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Qatar
Columna
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Petróleo e impunidad

La vertiginosa rehabilitación de Bin Salmán ante lo que llamábamos “concierto de las naciones” debería dar mucho en qué pensar a la oposición venezolana

Ibsen Martínez
Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía, frente a Mohammed bin Salmán, en Doha, Qatar
Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía, frente a Mohammed bin Salmán, en Doha, Qatar.HANDOUT (AFP)

El Departamento de Estado estadounidense juzga que el alto cargo ostentado por el príncipe Mohammed Bin Salmán, primer ministro de Arabia Saudí, debería conferirle inmunidad ante el juicio por asesinato incoado ante una corte federal de Washington por la pareja del periodista Jamal Khashoggi, desaparecido en Estambul, en octubre de 2018.

Khashoggi se disponía a casarse con Hatice Cenzig, dama de nacionalidad turca. Por eso acudió al consulado saudita en esa ciudad portuaria de Turquía, para obtener papeles que le permitirían contraer matrimonio con Hatice. No salió con vida del consulado y habría desaparecido por completo, sin dejar rastros, como Jimmy Hoffa, como las brujas del páramo en el aire delgado, si la Casa de Saud no hubiese declarado, luego de casi tres semanas de silencio, que Khashoggi había muerto “en una pelea” y que ya estaban detenidos 18 funcionarios de seguridad sauditas involucrados en la tángana.

Una pelea contra 18 cortagargantas no es realmente “una pelea”, algo que habrían confirmado con creces los vídeos de vigilancia de la embajada obtenidos por los servicios de inteligencia turcos. Aquí quizá calce bien observar que, de seguir las cosas como van en el mundo, pronto ya no escribiremos “el autócrata Erdogan” ni “el dictador Daniel Ortega”, sino que volveremos a los eufemismos de la Guerra Fría: hablaremos del “hombre fuerte” de Turquía, tal como las revistas Time y Life se referían a Tacho Somoza en los años 50 del siglo pasado.

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Así, y para irnos acostumbrando, horrorizado por los vídeos, el hombre fuerte de Turquía los compartió con los servicios de inteligencia gringos, franceses, alemanes y británicos. Khashoggi, mostraban los videos, fue torturado y luego estrangulado. Su cadáver fue, al parecer, destazado con una motosierra. En consecuencia, durante su campaña electoral de 2020, Joe Biden prometió hacer de Bin Salmán un paria.

Durante la inauguración del mundial de fútbol de Qatar, el paria compartió palco nada menos que con el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, quien, transfigurado en una cruza de Noam Chomsky y Edward Said, se extendió, vía satélite, en una moralina tan pluralista que la FIFA se diría una onegé en campaña contra la islamofobia.

Ya en julio pasado, aun antes de la invasión rusa a Ucrania, Bin Salmán había sido objeto de una visita de Joe Biden con quien cruzó un saludo de puñitos. Vino entonces su gira por la Unión Europea en la que destacó el trato que le fue dispensado por Emmanuel Macron. Tengo edad para recordar los agasajos a Saddam Hussein desplegados en 1976 por Jacques Chirac. Francia le vendió a los iraquíes 25.000 millones de dólares en aviones-caza, misiles y hasta un reactor nuclear de propósitos civiles que los israelíes, sentirse más seguros, decidieron bombardear en 1981.

Apenas cuatro años han trascurrido del asesinato de Jamal Khashoggi. Entonces nadie contaba con la guerra en Ucrania y la disparada de precios del crudo. La vertiginosa rehabilitación de Bin Salmán ante lo que otrora llamábamos “concierto de las naciones” debería dar mucho en qué pensar a los personeros de la oposición venezolana, otra oligarquía latinoamericana.

“No son comparables Venezuela y Arabia Saudita”, me dirán los conocedores. “Bin Salmán tiene Aramco y es el capo de la Opep; Venezuela no puede aportar nada sustantivo al consumo estadounidense: entre Chávez y Maduro se cargaron Petróleos de Venezuela. Se necesitarán decenas de miles de millones de dólares para recuperar los niveles de producción de 2003″. Y otras muchas consideraciones, todas muy atendibles, todas abonando la idea de que Maduro está en aprietos y que irremediablemente perderá las elecciones de 2024. “Le ganaremos hasta con un perro como candidato”, ha dragoneado Juan Guaidó. Infeliz expresión que seguramente los animalistas no agradecen.

Pero el mundo es redondo, decía el gran Adolfo Luque, filósofo cubano, mánager que fue de los inmortales Alacranes del Almendares. Y no conviene olvidar tampoco, digo yo, la avidez, la pujanza y los miles de millones de United Colors of Chevron Oil Corp.

Después de la rehabilitación fast track de Bin Salmán, ¿es realmente impensable que Washington, antes que levantar las sanciones que pesan sobre Petróleos de Venezuela, deje, más bien, sin efecto la oferta de diez millones de dólares de recompensa por Nicky Maduro? No me digan que es imposible, no me vengan con tecnicismos : ya indultaron a sus sobrinos y borrar el boletín que pone wanted en la página web del Departamento de Estado resultaría más barato y menos llamativo que invitar a Maduro al Discurso de la Unión de 2023.

Todo en aras de elecciones presidenciales libres y verificables, me apresuro a decir antes de que en Doral, Florida, frían mi efigie en una lata de Castrol.

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