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Columna
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La utopía se llama estabilidad

El año 22 se termina lo más lejos que cabe imaginar del equilibrio que ofrecían sus dígitos

Heridos por los misiles rusos en las calles de Jersón, Ucrania, el 24 de diciembre.
Heridos por los misiles rusos en las calles de Jersón, Ucrania, el 24 de diciembre.DIMITAR DILKOFF (AFP)
David Trueba

Supongo que existe un raro equilibrio oculto en el hecho de que mientras se aprueba una ley en España que otorga a las personas trans esa gran conquista que es la convencionalidad, en Afganistán el régimen beneficiado de la desbandada militar norteamericana haya prohibido con carácter inmediato la presencia de las mujeres en las aulas universitarias. Son precisamente las mujeres, especialmente las jóvenes, quienes protagonizan un movimiento heroico de reivindicación de derechos en Irán. Aún no sabemos si podrán vencer a la represión criminal con que se las contesta desde la autoridad religiosa. Así pues, la democracia puede ser complicada, turbia y enconada, pero sale siempre beneficiada de la comparación, pues su pluralismo y un cierto nivel de transparencia ofrecen la oportunidad para que las libertades encuentren el oxígeno de la supervivencia. Pese a la desesperada constancia con que desde fuera muchos quieren acceder a alguna de estas democracias perfectibles, los de dentro tienden al desánimo y la irritación. Asocian el reclamo de la utopía a algo más ambicioso y etéreo que su ramplona satisfacción. Sin embargo, mucho me temo que la gran aspiración política, y fíjense que suena poco ensoñador, es la estabilidad.

El año 22 se termina lo más lejos que cabe imaginar del equilibrio que ofrecían sus dígitos. El intento de invasión rusa de Ucrania se ha convertido en una contienda de sabor añejo, en la que los grandes estrategas han decidido, vaya avance de la humanidad, golpear día tras días los surtidores de agua y electricidad de una población civil que es descarada diana de los misiles. La inestabilidad del mercado energético ha acabado por provocar una fuerte inflación cuando las democracias quisieron limitar los millones que pagan por sus suministros a las dictaduras. Para su sorpresa, descubrieron que eran esclavos de autócratas y muchos temen que la variación nos ponga en brazos de otros tan autoritarios como los anteriores. En España, el juego es de belicosidad electoral y las lanzaderas de misiles se han apostado en instituciones que deberían quedar al margen de la contienda. Contra los pronósticos, el Gobierno ha logrado aprobar los Presupuestos una y otra vez con una mayoría suficiente, aunque complicada. Tan complicada que a veces el logro en lugar de tranquilizar, perturba, aunque venga acompañado de la aprobación de leyes necesarias.

Al otro lado, muchos confían en que la vuelta de los conservadores al poder garantice esa estabilidad que tanto valoramos cuando miramos no tanto al arcoíris como a la nómina, el semáforo y el estante del supermercado. Pero basta observar ese equilibrio de poder en Madrid, donde los Presupuestos de Ayuntamiento y Comunidad han embarrancado sin solución. También en Castilla y León la promesa de moderación ha quedado comprometida por un ridículo casi permanente. Los signos nos invitan a pensar que la estabilidad no va a llegar del pacto con los extremos, sino del final de la gresca partidista. Los ciudadanos con sus votos fuerzan a los equilibrios más insospechados a quienes quieren sobrevivir en el poder. Es en esa contorsión es donde radica la posible fractura. Por ello, a quienes al frente de nuestras más valiosas instituciones han de tocarse la punta del pie mientras sostienen la tacita de café sin derramar una gota, les deseamos la mejor de las suertes en el 23.

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