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Tribuna
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La situación es peor que en la década de 1970

Veo semejanzas llamativas entre los años setenta y nuestros días, pero probablemente lo que venga detrás no sea el neoliberalismo thatcheriano, sino algo más represivo y autoritario

Agentes federales lanzan gases lacrimógenos contra una protesta contra la desigualdad en Portland, Oregón, en julio de 2020.
Agentes federales lanzan gases lacrimógenos contra una protesta contra la desigualdad en Portland, Oregón, en julio de 2020.CAITLIN OCHS (Reuters)
Wolfgang Münchau

Nuestra situación económica y la de la década de 1970, con sus crisis de los precios del petróleo, sus barones sindicales y sus gobernadores incompetentes al frente de los bancos centrales, son claramente diferentes.

La nuestra es peor.

Veo tres semejanzas llamativas entre los años setenta y nuestros días, pero hay una diferencia crucial que inclina la balanza.

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La primera semejanza, y la más evidente, es el aumento de la inflación tras una serie de subidas de los precios, y la manera en que los bancos centrales están reaccionando ante ello. En Reino Unido, por ejemplo, la primera crisis del petróleo de 1973 hizo que la inflación escalara hasta el 23% en 1975. En los dos años siguientes, bajó, pero menos de lo que los economistas habían previsto. Con la segunda crisis de los precios del petróleo, que comenzó en 1978, la inflación volvió a subir. El Banco de Inglaterra y oros bancos centrales de todo el mundo empezaron a rebajar los tipos de interés demasiado pronto.

Actualmente, la inflación subyacente en Reino Unido, Estados Unidos y la zona euro se sitúa entre el 5,6% y el 5,8%. Los tipos básicos en todos esos países están muy por debajo del nivel de inflación, igual que ocurría en la década de 1970. También en esta ocasión los gobernadores de los bancos centrales están enviando señales de que es posible que lo peor haya pasado. Andrew Bailey, gobernador del Banco de Inglaterra, lleva tiempo indicando que estamos cerca del final del ciclo de subida de tipos. Lo mismo hizo el gobernador del Banco de Francia recientemente. Eso fue más o menos lo que ocurrió en los años setenta.

La segunda similitud es el deterioro de las finanzas públicas. Tras la frugalidad de las décadas de 1950 y 1960, en los años setenta los Gobiernos empezaron a utilizar activamente la política fiscal para contrarrestar las sucesivas crisis. Reino Unido pasó por su crisis de la deuda soberana y un rescate del Fondo Monetario Internacional en 1976. Los déficits fiscales de Estados Unidos experimentaron una fuerte subida durante la presidencia de Jimmy Carter.

Esto es exactamente lo que los Gobiernos occidentales hicieron casi 50 años después, durante la pandemia, y de nuevo tras la invasión rusa de Ucrania. Gran parte del gasto destinado a estimular la economía fue financiado por los bancos centrales mediante la expansión cuantitativa. Estados Unidos aprobó un total de cinco billones de dólares en estímulos durante ese periodo. Mientras duraron los cierres, los Gobiernos de todos los países occidentales financiaron empresas y subvencionaros salarios. Tras la subida de los precios de la energía, volvieron a hacerlo, ayudando a personas y empresas a pagar sus facturas energéticas.

La política fiscal moderna se rige por el principio de que hay que hacer lo que haga falta, una expresión que describe mejor que ninguna otra la mentalidad de la última década. No siempre fue así. Antes de la década de 1970, el mundo funcionaba fatigosamente con duras restricciones presupuestarias. Había cosas que, sencillamente, no se podían hacer. Estados Unidos fue a la Luna en la década de 1960, pero empezó a descuidar sus ciudades. Cuando se nos vinieron encima una pandemia y una guerra, la vida siguió como si no hubiera pasado nada.

El tercer paralelismo es un cambio de políticas a escala mundial. Entre 1945 y principios de la década de 1970, el mundo occidental, más Japón y Australia, se habían encerrado en un sistema de tipos de cambio semifijos, en el que el dólar estadounidense servía de ancla. El sistema, conocido como Bretton Woods, garantizó un largo periodo de estabilidad económica y financiera. Pero, como todos los regímenes de tipos de cambio, este también dejó de funcionar, porque las economías divergieron con los años.

Las transformaciones de nuestro régimen actual no tienen que ver con los tipos de cambio, sino con las relaciones comerciales mundiales. En una columna anterior escribí sobre cómo la globalización mundial se había roto en dos mitades. La geopolítica se entrometió. Seguimos comerciando entre nosotros, pero desplazamos nuestro comercio y nuestras inversiones hacia los países a nuestro lado de la línea divisoria. La deslocalización es ahora un traslado a territorio amigo.

Aquí terminan las similitudes. Lo que es diferente esta vez es que lo que vendrá a continuación será menos benigno que el thatcherismo y el reaganismo que vinieron después de la década de 1970. Recuerdo que, por entonces, en mi época de estudiante, el radicalismo de Thatcher en particular parecía extremo. Desde la perspectiva actual no parece tan aterrador, y menos terrible de lo que podría golpearnos ahora.

El thatcherismo formaba parte de un cambio mundial en las prioridades de la política macroeconómica hacia el libre mercado y la liberalización. Fue el resultado de un intenso debate económico. Hoy no existe nada parecido. No hay más que ver las absurdas prioridades en materia de política económica de los dos principales partidos de Reino Unido. El primer ministro promete reducir la inflación, y el líder de la oposición se propone superar en crecimiento al resto de países industrializados del G-7. El ministro de Finanzas de Alemania quiere que la Unión Europea vuelva a las viejas normas fiscales anteriores a la pandemia. Veo la misma escasez de ideas también en otros países europeos. El centro político, ya sea de izquierdas o de derechas, no tiene más que eslóganes vacíos.

Italia es el país que empezó a recorrer este camino antes y ha avanzado más trecho que los demás. A lo largo de los últimos 25 años, los insatisfechos votantes italianos probaron partidos de centroizquierda y centroderecha, entremezclados con periodos de Gobiernos tecnocráticos. Desde 2018, han recurrido a formaciones antisistema, como el Movimiento Cinco Estrellas de Giuseppe Grillo, la Liga de Matteo Salvini, o Hermanos de Italia, de Giorgia Meloni. Esta búsqueda continuará hasta que encuentren algo que los satisfaga. Podría ser Meloni, pero dudo que sea un político de centro.

Sea lo que sea lo que venga a continuación, preveo que será más represivo y autoritario, y en particular, menos supranacional. El Brexit ha sido el ejemplo más extremo de esta última tendencia, pero la era de la integración europea también ha dejado atrás sus mejores momentos en otros lugares. Asimismo, preveo que las futuras mayorías políticas sentirán menos entusiasmo por el libre mercado y por acuerdos institucionales como los bancos centrales independientes.

Así que, sí, probablemente nuestra época será peor que la década de 1970. Entonces quedaban opciones que ya no existen. Nada es seguro, pero, en mi opinión, otra era de extremos es más probable que el cuento de hadas del capitalismo que se reforma a sí mismo.

Eso no es lo que hace el capitalismo.

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