_
_
_
_
columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Palabrotas

Sin sentido del ridículo, profesores de la Universidad de Stanford proponen una supresión masiva de palabras “dañinas” que retrasan el progreso moral del mundo

Universidad Stanford
Estudiantes de Stanford (California) protestaban en febrero contra la visita del exvicepresidente de EE UU Mike Pence para dar una conferencia en una asociación republicana del campus.Justin Sullivan (Getty)
Fernando Savater

Sería injusto decir que en los USA carecen de esa facultad satírica que se burla de la ridiculez humana. Ahí están Groucho Marx, W. C. Fields o Woody Allen para probar lo contrario. Y antes que ellos, el gran Ambrose Bierce y Henry Louis Mencken. Este último por cierto escribió The American Language, obra que viene al pelo para esta columna. Porque quienes evidentemente carecen de sentido del ridículo y de esa ironía que desde Sócrates ha sido el tono de la sabiduría occidental son los profesores de la Universidad de Stanford (California), que proponen una supresión masiva de palabras “dañinas” que retrasan el progreso moral del mundo. Para empezar, Stanford es una de las instituciones académicas más distinguidas, con 81 premios Nobel en su haber y un presupuesto medio por alumno universitario de dos millones de dólares. Pues ese areópago de cráneos privilegiados (Bierce dijo que “la erudición es el polvo que cae desde una estantería en un cráneo vacío”) ha decidido suprimir palabras que alteran el alma como “adicto” (mejor “persona con un trastorno por abuso de sustancias”), “loco” (mejor “sorprendente” o “salvaje”), “senil”, “aborto”, “caballero”, “señorita” y “chicos” (hay que decir “gente” para evitar el machismo). ¡Ah, “hispano” también está mal: mejor “latinx”…! Las voces abolidas están viciadas de colonialismo, lacra suprema de una raza que ha vivido de y para colonizar, de machismo, de menosprecio a los raros, de jerarquización especieísta… Suprimidas las palabras se acaba con la rabia de que son portadoras y así progresamos (dijo Cioran que progreso es el nombre de la injusticia de cada generación con las anteriores).

No me sorprende que la ortodoxia ideológica vuelva imbéciles a los científicos. Pero cuando en vez de “estoy loco por ti” digo “me vuelves salvajemente diferente”, caramba, me gusta…

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_