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Columna
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Francisco, el Papa favorito de los ateos

Hay una izquierda que tolera a una Iglesia intrigante y meticona en asuntos del Estado si su jefe les cae simpático. No se oponen a la influencia política de la institución, sino a pontífices concretos de apellido alemán o polaco

El papa Francisco es recibido por los móviles de la multitud en su llegada a la audiencia general semanal en la Ciudad del Vaticano, el 9 de enero de 2019.
El papa Francisco es recibido por los móviles de la multitud en su llegada a la audiencia general semanal en la Ciudad del Vaticano, el 9 de enero de 2019.Andrew Medichini (GTRES)
Sergio del Molino

En 10 años, a Jorge Mario Bergoglio le ha cabido el mérito de ser el Papa favorito de muchos ateos. Pontifica que te pontifica, ha hecho algo mejor que convertirlos a su fe: los ha reclutado como aliados. En España le han salido admiradores poderosos que incluyen al Ejecutivo en pleno: en junio de 2022, tras una hora de audiencia, el ministro de la Presidencia dijo, con fervor de converso, que su Gobierno y el Papa compartían los mismos valores. Unos meses antes, en diciembre de 2021, la vicepresidenta Yolanda Díaz salió emocionada del Vaticano, tras regalar a su titular una estola hecha con plástico reciclado. Ese mismo año, Pablo Iglesias dijo que Francisco hablaba como un comunista (lo cual, en su boca, hay que entender como un gran elogio; distinto sería si lo dijera Hermann Tertsch).

Max Aub dijo de su amigo Luis Buñuel que era todo lo ateo que un español podía ser, que no era demasiado. Los herederos ideológicos de Largo Caballero y de la Pasionaria tampoco llevan el ateísmo a la tremenda con su amigo Bergoglio, pero nunca pensé que serían precisamente ellos quienes pondrían en peligro la separación entre la Iglesia y el Estado. Tantos años de anticlericalismo, tanto bramar contra el concordato y contra la escuela concertada, para acabar genuflexos en el Vaticano y celebrando que el Papa es “uno de los nuestros”. Al parecer, el machismo y la homofobia institucionales de la Iglesia, la oposición cavernaria al aborto, la postura sobre los anticonceptivos y la libertad sexual, y la hipocresía criminal sobre los abusos del clero a los menores son cuestiones insignificantes que no impiden la francachela y la camaradería con Francisco.

Lo entendería si hubiera pompa vaticana. Es difícil resistirse al incienso y a la escenografía católica. No hace falta ser un hiperestésico como Stendhal para caer redondo entre panes de oro y angelotes. Hasta yo me reprimo los sarcasmos cuando visito una catedral, pero Francisco ha renunciado al misterio. Su Iglesia reniega de latines y de sobreactuaciones milagreras. No se han convertido a la religión, sino a la persona que la lidera, lo que induce una conclusión incómoda: hay una izquierda que tolera a una Iglesia intrigante y meticona en asuntos del Estado si su jefe les cae simpático. No se oponen a la influencia política de la institución, sino a papas concretos de apellido alemán o polaco. Con este panorama, lo llevamos crudo los ateos que lo somos un poco más que Buñuel y creemos en una separación radical de la religión y lo mundano.

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Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).

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