también es la historia de fuerzas asediadas que terminan cometiendo errores precisamente por ese asedio.
Salvo errores de bulto de los nuevos, es prácticamente imposible que un solo partido represente a todas las sensibilidades sociales progresistas. Los partidos socialistas formarán necesariamente parte de los gobiernos de izquierda, que serán de coalición. Los nuevos partidos se articularán como frentes amplios, donde alguna de las nuevas fuerzas fungirá como columna vertebral que articulará el conjunto. Y donde el liderazgo será esencial, con todas las contradicciones que eso implica.
En España, le corresponde a Yolanda Díaz coordinar con Sumar a todo el espacio que va más allá del bipartidismo. Para ello, debe hacer todo lo que esté en su mano para que todas las fuerzas que configuren ese frente amplio se encuentren bien tratadas. Eso marca cuatro obligaciones con su socio principal: entender que Podemos ha cambiado la política española (por tanto, no caben comparaciones con la disminuida Izquierda Unida de 2014); no buscar ventaja alguna en el hecho de que Podemos ha sido el pararrayos de los descomunales ataques legales e ilegales a la izquierda (incluyendo el acoso de periodistas, ministros, jueces y policías corruptos); establecer claridad acerca del proceso, especialmente con lo que tiene que ver con las primarias (un requisito en Podemos); y entender que 2023 no es 2014. Es decir, que mientras que Podemos nació de un movimiento social (una constante en la izquierda española con el antifranquismo, la lucha anti-OTAN y finalmente el 15-M), Sumar va a ser un segundo momento del espacio que nació en las calles hace una década.
Igualmente, ese frente amplio deberá establecer algún tipo de diálogo franco con el PSOE, preferiblemente y para evitar desencuentros, en forma de acuerdo de Gobierno. Y otro tanto con esa incorporación del espacio de las izquierdas independentistas vasca y catalana al bloque de gobierno de España, cuya ausencia ha sido la principal fuente de desperdicio de energías en la izquierda en las últimas décadas. Sumar, pues, con todas las letras. Pues de lo contrario, en vez de sumar estaremos más bien sustrayendo.
Vemos, sin embargo, que pretender acabar con Podemos parece una tarea que hace extraños compañeros de cama. Están los que nacieron con el partido morado y hoy han montado su propio partido anti-Podemos (empeño que, paradójicamente, comparten con el PP, VOX y Ciudadanos, así como con todos sus satélites mediáticos). Igual ánimo ejecutor expresan las izquierdas territoriales que quieren ser hegemónicas en su espacio, olvidando el magro resultado de sus aventuras individuales. También lo desea la patronal y la parte de la Iglesia que ve en el papa Francisco un bolchevique. Habría que añadir a los veteranos miembros del PSOE que prefieren la derrota de su partido si así acaban con Pedro Sánchez.
A toda la izquierda —a toda— le debiera parecer sospechoso el intento repetido de sepultar a Podemos. Si una fuerza molesta tanto al poder, algo debe de llevar en su seno. Pese a todo, a la formación morada se le puede recitar un soneto de Quevedo que amaga con desbaratar la sensatez de la unidad: “Y es más fácil, oh España, en muchos modos, Que lo que a todos les quitaste sola, Te puedan a ti sola quitar todos”.
Si la izquierda va separada, la ahorcarán junta. La esperanza, como en el poema de Neruda, tendrá más de canción desesperada que de poema de amor. ¿Se habrá entendido que el fracaso en Andalucía fue parte de ese intento de prescindir de Podemos? ¿No es aún evidente que sin Podemos regresamos al pasado? ¿No estará pesando más lo mismo que llevó a Más País, a Más Madrid, a Compromís a la derrota? ¿Quién desde una nueva izquierda puede renunciar a las primarias para que sea la gente la que elija?
La amenaza de un Gobierno del PP y VOX debiera llamar a la sensatez. La izquierda no tiene derecho a levitar. Aunque, quién dijo miedo… Pesimismo, pues. Pero, confiemos, pesimismo esperanzado.
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