Riesgos en Japón
El banco central no modifica la política de tipos cero pese al aumento histórico de la inflación
Después de décadas intentando combatir la caída generalizada de los precios (la temida deflación), Japón se enfrenta a una escalada inflacionista que le obligará a tomar dolorosas decisiones políticas con potenciales consecuencias para la economía global. La inflación ya lleva ocho meses por encima del objetivo del 2%. Se situó en noviembre en el 3,7%, su nivel más alto desde 1991, el mismo nivel que alcanzó la tasa subyacente —la que excluye los elementos más volátiles, como son la energía y los alimentos frescos— y que fue la más elevada en 40 años. En diciembre, el IPC de Tokio, que actúa como indicador adelantado de los precios en el resto del país, superó las previsiones de los analistas y escaló hasta el 4%. Y todo apunta a que las subidas de precios no van a parar ahí.
La debilidad del yen explica buena parte de la escalada. Con la moneda nipona en su nivel más bajo contra el dólar de las tres últimas décadas, el coste de las importaciones se ha disparado. Y las empresas están trasladando todo ese incremento de costes a los precios mientras los salarios permanecen estancados. Pero, a diferencia de lo que sucede en Estados Unidos o en la Unión Europea, donde las autoridades batallan para evitar que el alza de costes se traslade a los salarios, el primer ministro en persona, Fumio Kishida, ha hecho un llamamiento a los empresarios para que adelanten las negociaciones salariales y acuerden subidas de sueldos. Su objetivo es compensar la inflación y evitar así el riesgo de que la economía entre en una etapa de estanflación, es decir, con elevados niveles de precios y un crecimiento estancado. De hecho, Kishida se marcó como objetivo a su llegada al Gobierno, a finales de 2021, que los salarios subieran a un ritmo del 3% anual, poniendo el acento en que los beneficios empresariales se han disparado en los últimos 30 años sin que los sueldos hayan acompasado esa mejora.
De momento, el Banco de Japón mantiene invariable su política de tipos cero. Teme que se produzca un deterioro de la economía global en esta primera mitad del año que pueda llevar a la tercera economía del mundo a la recesión si empieza a retirar los estímulos demasiado pronto. Pero también ha aprendido de sus homólogos de la Reserva Federal y del Banco Central Europeo que si la decisión de encarecer el precio del dinero se toma demasiado tarde, el ritmo de esas subidas puede ser luego demasiado agresivo y poner en riesgo la recuperación. Estados Unidos y la eurozona empezaron a subir los tipos de interés en 2022 cuando la inflación en sus respectivas áreas ya superaba el 7%.
Por lo pronto, el Banco de Japón ha ampliado la banda a la que permite cotizar a los bonos a 10 años hasta el 0,5%, una forma poco ortodoxa de mantener el coste de la deuda artificialmente bajo. Del acierto del gobernador de la entidad, Haruhiko Kuroda, que dejará el cargo en abril, depende no solo el futuro de la economía más endeudada de los países desarrollados (266% del PIB), sino que la economía global deba lidiar con un nuevo foco de inestabilidad en este 2023.
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