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columna
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Dos fuentes de la ira popular

La única alternativa está en que las protestas se traduzcan en más y mejor democracia

Miles de personas participan en una manifestación contra la reforma de las pensiones aprobada por el Gobierno, este jueves en París.
Miles de personas participan en una manifestación contra la reforma de las pensiones aprobada por el Gobierno, este jueves en París.MOHAMMED BADRA (EFE)
Fernando Vallespín

Bien visto, la coincidencia entre las mega-manifestaciones populares en Francia e Israel puede que no sea casual. Desde luego, unas tienen que ver con el recorte de derechos sociales adquiridos, como en el primer caso, y otras con la amenaza de dinamitar instituciones básicas para el control del poder político. Sin embargo, si ampliamos un poco el foco nos damos cuenta enseguida de que forman parte de un mismo paquete, eso que veníamos llamando Estado social y democrático de derecho. Francia representaría la parte social, Israel la democrática; ambas sujetas a amenazas evidentes, pero que no son inconmensurables. Constituían las dos patas sobre las que se sostenía nuestro mundo occidental. Una, la social, era la que venía sufriendo la mayor erosión. Las dinámicas de la globalización de la economía han provocado un estancamiento del motor de ascenso social y unos niveles de desigualdad inimaginables hace solo un par de décadas. Hoy estamos bajo un paradigma que encuentra su manifestación más palpable en las dificultades para financiar adecuadamente una sanidad universal o satisfacer las expectativas puestas en el sistema de pensiones. El motor redistributivo se ha atorado y ya no hay manera de esconder la indignación de los perdedores de este proceso.

La otra pata, la democrática, sufre de la frustración derivada de la imposibilidad de encontrar respuestas eficaces al problema anterior por parte de la clase política tradicional. Y en estas aguas revueltas es donde se ceba el populismo. ¿Alguien duda de que la gran beneficiaria de lo que ocurre en Francia es Marine Le Pen? Pero también la desestabiliza la añoranza de la homogénea comunidad nacional perdida, su incapacidad para buscar acomodo a la nueva diversidad, a poblaciones mestizas y valores plurales. La otra fuente del escapismo populista. No nos engañemos, la crisis de la democracia es reflejo también del agotamiento de la parte más noble de la tradición liberal, la creación de espacios para una convivencia tolerante de lo plural, para poder disentir sin imposiciones por parte de la mayoría. El síndrome israelí es esperanzador porque demuestra que no vamos a entregarnos sin más a los enemigos de la libertad, y que esta lucha no es menos pasional que la que dicen defender sus adversarios. En las calles franco-israelíes se elevan dos gritos que no son incompatibles: “¡ni neoliberalismo ni iliberalismo!”. Cómo conjugarlos, cómo recuperar la coherencia de un Estado social y democrático tan debilitado es la gran tarea que nos queda por delante.

En el otro lado del ring se encuentran Vladímir Putin y Xi Jinping, que comienzan a esbozar la contraofensiva geopolítica de las autocracias. Deben de sentirse eufóricos de contemplar lo que interpretan como evidentes señales de debilidad de las democracias. En sus países nadie se atreve a chistar. Pero es el silencio de los corderos. ¿Alguien piensa de verdad que ahí puede anidar alguna alternativa? La única alternativa está en hacer que aquellas sean más resilientes, que la ira popular se traduzca en más y mejor democracia.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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