Vientos huracanados, ¿América Latina en reversa?
La polarización de la que todo el mundo habla resume como concepto el fortalecimiento de corrientes radicales que apuntan muy claramente en un sentido extremo
Un lugar común se ha venido repitiendo para describir en los últimos meses el supuesto “giro a la izquierda” latinoamericano. Tiene algo de verdad si se observan, por ejemplo, resultados electorales presidenciales recientes en tres países sudamericanos, en orden cronológico: Boric (Chile), Petro (Colombia) y Lula (Brasil).
Esos datos de la realidad, más algunos análisis que no dejan de expresar cierto voluntarismo, remiten a la tal hipotética “ola” de izquierdización. Esa hipótesis omite varias tendencias fundamentales que recorren -no tan subterráneamente- a buena parte de la región, que ha profundizado su fragmentación y dispersión. Si se estuviera ante una “ola”, cualquiera que fuese su signo, se habría avanzado en estos aspectos a niveles en los que, por ejemplo, la próxima cumbre de CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) en Buenos Aires este 24 de enero, nos encontraría menos despatarrados.
Un análisis más cuidadoso de las principales tendencias existentes hoy en la región nos haría poner sobre el tapete al menos dos asuntos fundamentales.
Primero, el sostenido desgaste en el apoyo a la democracia. El Latinobarómetro ha venido siguiendo desde hace años la secuencia de la evolución en la percepción de la democracia en la región. Desde 2010 hasta la fecha, el apoyo a la democracia habría disminuido diez puntos.
A primera vista la situación no parecería tan grave pues luego de ese “bajón” el 49% de los latinoamericanos apoya la democracia, un 13% el autoritarismo y se mantendría alta la población al que el régimen de gobierno le es indiferente (27%). Esta fotografía parecería no pintar tan mal si se tiene en cuenta el grave deterioro económico y social que trajo la pandemia: hizo que en la región aumentara en más de 50 millones de personas la cantidad de pobres.
Pero, ¡cuidado! Desde 2013 ha venido subiendo la insatisfacción con la democracia: del 51% al 70%. La fotografía completa, pues, tiene que ver con ese extendido sentimiento de fondo de distancia y resistencia vinculadas, sin duda, al aumento de la pobreza y también a la creciente inseguridad ciudadana.
En segundo lugar, una dinámica de polarización que se extiende y en la que las corrientes de opinión tienden a afincarse en los extremos. Destacan una extrema derecha, muy radical y organizada, una extrema izquierda, así como proyectos autoritarios y verticales que antes no se expresaban o manifestaban.
La fotografía no es completa si nos quedamos en la pregunta muy básica de si se está o no de acuerdo con el autoritarismo. Yendo más allá, ahora hay opciones, dinámicas y criterios concretos que traducen de manera transparente valores autoritarios que se extienden y fortalecen.
Cuatro ejemplos de estas corrientes; de norte a sur.
Si bien en México la gestión de López Obrador (AMLO) se ha legitimado y enriquecido con programas sociales de acceso a directo a millones de beneficiarios, en el visible telón de fondo la atraviesan rasgos autoritarios: señales de interferencia gubernamental en el prestigiado sistema electoral y el creciente peso de la institución militar, tanto en el ámbito crucial de la seguridad interna como en su creciente presencia en la inversión y gestión pública de aeropuertos, ferrocarriles y hasta carreteras). Dato relevante: AMLO cerró su cuarto año de gobierno con un nivel de aprobación del 55%, niveles superiores a los de cualquier otro presidente latinoamericano después de ese lapso.
En El Salvador, se sostiene y profundiza la lógica vertical y autoritaria de Bukele, para quien conceptos como debido proceso, separación de poderes y demás, son arcaísmos irrelevantes. Guste o no esto tiene que ver directamente con más del 90% de respaldo en las encuestas, de los más altos en la región para quien lleva ya más de tres años de gestión. Ley y “orden público”, por encima de todo, es el valor que hoy sustenta la legitimidad de un gobernante que ha arrasado con obligaciones democráticas como, por ejemplo, el respeto a la independencia judicial, destruida desde que el 2021 Bukele hizo destituir a la Sala Constitucional de la Corte Suprema y al Fiscal General.
En el Perú se pasa por momentos particularmente complicados. Dentro de los que destacan la emergencia activa del llamado “Perú profundo” del Ande que cuela centurias de marginación a través de un amplio abanico de reclamos que es el que hoy está en las calles y las carreteras. Pero que, simultáneamente, desde el mismo país -hoy predominantemente urbano- se expresan visiones conservadoras y hasta reaccionarias.
Se está en el Perú en convulsión contestataria, a la vez, ante uno de los cuatro países -los otros son Paraguay, Guatemala y Honduras- en los que el 40% o más de las personas encuestadas contesta nada menos que “apoyaría un gobierno militar en reemplazo del gobierno democrático si las cosas se ponen muy difíciles”. Hay una serie de percepciones, de creciente arraigo, que prenden una luz de alerta sobre el futuro democrático en una sociedad que parecería terreno fértil para proyectos autoritarios.
En una reciente encuesta nacional en el convulsionado Perú, se expresa por ejemplo apoyo a ciertos valores que están en contra de los estándares internacionales democráticos y de derechos humanos soberanamente concertados. Así, por ejemplo, destaca que el 72% de los encuestados está de acuerdo con el restablecimiento de la pena de muerte, el 73% en contra del matrimonio igualitario (hoy legalizado en Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador y México) y el 58% en contra de la despenalización del aborto en los primeros meses. Nada de eso suena muy progresista.
En Brasil, por su lado, el ajustado resultado electoral y la lógica confrontacional y golpista de Bolsonaro y sus seguidores, ya tuvo un estruendoso capítulo en los hechos ocurridos recientemente en Brasilia. Pero el proceso penal abierto contra el propio Bolsonaro por la instigación al delito de la que es sindicado por el Tribunal Supremo, es señal de que este proceso de polarización, con una extrema derecha muy beligerante y conectada a sectores militares y ganaderos, permite concluir que en el Brasil se está aún solo en el comienzo de un período muy complejo.
En el contexto de esta dinámica, la polarización de la que todo el mundo habla resume como concepto, en realidad, el fortalecimiento de corrientes sorprendentemente radicales que apuntan muy claramente en un sentido extremo. Esto es especialmente visible y ruidoso en lo que atañe a la extrema derecha.
La radicalidad en el extremo izquierdo no parecería tener, a primera vista, focos de desarrollo y expansión de esa fuerza. Pero, sin duda, la violencia y virulencia manifestada en ciertos momentos de conflicto social (como los que se vivieron en Chile, Colombia y, ahora, Perú) si podrían ser una suerte de “punta del iceberg” a darle seguimiento y tomar en consideración.
En cualquier caso, sería evidente que algo así podría ocurrir y extenderse de no avanzarse más en construir espacios comunes de diálogo y concertación. La próxima de la CELAC probablemente exprese algo de eso. Optimistamente se podría esperar que esa cita aporte algo; empezando por vacunarse a si misma no repitiendo en su seno la polarización que hoy recorre la región. Veremos.
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