Los armarios
Me llevaría a 2023 la ilusión de que gobernar consiste en demostrar que la política sirve para que ninguno de nosotros acabemos durmiendo debajo de un puente

El siglo XXI se ha hecho viejo antes de cumplir 25 años. Mejor no tener confianza en las pretensiones simbólicas de las edades, porque la historia es una caja de sorpresas y los zapatos que corren más acaban pisando los suelos del ayer. Recargada de ismos, la exaltación de la juventud vanguardista a principio del siglo XX tardó poco en fundar diversas añoranzas del pasado que se vistieron con los uniformes del nazismo, el fascismo, el estalinismo y el falangismo. El barco del amor se ha estrellado con la vida cotidiana, escribió Maiakovski antes de suicidarse. La ilusión de que un tiempo nuevo nos saludara por la calle se ha estrellado otra vez con la vida, pero no podemos echarle ahora la culpa a la juventud. Europa ha vuelto a llenarse de misiles por culpa de personajes propios del pasado y la Guerra Fría. Tan peligrosos son los viejos cascarrabias como los jóvenes adánicos.
A principios de año, la palabra hoy condensa una mudanza entre dos domicilios familiares: el pasado y el futuro. Los armarios provocan una obligada meditación entre la casa de la ciudad y la casa de la playa, o la casa del hijo independizado y la casa de los padres. ¿Qué no llevamos al hacer la maleta? ¿Qué dejamos o tiramos a la basura? La decisión importa, y no sólo por las necesidades inmediatas, sino porque una mala elección tiene consecuencias a medio o largo plazo. Dentro de una maleta cabe la imposibilidad del regreso o el peligro de una vuelta precipitada si nos echan a la calle y necesitamos abandonar un domicilio.
Yo dejaría en el armario de 2022 la idea de que hacer oposición implica degradar las instituciones por intereses coyunturales. Y me llevaría a 2023 la ilusión de que gobernar consiste en demostrar que la política sirve para que ninguno de nosotros acabemos durmiendo debajo de un puente.
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