Brasil reemprende el camino hacia la libertad que le habían robado
Todos los analistas políticos apuestan hoy a las dificultades que le esperan a Lula para gobernar un país desgarrado y dominado por el odio
Los cuatro años del desgobierno bolsonarista estuvieron cuajados de amenazas contra las libertades y poblados de dioses y demonios con sus gentes divididas por odios y castigadas por el hambre. Fueron cuatro años de miedos y esclavitudes en los que las instituciones democráticas estuvieron cada día amenazadas de muerte. El país aislado del resto del mundo.
Fue necesaria la llegada del Moisés político, el exobrero Lula da Silva, para intentar sacar a su pueblo de la esclavitud del bolsonarismo para dirigirlo hacia la tierra prometida de la libertad y de la esperanza. Que la faena no le será fácil al nuevo Moisés lo revela el hecho que el tirano tardó 48 horas en reconocer su derrota y lo hizo con solo dos minutos y veinte segundos sin pronunciar el nombre del vencedor, mientras en la calle azuzaba una peligrosa revuelta de los camioneros que tenían paralizado al país.
En el caso bíblico, Moisés y sus libertos de Egipto acabaron rebelándose y rechazando el maná llegado del cielo, añorando las ollas de carnero de los tiempos de la esclavitud. Él no llegó a ver la Tierra prometida de la libertad y la abundancia. ¿Qué harán los brasileños arrancados por Lula de la esclavitud política bolsonarista? ¿Volverán gozosos a su libertad o seguirán añorando sus años de esclavitud bolsonarista poblados de dioses y demonios?
Lula lo ha entendido muy bien cuando ha hecho un Gobierno no solo con los suyos, sino con un abanico de diferentes fuerzas políticas para que todos se sientan a gusto al recobrar su pérdida de libertad.
Bolsonaro, en su forzosa despedida, ha dejado entender que seguirá al frente del ejército que aún le sigue y le dio 58 millones de votos, que prefieren vivir encadenados y arropados por el credo de ultraderecha de Dios, patria y familia, apoyados por los millones de evangélicos y de sus pastores ultraconservadores.
Lula entendió enseguida que Brasil no es solo el país más católico del mundo, sino también el más dominado por millones de evangélicos guiados por pastores ultraconservadores sumergidos en la política. Quizá por ello, en su discurso, el nuevo presidente de Brasil nombró más veces a Dios que en toda su vida e intentó enseguida abrir un diálogo con ese mundo que se había entregado en los brazos de Bolsonaro.
Todos los analistas políticos apuestan hoy a las dificultades que le esperan a Lula para gobernar un país desgarrado y dominado por el odio y las intentonas de guerra civil promovidas por el bolsonarismo. Lula es el primero en saberlo y por ello se ha querido rodear de un abanico que abarca a todas las fuerzas políticas, a todos los credos religiosos y ha vuelto a poner sobre el candelero de la política a los millones de pobres que son la mayoría del país.
El nuevo Brasil que renace hoy tras la derrota de la pesadilla de un gobierno golpista, ya ha sido reconocido por los líderes de los países más importantes del mundo, desde Estados Unidos a China, que se han ofrecido a Lula para ayudarlo en su ardua tarea de recomponer un país que había sido despedazado y empobrecido, material y espiritualmente, por el infierno al que lo había arrastrado una ultraderecha impregnada de lo peor y más corrosivo de la degeneración de las religiones.
La resurrección de Brasil a la normalidad democrática y a la recuperación de sus mejores esencias, las que se ganaron la simpatía del mundo libre, empieza y con razón a ser saludada con alivio por quienes habían sufrido con la decadencia de un país en el que tantos habían puesto sus esperanzas.
Ahora más que nunca, el Brasil arrancado de la esclavitud bolsonarista y en camino hacia su normalidad democrática y su orgullo de ser un país de futuro, necesita ser arropado por el resto del mundo libre para que los demonios de la discordia que se habían apoderado de él, puedan huir, como dice el refrán español, con el rabo entre las piernas.
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