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Tribuna
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Cómo convertirse en “un viejo asqueroso”

Igual que el feminismo deben liderarlo las mujeres, pero necesita de los hombres, la lucha contra el edadismo deben liderarla los mayores, pero necesita de los jóvenes

Geoff Dyer, autor de 'Los últimos días de Roger Federer', en  2016.
Geoff Dyer, autor de 'Los últimos días de Roger Federer', en 2016.Getty
Nuria Labari

“Al ser un hombre de más de 60 años, la imagen que tengo de mí mismo se ve severamente comprometida. Una cosa es verme desplazado hacia los márgenes del mercado sexual, pero sentir que me he quedado permanentemente excluido es una perspectiva terrible. Lo único peor es haberte autoexpulsado de ese mercado con el argumento de que, dado que nadie en su sano juicio podría sentirse atraída por ti, lo mejor para todos los implicados es que dejes de tener cualquier contacto sexual con el mundo, cualquier identidad sexual”. Quien esto escribe es Geoff Dyer, uno de los escritores más modernos y rompedores del panorama internacional. “Un tesoro nacional”, según lo ha definido Zadie Smith.

Geoff Dyer tiene 67 años. Es alto y delgado y luce una de esas cabelleras silver que tanto se cotizan ahora en la publicidad. Juega al tenis semanalmente y la última vez que fue al Burning Man —ese evento sin otra ley que la libertad que se celebra durante siete días al año en el desierto de Nevada— tenía 64 tacos. Dyer es además uno de mis escritores favoritos y, por alguna razón que no entiendo, a sus 67 espléndidos años se siente “un viejo asqueroso”.

“Ahí estás por la mañana siendo encantador y divertido, ni siquiera flirteando, con la atractiva mujer de poco más de 30 años que despacha en la panadería, y por la tarde eres un asqueroso”, explica en su último libro, Los últimos días de Roger Federer (Random House), que aborda precisamente el tema del paso del tiempo y el ocaso de la vida. Y sigue: “¿Por qué? Debido a esa ligera vacilación, a ese interrogante —'No me he portado como un asqueroso, ¿verdad?’—que sentiste de vuelta a casa, mientras agarrabas la baguette aún caliente. La preocupación por evitar una posible asquerosidad puede volverte asqueroso. ¿Cómo sucedió esto? Como todo lo demás, es algo que se acerca sigilosamente”.

Y no puedo dejar de sorprenderme con esta declaración un poco víctima y un poco tóxica que hace mi admirado Dyer respecto de sí mismo en cuanto “sujeto asqueroso” y de los hombres de más de sesenta por alusiones. Es verdad que existe una forma asquerosa de mirar a las mujeres. Pero esa mirada asquerosa no tiene 14 ni 20 ni 80 años, aunque desde luego existe y cualquier mujer es capaz de reconocerla. Sin embargo es, a todas luces, una asquerosidad transgeneracional. La pregunta es por qué Geoff Dyer no se ha sentido dueño de esta asquerosidad hasta cumplidos los 60. ¿Qué es lo que ha cambiado en él o para él con la edad?

En primer lugar, creo que ha cambiado él mismo. O, peor aún, que se ha negado a cambiar. Hay un narcisismo en el escritor de prestigio que le hace sentirse centro de todas las miradas, también de las miradas eróticas. Sin embargo, hay un momento en que hasta el escritor de éxito deja de ser joven. Hasta los tesoros nacionales envejecen. Y es posible que llegado el momento no sean capaces de soportar (o aceptar) la propia decadencia física o motora. Y en ese momento el viejo se retrae, se “autoexpulsa” del “mercado sexual” —como el propio Dyer confiesa— y renuncia al juego de la seducción. Un juego que por supuesto no tiene edad y donde la aproximación al otro ha de ser siempre muy cuidadosa, porque estás vulnerando el territorio físico e íntimo de otra persona. Pero, por alguna razón, quizás por sus propios prejuicios, Dyer ya no quiere correr ese riesgo. Y esta renuncia personal al erotismo es, tristemente, la génesis del “viejo asqueroso”. Porque, cuando el viejo se retrae, empieza a comer con la mirada. Ya no se acerca, ya no se arriesga, ya “ni siquiera flirtea”. Decide que no puede tocar, pero que va a mirar. Entonces no está tan claro que te sientas asqueroso porque seas viejo sino tal vez por haber aceptado que la satisfacción de tu libido proviene únicamente de mirar. Y esta renuncia implica también la renuncia de la delicadeza que el erotismo exige. No hay riesgo, no hay nada que perder y, por tanto, la mirada ya no es íntima (y cuidadosa) sino invasiva. Y entonces, sí, puedes terminar mirando como un “asqueroso”. Porque, puestos a mirar, ¿por qué Dyer se preocupa de la mirada de las mujeres que tienen 30 y no se fija en la mirada de las que tienen 60?

Para mí es evidente que Dyer, además de tener 67 años, tiene una mirada edadista sobre la realidad que quizás ha cultivado desde su juventud y que ahora se vuelve contra él. Pero ¿de dónde nace esta mirada? ¿Por qué hay gente dispuesta a creer que el mero hecho de cumplir años nos convierte en seres asquerosos? Nuestra sociedad es cada día más vieja —España será en 2050 el país más viejo de Europa, según la ONU— y, al mismo tiempo, nuestra cultura es cada día más edadista. Hoy la juventud es un valor en sí mismo, igual que la energía, el consumo, el despliegue de presencia o la acción. Todo tiene que ser joven, activo, nuevo y muy rápido, igual que el consumo. De modo que la autoexclusión funciona en Dyer como castigo tanto como potenciador de una “mirada asquerosa” sobre los cuerpos de las mujeres más jóvenes. Pero esta autoexclusión tiene origen en un estigma muy profundo y del que a menudo es difícil escapar. Porque, en cierto modo, el estigma de la edad se parece a la educación patriarcal en el sentido de que está por todas partes. Incluso las matemáticas son edadistas y el medio ambiente y la misma idea de futuro, del que se habla de forma compulsiva y que parece pertenecer únicamente a quienes tienen años por delante, por mucho que sea imposible saber quiénes son esos.

Entonces ¿qué hacemos? No queda otra que atacar el estigma. Y evidentemente solo podemos hacerlo entre todos. Igual que el feminismo deben liderarlo las mujeres, pero necesita de los hombres, la lucha contra el edadismo deben liderarla los mayores, pero necesita de los jóvenes. La asquerosidad no tiene edad y los viejos deberían ser los primeros en saberlo. Por lo demás, a mí la vida sexual de Dyer me importa bien poco. En cambio, su salud literaria sí es de mi incumbencia, porque es un escritor a quien amo y deseo seguir disfrutando. Por eso le recuerdo desde aquí que cuando un escritor mata la mirada erótica que lo ata a la vida, también aniquila su escritura. Esto lo dijo otro de los grandes, Theodor Kalifatides. Y es de primero de lucha edadista aprender de los grandes. El erotismo, el cuerpo y el deseo son, a cualquier edad, irrenunciables. Y cualquier otra idea es una verdadera asquerosidad.

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Sobre la firma

Nuria Labari
Es periodista y escritora. Ha trabajado en 'El Mundo', 'Marie Clarie' y el grupo Mediaset. Ha publicado 'Cosas que brillan cuando están rotas' (Círculo de Tiza), 'La mejor madre del mundo' y 'El último hombre blanco' (Literatura Random House). Con 'Los borrachos de mi vida' ganó el Premio de Narrativa de Caja Madrid en 2007.

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