Cataluña contra los Goya
Cuando el resultado depende de una opinión, las opiniones contrarias forman parte del mismo juego. Esto convierte a la cultura en una coartada inagotable
El equipo de mi pueblo va fatal, pese a ser un histórico de España. Lleva diez años en segunda sin levantar cabeza y sin atisbos de levantarla. El sábado se enfrentó a un rival tradicionalmente muy inferior, pero que está haciendo una temporada estupenda. En una tertulia de radio se preguntaron por qué un equipín así se pavoneaba en puestos de ascenso, mientras el Zaragoza chapoteaba en los bajos, y a mí, que el fútbol me interesa lo mismo que la teología tomista, me pareció un debate ocioso. Si algo tiene el deporte es un criterio objetivo e inapelable: el equipo modesto es mejor porque ha ganado más partidos. No hay más razones.
En la cultura no existe un método ni siquiera parecido. Es imposible saber por qué una película o un libro son mejores que otros. ¿Por qué Alcarràs no se llevó ni un Goya? Rodrigo Sorogoyen no ha metido más goles que Carla Simón. Los cineastas, escritores y artistas que compiten por premios aceptan de antemano la arbitrariedad de los mismos. Se someten al criterio discutible y caprichoso de un puñado de personas, con sus fobias, sus gustos, sus prejuicios, sus mezquindades y, también, a veces, su ignorancia y su pobreza de juicio. No importa cuántas sean, pues la demoscopia no sirve como criterio objetivo, como decía aquella baldosa decorativa de las tiendas de souvenirs: “Coma caca, cien millones de moscas no pueden estar equivocadas”.
Los reconocimientos artísticos son injustos por naturaleza, y quien juega a obtenerlos lo sabe. La mayoría finge (fingimos) que lo acepta con dignidad, pero, dado que de opiniones va el asunto, cualquier reproche a las mismas está justificado y es difícil de refutar. Por absurda, extemporánea, victimista y marrullera que suene la acusación de catalanofobia a los Goya, en rigor, no hay manera de desmentir el berrinche de la agitprop independentista, tan sulfurosa siempre. Cuando el resultado depende de una opinión, las opiniones contrarias forman parte del mismo juego. Esto convierte a la cultura en una coartada inagotable para demagogos, nacionalistas de campanario y todo aquel que haga del agravio un modo de vida, que en España son muchos. Siempre habrá una conspiración que explique por qué hacen caso a Fulano e ignoran a Mengano. Los derrotados tendrán un consuelo recurrente, y los encizañadores, un argumento para seguir con la cizaña, en un bucle sin fin tan previsible como fascinante, que, en el fondo, nada tiene que ver con el cine, la literatura o el arte. Y esta última frase, quizá, también es demagogia.
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