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Columna
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Dicharacheros

A esta sociedad le conviene un poco de poesía. Y no para ponerse cursi, sino para aprender con Antonio Machado que la libertad verdadera no se da al decir lo que pensamos, sino al pensar lo que decimos

La presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, en una sesión plenaria en la Asamblea de Madrid.
La presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, en una sesión plenaria en la Asamblea de Madrid.Marta Fernández Jara (Europa Press)

Un poeta es todo lo contrario que un dicharachero. Piensa cada sílaba de lo que escribe, porque sabe que las palabras tienen vida, memoria y manías. Unos buenos versos tienen conciencia de que más allá de los impactos están también los sedimentos. Un dicharachero puede decir que el presidente del Gobierno de España se parece a Daniel Ortega y quedarse tan tranquilo con su insulto. Pero si se piensan las cosas veremos que resulta muy grave lavarle la cara de este modo a un dictador que lleva años oprimiendo un país de manera indecente. Los españoles que oyen estas ofensas pueden pensar que está de más la solidaridad con Nicaragua, porque allí las cosas no son tan graves ni tan urgentes.

También parece una contradicción que un político dicharachero repita sin escrúpulos que el debate sobre la sanidad está politizado. Hace de la política, labor a la que se dedica, un ejercicio impuro que no debe mezclarse con los servicios públicos y la vida de la gente. Un disparate sonoro. Pero los impactos son menos graves que los sedimentos silenciosos. La dinámica neoliberal que se desata está muy estudiada: el mundo se organiza de manera natural por las leyes de los negocios y supone una perturbación cualquier intento de regular los asuntos en favor de la justicia social.

Nos estamos acostumbrando a desayunar con los impactos sin tiempo para pensar en los sedimentos. Hablamos como dicharacheros sobre asuntos tan claves para la democracia como los cuidados cívicos, la violencia machista, la justicia, las víctimas y las penas, sus endurecimientos o sus rebajas. Habría que tomarse con más seriedad palabras como política, ley, dictadura, violencia, venganza, castigo y cárcel. A esta sociedad le conviene un poco de poesía. Y no para ponerse cursi, sino para aprender con Antonio Machado que la libertad verdadera no se da al decir lo que pensamos, sino al pensar lo que decimos.

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